Lluvia de angustia

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Ella sentía la lluvia y se sentía viva.

Ella miraba a su alrededor y se sentía vacía.

Ella colocaba una sonrisa en su rostro y ocultaba su dolor.

Pero a ella no le gustaba que la gente sintiera pena por su dolor ni por ella.

¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Cuánto desde que escuchó sus últimas palabras?

Una gota era el suplicio de un alma destrozada por la muerte de un ser querido, y cuantas personas la entenderán a ella en su dolor eterno.

Ella sentía la lluvia en su rostro y sabía que él la estaba protegiendo desde cualquier lugar en donde esté, real o imaginario. Pero él no era un novio, no era un amante, ni siquiera un amigo o un hermano. Él era su abuelo, su maestro… alguien que la había educado y le había enseñado cosas sencillas para poder ver lo que los demás a simple vista no lo hacen, alrededor de toda su vida.

Sus mejillas ardían del dolor acumulado y su cuerpo a veces se doblaba en dos por soportar el llanto. Pero ahogaba esa característica puntada dentro de su garganta y continuaba adelante, alegrando a todos a su alrededor, para que estén más entretenidos con sus palabras fingidas que con sus lágrimas invisibles, las cuales se ocultaban en sus ojos marrones y su cabello castaño.

Su tez blanca apenas podía notarse en contraste con la piel morena de su abuelo cuando era chica, él era descendiente de morenos africanos y su piel lo denotaba. Sus ojos negros eran profundos y aguardaban miles de secretos y sobre todo pensamientos de años y años guardados en un bolsillo de sus pantalones color blanco de albañil, de lo cual, cuando era un abuelo más joven, trabajaba.

Ella cierra los ojos y recuerda la vez que le enseñó a andar en bicicleta. Ella ve en su mente cómo, cuando salió sola por primera vez sin que su abuelo la sostuviera de atrás, él se tropezó. Su rostro tenía moretones en grandes partes y lugares que perduraron por días, ella jamás pudo subirse a una bicicleta ni superar su trauma a andar en ellas debido al rostro golpeado de su abuelo.

Pero siente en su mente la voz de su abuelo contando sus historias preferidas, después de todo, era el único que podía hacerla dormir. Ella estaba siempre predispuesta a estar despierta y jugar con todas las cosas que le colocaras adelante. Pero su abuelo, con una paciencia formidable, le contaba historias de aventuras inimaginables, que podrían ser luego de muchos años, el incentivo para crear historias donde su mente y sus personajes de niñez eran los protagonistas.

¿Qué puede ser peor que fingir una sonrisa falsa todos los días?

Nada.

O tal vez todo.

Pero nadie quiere ese todo sin saber antes lo que la nada puede ofrecerle.

Él le enseñó que hay vida en todo lo que puedas ver con tus ojos. ¿Por qué los humanos pueden tener vida y los objetos no? Él le enseñó que las cosas, por más frágiles o estáticas que sean, como las plantas, éstas tienen vida. Una vida que vale exactamente lo mismo que la que valía la de ella. Un camaleón tiene los mismos derechos que un humano y éste igual que un tigre. ¿Por qué nadie podía verlo como él le enseñaba?

Ella sufría de noche y de día lo ocultaba con una sonrisa que sólo estaba en su boca, pero no en sus tristes ojos.

Su abuelo no era la mejor persona, ni tampoco tenía un pasado limpio, muchos errores había cometido y algunos eran pecados imperdonables por cualquier mortal. Pero era un abuelo que, después de todo, le había enseñado a vivir, y ella eso siempre lo tendría presente en su cabeza y corazón. Porque la vida no sirve para tenerle odio a los muertos, y menos a aquellos que te enseñaron a ver las cosas de manera distinta a la que los ven los demás.

A él le gustaban las cosas dulces que de niño, por la pobreza en la que vivía, no podía comer; la miel lo volvía loco; el pan casero que hacia su hija, madre de la joven, eran una de las cosas favoritas que podía disgustar y las películas de western eran de sus favoritas, las cuales, con su nieta se juntaban a ver entretenidamente mientras escuchaban a veces alguna canción clásica que hacía erizar sus cabellos. Pero algo que le gustaba demasiado era la lluvia. Le gustaba caminar cuando las tormentas comenzaban a iniciarse y el cielo negro se erguía con fuerzas, y también caminar sin paraguas para que las gotas de agua puedan tocarle la piel morena con agilidad… parecía darle vida.

Y ella sabía que, después de todo lo que él había sufrido antes de irse, los pecados en vida habían sido saldados con la vida, el perdón estaba saldado, las lágrimas se pagaban caras y el dolor era agobiador.

Su abuelo la protegía ante todo mal, él era quien trataba de hacer que todo su mundo verosímil se convierta en uno extraño y fantástico. Él era quien le enseñó a defenderse utilizando métodos antiguos y modernos de defensas personales asiáticas, también le hizo saber que realmente la energía fluía por su cuerpo, los chakras eran fáciles de aprender al concentrarse mediante la meditación.

Ella creía que sus enseñanzas vagarían en ella hasta que sus virtudes dejen el mundo mortal.

Ella era feliz pensando que una parte de su maestro vivía con ella, muy dentro suyo.

Ella miraba hacia el cielo, cerraba los ojos y sonreía. A ella le gustaba la sensación de las gotas de la lluvia en el rostro, le hacía creer que él estaba cerca.

 

Dedicado a mi abuelo, gracias por estar siempre presente. Gracias por enseñarme a ser quien soy yo hoy.

Melancolía ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora