El comienzo de la eternidad

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Caídas desequilibradas en la mente desorbitada de los no pensantes.

Tiene años de sigilo, décadas de amargura y siniestras pisadas en la arena del tiempo que amenazan con caer de una vez y por todas en el final de su letargo.

El cuello les quema al sentir la soledad, el ruido de aleteos se acrecienta en sus tímpanos y dejan caer una lágrima de azufre por las cuencas vacías de sus ojos. La llave maestra deja de abrir el portón del desamparo, el guía en ese caso sigue siendo la propia memoria, desatada por la inmortalidad de los niños desiertos en pecados pero inundados de heridas superfluas, perdidas en el vasto llano del terror. Ruedan por las montañas los cadáveres de piedra gastada, recordándoles el porqué de su infortuna travesía.

Devastados sin gloria ni temor avanzaron por la intemperie del desolado muro que se encontraba impidiéndoles el paso solo minutos atrás. Encontraron muy deshabitada el alma de su amante, sin ganadores ni perdedores, solamente austeros miedos que encontraron en su cabeza una razón de existir y se apegaron a ella como bacterias dominantes.

El temor renace en su interior con cada paso que dan dentro de la eterna oscuridad embriagadora en la que están atrapados sin otro compañero urbano más que la ambición. Los ojos se proclamaron los decididos verdugos de la marcha. El muro los abandona pero su textura amarga los acompaña en lo profundo de su garganta, necesitando más que solo supersticiones baratas que brujos les habían vendido tiempo atrás cuando la herida se esparció dentro de ella... de su mente, donde ahora se encontraban.

Recordaron con una leve lejanía en sus miradas cansadas el tiempo que habían estado vagando por aquellos interminables pasillos de recuerdos y memorias poco agradables. La mujer, dormida en un plano superior al que ellos se encuentran, sueña con cuervos ya satisfechos alejándose de su cuerpo, deshecho por la inquietud de sus picos y el latir de su estómago pidiendo carne. Quiere abrir los ojos, pero no encuentra más que vacío dentro de sí misma. El corazón comienza a dejar de latir, ellos quedarán atrapados en un cuerpo.

Ninguno de los protagonistas quiere morir, pero el reloj marca las doce y la joven de negro hace su aparición. Los llama a gritos, con sonidos demenciales que se internan en sus gargantas obligándolos a cantar junto con los ángeles de negro. Cierran los ojos esperando ver de nuevo la luz del día, pero el comienzo de la eternidad empieza de noche.

Los cánticos comienzan a cerrar sus sinfonías. El fuego deja de iluminar a las sombras para que puedan jugar tranquilas con los mortales. El cuerpo de la joven se apaga, sus amantes quedan encerrados en su cabeza hasta que sus ojos vuelvan a abrirse y así puedan servirla de nuevo.

Melancolía ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora