En el Este...
Annie esperaba sentada a que su hija apeteciera por entre los árboles con Tom.
Mientras esperaba pensaba en Lea y en sus dragones. No era la primera vez que le hablaba de ellos, ni sería la última.
Siempre les pedía a los dioses que quisiera ver un dragón, y que la gente creyera en ellos.
También se lo pedía a su madre día tras día. Tom decía que esa obsesión con los dragones era preocupante, y luego se echaba a reír.
Suspiró al recordar la vez que Lea preguntó por su padre. O por el trabajo de su madre. Por su futuro. Por preguntas con respuestas complicadas.
Vio moverse algo por entre los árboles. Se levantó y se puso alerta. Vio una sombra, que resulto ser Tom.
- Tranquila, no te voy a hacer nada.- dijo Tom.
Tom era un hombre alto y delgado de cuarenta y un años de edad. Con el pelo corto y negro y una perilla muy bien cortada.
Siempre vestía con ropas cara, pues sabía que su imagen era la imagen de su establecimiento.
- No sabía que eras tú. ¿Y Lea?- dijo ella girándose para mirar al cadáver del ciervo.
Tom la miró en silencio, clavando sus intensos ojos oscuros en los suyos.
- ¿Tom?- preguntó preocupada Annie.
Cuando Tom no reía, o hablaba alegremente es que algo iba realmente mal.
Tom le había cuidado desde niña. Siempre había tenido un trato diferente con ella que con cualquier otra persona del burdel, no porque llevase con ella desde que nació, ya que había muchos más casos así.
El trato que el le dio durante toda su vida era algo distinto, aparte de ser el jefe suyo y el de su madre, era algo mas con ellas dos. Siempre se había comportado con un padre con ella.
Eso era lo que diferenciaba su trato del de las demás.
Además, Tom sabía su secreto. Su gran secreto.
- Tom, ¿Donde está Lea?- dijo enfadada Annie.
Tom siguió son contestar.
- ¡Tom!- le gritó.
El levantó la mirada para mirarle a los ojos y dijo:
- La tiene el rey.
- ¡¿Qué?!- preguntó ella algo asustada.
- El del centro te quiere.
- ¿A mí? Tom, ¿Qué está pasando?- pregunto ella asustada, muy asustada.
Annie era una mujer muy valiente, no era una mujer como las demás, no claro que no. ¿Cuándo se ha visto pues a una puta cazando?
No le daba miedo nada, excepto una sola cosa.
Lea.
Lea era su única prioridad, y si algo le pasaba por su culpa no se lo perdonaría jamás.
Si, por su culpa.
- debiste decir que si.- comentó Tom en un susurro.
- ¡NO!- gritó ella. Miró a Tom, suspiró y se marcho lo más rápido que pudo hacia el castillo del rey.
Corrió por el bosque ligera y rápida, pero correr por el pueblo era más complicado a causa de las muchas personas que había.
Llegó a palacio y entro sin permiso hasta la sala del rey, perseguida por varios guardas que gritaban que necesitaba un permiso para estar allí.