- ¿Al centro, para qué, padre?- preguntó Jimmy, el chico de once años, de pelo oscuro y ojos azules.
- Es una invitación, todos los reinos irán, debemos ir, nos guste o no.- contesto Robert Invierno.
- ¿Los niños no se podrían quedar aquí, Rob?- preguntó la hermosa Lady Invierno.
- No. Deben ir los tres.- contestó firme.
- ¿Y Jack?- preguntó Alice.
- No, Jack irá a la guardia.
Robert Invierno era un hombre que vivía por y para su pueblo, un rey al que todos querían, de melena negra y ojos grises, con la típica barba de los Norteños. Su mujer, Lady Invierno, tenía los ojos más bonitos de todo el Norte, eran de un color verde esmeralda. Tenía el pelo negro igual que su hija Alice de dieciocho años heredó.
Jimmy, el pequeño, tenía una melena castaña y unos intensos ojos azules, como todos sus hermanos, excepto su hermana y su hermano bastardo Jack y su gemela Sofía, que había muerto hacía varios meses por una enfermedad. Alice los tenía grises y los gemelos los tenían oscuros, muy oscuros.
El rey cansado se pasó las manos por la cabeza y suspiró.
- ¿Te encuentras bien, padre?- pregunto el hijo mayor, Peter Invierno. Peter tenía los ojos de su padre, y esa barbilla suya que tan atractivo le hacía. El pelo era un tono más claro. Realmente era guapo y atractivo.
- Me hace la misma gracia que a vosotros ir al centro con los demás reinos... Solo es eso.- dijo.
- ¿Como son?- pregunto Alice.
- ¿quiénes?- preguntó su madre.
- Los reyes de los otros reinos.-
Alice estuvo una vez cuando era pequeña en una de esas comidas que los del centro preparaban, pero era muy pequeña.
- Bueno, Arrow, el rey del centro es un hombre muy gordo, y tiene una bella mujer, Lady Sol.- empezó a espaciar Lady Invierno.
- Me refiero como reyes, madre.- le interrumpió su hija.
- Ah. Pues Arrow es un buen rey, pero, se cree más que los demas, dado que sus antepasados son hijos de quienes son.- dijo mirando a su marido.
- Si, Arrow es un buen rey, al que le gustan las fiestas, la comida, las putas y el vino.- dijo Rob.
- ¿y los del Oeste? Dicen que son los peores.- comentó Jimmy.
- No, los del Oeste no son los peores, los peores son los del Sur, tienen muy poca piedad con los de su pueblo, no es que se diga que es un buen rey.- dijo Rob.
- ¿cómo sabes si es un buen rey o no, padre?- pregunto el mayor, Peter. Pues sabía que algún día a el le tocaría ser o no un buen rey.
- si su pueblo le quiere, es un buen rey, si no, no. De todas formas, ya les conoceréis, no os preocupéis. Ahora, id a dormir. - ordeno su padre.
Cuando ya todos se fueron, la sala se quedo en silencio, Rob se paso la mano por su barbilla pensando.
- ¿en qué piensas?- preguntó su mujer.
- en el centro. En nuestros hijos y el centro.- hizo una pausa - En ti y el centro.
- deberías pensar más en ti que en mi cuando hablamos del centro, eres tu el que fue y volvió con compañía, ¿recuerdas?- Lady Invierno se levantó y se fue a sus aposentos a dormir.
Una vez que Rob fue al centro a visitar a su viejo amigo, este lo emborracho y lo llevó de burdel en burdel. Eran unos reyes jóvenes con ganas de fiesta, solo eso.
Pero Rob volvió con Jack y Sofía. Sus hijos bastardos.
Con un padre Norteño, y una madre del centro, con el pelo y los ojos negros como el carbón.
Era guapo y atractivo, si, pero era algo en sus ojos, la forma que tenía de entrecerrarlos, lo oscuros que eran, algo, que realmente lo hacía un chico de veinte años guapo, apuesto y atractivo.
Y como no, la barba y el corte norteño que también tienían su hermano y su padre.
Los norteños siempre han tenido fama de ser atractivos, y la casa real no iba a ser una excepción.
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En la guardia del Norte...
El comandante Hook daba la bienvenida a los nuevos soldados que traían desde Invierno.
El comandante era un hombre alto y ya mayor, pero se conservaba muy bien para su edad. Tenía el pelo blanco como la nieve y unos intensos ojos azules.
Cuenta la gente de Invierno, que cuando era joven era el chico más hermoso y apuesto de todos, y que todas las damas nobles andaban tras él.
Pero él se enamoro de una tal Amelia, era su amiga desde que eran pequeños, de todo los campesinos ella era una de las más pobres e insignificantes, el también era pobre pero gracias a su belleza y valentía, conseguía dinero de aquí y de allá.
Amelia, según dicen, era una mujer corriente, callada y tímida que nadie se fijaba en ella hasta que veían sus ojos.
Decían que no era muy hermosa, pero que tenía los ojos más bonitos de los cinco reinos. Eran verdes. Pero ella no se enamoró de él pensando que tan solo se enamoraba de ella por sus dichosos ojos, como todos los demás.
Algunos decían que cuando nació, una bruja la embrujó haciendo que sus ojos enamoraran a cualquier hombre.
Hasta uno de los príncipes de aquel entonces se enamoró de ellos. Pero ella quería a alguien con ojos que mirasen el interior. El comandante no sabía cómo convencerla de que a el no le importaban sus ojos, si no su corazón.
Así Amelia, para saber quien quería a sus ojos y quien a ella, ácido se echó en los ojos para que se los tuvieran que quitar, y sin ojos se quedó.
Todos sus pretendientes desaparecieron como nieve al sol, excepto uno, Hook.
Se enamoraron y vivieron felices, hasta que un día sin previo aviso Amelia se puso tan enferma que falleció. Nadie sabe qué pasó después con Hook, pues desapareció durante mucho tiempo, y un día de repente, apareció en la guardia, hasta que poco a poco le ascendieron a comandante.
A los nuevos reclutas los hacía combatir entre ellos, para ver quiénes serían guardianes y quienes ponches de cocina, mayordomos, o cualquier utilidad que se les pudiera dar.
Y los que realmente no valían para nada, los lanzaban desde lo alto del muro.
Esto ocurría tanto en el muro del norte como en el de cualquier otro lado.
A las cuatro guardias venían guerreros y luchadores dispuestos a dar su vida por proteger los reinos, venía gente por vocación, y los asesinos más despiadados de todos.
Era una prisión, un destino y un sueño.
Podían ir tanto niños como adultos, mujeres como hombres, pero era el rey quien elegía quien ir y quien no ir, y ningún rey eligió jamás una mujer o un niño.
Una vez en la guardia, tras elegir tu puesto, debías hacer un juramento, en el que jurarías lealtad a las cuatro guardias, que protegerías los cinco reinos si eso significaba dar tu vida.
El comandante hizo la selección y se encerró en su cuarto a leer la carta que le llegó de la guardia del Este:
"Hemos visto extrañas criaturas sobre volando la zona muy cerca del muro, cada día se acercan más, los arboles se mueven y están empezando a llegar fríos vientos. Os avisaremos si va a peor"