Capitulo I: Continuará...

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Pequeño, flacucho y escuálido. Un vulgar saco de huesos que únicamente se mantenían unidos gracias a la capa de piel blanquecina que los recubría. Un trozo de mierda vulgar y asqueroso, más incluso que el resto de escoria que vivía en la ciudad subterránea.

Sin duda, la primera impresión que yo le daba a cualquiera que me mirase era la de tener un pie puesto en la tumba, teniendo solo la tierna edad de cinco años.

Mi madre ganaba el dinero para alimentarnos a ella y a mí trabajando como prostituta en un burdel en uno de los barrios más repugnantes del subterráneo. Yo era consciente de que era un hijo no buscado, pero sí querido. Fui engendrado por error, y a pesar de eso, la hermosa mujer que me dio la vida me llevó nueve meses dentro de su vientre, cuidándome y mimándome en la medida de lo posible desde que nací hasta que falleció. Para ella, yo era la razón por la cual levantarse cada día, su pequeño y lindo niño. Sin embargo, para algún vil y detestable borracho miembro de la Policía Militar cuyo nombre nunca supe ni querré saber, yo era el hijo bastardo que nunca se dignó a reconocer.

Quizá ni siquiera sabía que había tenido un hijo. Quizá ni mi propia madre sabía cuál de esos cerdos con uniforme era mi padre. Los de la Policía Militar eran los únicos que podían permitirse pagar por sexo.  Pero, de cualquier manera, a quién le importaba.

Yo la quería, y la quiero, como un hijo debe querer a su madre. Era una mujer joven, de cabello largo moreno y piel nívea. Era guapa y delicada, pero tuvo mala suerte, la vida no se portó justamente con ella por el simple hecho de ser una Ackerman. Toda su vida y todo lo que estaba destinada a ser estuvo marcado por ese apellido de la misma manera que me habría marcado a mí de no ser porque ella nunca me dijo nuestro nombre de familia.

No supe que mi madre y yo nos apellidábamos así hasta hace poco. Pero para ese entonces tú ya estabas presente, lo sabes de primera mano.

La mísera cantidad de dinero que le pagaban por sus servicios ni se acercaba para podernos permitir comprar una cama para mí, por lo que tenía que dormir en el mismo colchón donde esos sucios y corruptos hombres ponían sus repulsivas manos sobre mi madre, tirando un par de monedas al pie de la cama cuando terminaban y se subían sus pantalones, satisfechos.

Cada noche, ella limpiaba frenéticamente la habitación y el único colchón que poseíamos. El asqueroso olor a sudor y sexo era sustituido por el fuerte olor a lejía, a jabón, a limpio. Sin falta, cambiaba también las sábanas donde había yacido por unas limpias que solo usaba para mí y que quitaba cada día al despertarnos. Debido a su trabajo, no seguíamos el ciclo natural del día y la noche, pues trabajaba y limpiaba durante ésta, y cuando conseguíamos dormir, prácticamente ya era hora de levantarse.

Supongo que esto explica mi insomnio, y que desde tan temprana edad mi rostro estuviera caracterizado por estos círculos oscuros debajo de mis ojos. Así como también es el origen de mi trastorno obsesivo compulsivo, de mi obsesión porque todo esté siempre impoluto. Espero que me comprendas ahora.

Unas semanas antes de mi sexto cumpleaños, mi madre cayó enferma. Ni siquiera podíamos permitirnos llamar a un doctor. Murió semanas después, el día de mi cumpleaños, ante lo que aparentemente parecía un simple resfriado.

Permanecí frente a su cadáver durante varios días, no recuerdo bien cuántos, quizá cuatro o cinco. No sabía qué hacer. Seguía siendo un niño que había perdido a su madre, y que no quería que enterraran su cuerpo más hondo en aquel agujero de mierda.

Rodeé mis huesudas piernas con mis pequeños brazos, igual de consumidos, y esperé, temblando, mi muerte día tras día, limpiando la habitación cada noche y abrazando el juego de sábanas limpio sentado frente a la cama donde yacía el cuerpo de mi madre hasta quedarme dormido.

Puntos Suspensivos |Levi Ackerman|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora