Capítulo V: Puntos suspensivos.

2.1K 272 54
                                    

Toda mi vida había cambiado desde que llegaste a ella, y por primera vez, empecé a pensar que quizá no todo era tan malo. Deseaba que todo permaneciera así, tranquilo, sereno. Cuando estaba a tu lado, parecía como si el yo que se dedicaba a robar y saquear desapareciera. En tus ojos yo parecía ser una buena persona, alguien honrado y bondadoso, y me regocijaba en creer por unas horas que era así. En los míos, tú te veías reflejada tal y como eras. Mi cielo, mi sol, mis nubes, mis estrellas. Representabas para mí todo aquello que anhelaba. Todo lo que sabía que no podía tener.

Incluso sin saber el futuro, lo presentía. Sabía que no podía tenerte para mí. Eras demasiado buena, y yo había hecho muchas cosas malas.

Ahora ya sabemos que fue así.

×××

Aquel día había sido excepcionalmente bueno, me atrevería a decir que en la ciudad sobre nuestras cabezas había sido un radiante día de sol. Intenté imaginarlo así y caminé hacia ti para dejarme caer a tu lado, junto a la orilla de aquel río subterráneo en el que te gustaba sentarte. Sobre nosotros había una especie de cráter abierto, y a través de él se podían vislumbrar las verdes copas de varios árboles y un trocito de cielo azul. Un día radiante. Como había imaginado.

Ningún rayo de sol llegaba hasta nuestro suelo, pero allí se podía disfrutar de la claridad de la luz natural.

Me incliné sobre tu cuerpo para dejar un prolongado beso sobre tus labios, ganándome un suspiro de satisfacción cuando me separé de ti.

—Tengo algo para ti. —Te comenté, llevándome las manos a la espalda, donde tenía escondido el objeto en cuestión, atrapado entre mi camisa y mis pantalones.

Cómo si tuvieras dos velas dentro de tus ojos, tus pupilas se iluminaron y titilaron, dejando al descubierto tu desarrollado instinto de la curiosidad. Eras una bestia y te había despertado.

—¿Para mí? ¿Puedo verlo? —Preguntaste emocionada. Te incorporaste sobre tus rodillas, impaciente, expectante. Aún sabiendo que era inútil trataste de mirar por uno de mis costados alargando tu cuello hasta que te detuve, tocando tu frente con el dedo índice y empujándote hacia atrás. Frunciste el ceño casi imperceptiblemente.

—Antes quiero algo a cambio. —Declaré, manteniendo en mi mirada la seriedad que la caracterizaba.

Luciste algo confusa en un principio, pero unos instantes después, comenzaste a reír y te arrojaste contra mí, dándome uno de esos besos que me sabían a gloria. Con el propósito de hacerte caer sobre mí, me fui inclinando hacia atrás, arrastrándote conmigo hasta que mi espalda descansaba completamente en el suelo.

Te separaste de mi, valiéndote de tus brazos para sostenerte. Tu pelo caía alrededor tu cara y me hacia cosquillas al rozar la mía. 

—¿Suficiente? —Preguntaste, apoyando uno de tus codos sobre el suelo y acariciando mi pelo con una de las manos que te había quedado libre.

Negué levemente con la cabeza.

—Nunca tendré suficiente de esto. —Contesté, correspondiendo a la sonrisa que se había formado en tu cara.

Te obligué a incorporarte seguidamente a pesar de que me encantaría haber estado tumbado contigo toda la tarde y saqué de mi espalda el objeto que te tenía en ascuas.

—Toma, lo he visto hoy en el mercado negro, pensé que podía gustarte.

Lo tomaste en tus manos con sumo cuidado, pues era muy antiguo y parecía que se desharía en cualquier instante si no era tratado con delicadeza. Lo examinaste, maravillada. Era un libro rectangular,  de tapa gruesa marrón con unas cuantas letras impresas y páginas amarillentas. 

Puntos Suspensivos |Levi Ackerman|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora