Capitulo II: Nada termina.

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Mi rutina en la ciudad subterránea era siempre la misma. Levantarme, comer un poco de pan, robar, entrenar, esperar al idiota de Kenny en la taberna mientras vigilaba que ninguno de sus enemigos le acechara a la salida.

No había vuelto a verte o saber de ti. Parecías haber desaparecido por completo de la ciudad, y contigo, la posibilidad de conversar con alguien. Todos parecían temerme, y eso que en ese momento solo era un crío de trece años.

-Pero onee-chan, mamá te ordenó que me acompañaras.

Giré mi cabeza, automáticamente atraído por el sonido de tu voz. Hacía al menos tres años que no te había visto pero todavía recordaba ese timbre chillón, todavía tenías voz de niña pequeña. Habías ganado algo de estatura y ahora tu pelo caía suelto encima de tus hombros.

La que supongo debía de ser tu hermana, empujó una cesta de mimbre contra ti y te miró, con una sonrisa de fingida amabilidad.

-Lo sé, lo sé, chibi-chan~, pero mamá no tiene por qué enterarse de esto, ¿verdad? -Dijo, despeinándote la cabeza. Bufaste y te zafaste de ella, con una expresión de fastidio plasmada en la cara. Tu hermana te guiñó un ojo y se llevó un dedo a los labios, pidiéndote que le guardaras el secreto, a lo que respondiste con una serie de gruñidos que no llegué a escuchar.

La observaste marcharse corriendo para reunirse con un chico que la esperaba esperando apoyado en una de las paredes de la plaza.

Suspiraste y comenzaste a caminar sosteniendo con sumo cuidado la cesta que te había sido confiada. Quise llamarte, y quizá preguntarte por cómo te iba, pero honestamente, no creía que te acordaras de mí, y además yo no sabría como llevar una conversación.

Sin embargo, no deseaba dejarte de ver, me causabas una curiosidad que nada ni nadie había conseguido despertar en mí, y por eso, tras comprobar que no se encontraban allí ninguno de los capullos que se peleaban con Kenny y su banda por el territorio, comencé a caminar detrás de ti, siguiendo tu ritmo a una distancia prudente.

Hiciste tu camino a varias casas tranquilamente, como se suele decir: "sin pausa pero sin prisa." En cada una de ellas, entregabas una pequeña caja, envuelta con delicadeza, por lo que no pude saber de qué se trataba.

Observé que tus pasos te estaban llevando cada vez más cerca de los barrios más conflictivos de la ciudad subterránea. El barrio concreto al que parecías dirigirte, era territorio de uno de los rivales de mi tío, por lo que incluso yo, un matón bastante conocido ya en aquel momento, ya me hallaba en serio peligro solo por caminar por ese suelo.

Te diste cuenta del peligro que te rodeaba, y nerviosa, comenzaste a caminar más deprisa, y por consecuencia, también yo lo hice.

Doblaste una esquina, haciéndome entrar en pánico. No quería perderte de vista, y mucho menos en aquel sitio.

-¡Sueltame, suéltame! -Gritaste. Mis cinco sentidos se agudizaron en un instante, y salí disparado tras tus pasos. No te encontrabas allí, no te encontrabas en un ningún lado.

-Mierda. -Mascullé, nervioso. -Mierda, mierda, mierda.

Un golpe, seguido de un gemido provenientes de un callejón a mi izquierda delataron tu posición. Sin dudarlo ni un solo instante, me lancé dentro del oscuro lugar y cuando alcancé a ver a tu agresor, arremetí contra él con mi cuerpo, separándolo de ti.

Un tipo de unos 30 años había sido el cerdo que se había atrevido a ponerte las manos encima. Le propiné un gancho en la cabeza, tirándolo al suelo. Mi pie voló hacia su cara y su estómago repetidas veces.

-Gusano asqueroso. -Gruñí, tomándolo del cuello de su camisa y poniéndolo a mi altura. Podría ser un crío, pero gracias a Kenny era mucho mas fuerte que cualquiera.

Puntos Suspensivos |Levi Ackerman|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora