Se coloca el vestido amarillo claro sobre su blanca tez. La suave tela se acomoda plácidamente sobre su carne, las curvas se marcan con rigidez. Posee la espalda desnuda, huesuda. El pequeño regalo color dorado la cubre hasta por encima de las rodillas con una falda muy ochentera que tapa sus muslos, los cuales habían comenzado a afinarse de manera preocupante en la última semana. La niña, detrás de ella, se levanta muy tiesa de la cama —en la que estaba sentada segundos antes—, para subirle el cierre de la prenda sin mucha delicadeza.
Sin decir palabra, la joven se sienta en la silla roja que hay frente de sí a esperar que la niña encuentre el peine. Cuando lo hace, le cepilla el cabello motorizadamente como si fuera un hábito de costumbre.
Termina rápido. Mira la hora en el reloj de la pared que hay a su derecha.
—Ya casi es hora de cenar —dice impetuosamente mientras le jala un mechón de cabello con más fuerza de la necesaria.
La joven asiente con una sonrisa forzosa.
—Me maquillaré ahora, es una noche especial.
La niña asiente de manera automática luego de meditarlo unos segundos que, en el silencio de la habitación, se sienten eternos.
—Tienes diez minutos —ruge entre dientes sin emoción alguna. Cuando termina de decir esto, da un giro sobre sus talones y sale de la habitación de manera sigilosa, sin siquiera hacer ruido con sus pequeños zapatos negros en el suelo de madera.
La joven del vestido amarillo ve cómo la puerta se cierra y descansa el rostro de aquella mueca desagradable que hasta aquel momento tenía sujetándole las mejillas dolorosamente hacia arriba.
Se mira en el espejo que tiene frente a ella. Observa que su cabello comienza a caerse reiteradamente. Se toca el cuero cabelludo y un mechón de pelo queda enganchado entre sus finos dedos, seguro por los nervios que estaba pasando desde hacía días. Quiere llorar, pero el rosado en sus mejillas y nariz al terminar de hacerlo la delataría, por lo que opta por morderse la lengua mientras mira a un punto fijo en el espejo.
Procura calmarse despacio, respira profundo. Toma el maquillaje color piel con la yema del dedo índice y se lo esparce de manera desprolija justo en su ojo derecho, morado. Ya oculto el golpe, intenta calentarse colocando ambas manos entre sus muslos y espera que el calor corporal le siente bien.
Saca su huesudo brazo derecho de entre sus piernas, lo coloca frente a ella. Sus dedos parecen mucho más delgados, más finos y quebradizos. Suspira tratando de contener el llanto. Recuerda lo que le dijo Elizabeth: sólo diez minutos. Por lo que se apura al tomar el labial de su escritorio. Mucho más se apura al pintarse los finos labios, pálidos y resecos ante la falta de humedad. Pero no es su culpa, su lengua la siente áspera como una lija contra el paladar.
—Dije que diez minutos —inquiere una voz corrosiva en las espaldas de la joven, quien al escuchar se sobresalta del pánico.
—L-lo siento... —intenta disculparse pero la niña ya entró en su habitación sin ánimos de oír ninguna justificación por el retraso.
Con poca paciencia, la pequeña le sujeta el cabello de manera drástica. La joven sigue intentando disculparse en silencio, las palabras no salen de sus labios. Antes de que pudiera despedir una sola frase, Elizabeth golpea su rostro contra la madera del escritorio que tiene frente a ella. Con la fuerza casi descomunal con la que atisba el golpe, los gritos de la joven comienzan a rechinar entre las paredes de la gran casa.
—¡No grites! ¡Tienes prohibido hacerlo! —grita enfurecida la pequeña, quien sale echa una furia de la habitación luego de pronunciar estas palabras. Sin embargo, antes de salir del todo, grita una última amenaza: —. ¡En tres minutos te quiero en la sala!
ESTÁS LEYENDO
Melancolía ©
TerrorRecopilación de cuentos, poemas y textos de La Muerte, ángeles, demonios, caníbales, almas en pena y mucho más, que realizo prácticamente día a día de manera espontánea. ¿Qué hay dentro de la mente de @justpain? Aquí dentro esta la respuesta.