Capítulo 2: El encuentro

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  El oscuro bosque se alzaba tenebroso ante Ian, y la niebla le impedía ver el camino, sin embargo, no se detendría por ningún motivo. Phillipe galopaba rápido y sin temor, mientras el joven observaba como el castillo aparecía imponente y en silencio ante él.

Estaba asustado. Nunca antes se había atrevido a ir tan lejos del pueblo y los nervios parecían ganarle. Pensaba en su abuelo y se angustiaba. Siempre le habían dicho que los caminos que rodeaban el pueblo eran muy peligrosos ya que al ser poco transitados estaban llenos de bandidos y asesinos. Incluso solían decir que el camino que iba hacia el castillo estaba maldito, lleno de lobos y animales salvajes que habían matado a muchos hombres valientes. Hombre valientes que se habían aventurado a atravesarlo.

Llegado a un punto Phillipe no quiso avanzar más. El caballo estaba inquieto, como notando que había allí algo superior a él y que lo podía matar.

Ian notó que iba ser imposible obligar al caballo a seguir avanzando y desmontó. Avanzó con cautela hacia el enorme castillo y pudo fijarse, por primera vez, en los hermosos adornos que tenía. "Debió ser un castillo muy bello" pensó el castaño. Puertas de madera finamente labradas y vitrales muy detallados. Jardines que pese a todo todavía tenían la forma original en la que habían sido cortados.

Se acercó más y abrió la puerta con fuerza. Adentro estaba oscuro y húmedo.

- Abuelo! – gritó con fuerza. Un eco se escuchó por todo el lugar. – Abuelo! ¿Estás aquí? – siguió preguntando. Pero nadie respondía. El castillo parecía totalmente deshabitado.

Avanzó unos pasos más y escuchó unos ladridos. Asustado giró y vio a un feo perro llegar corriendo y comenzar a saltar a su alrededor, moviendo la cola y tratando de jugar con él. Lo reconoció al instante por su patita blanca.

- Pulgoso! ¿Acá vives? – le dijo acariciándolo y arrodillándose para quedar a su altura – Pulgoso, mi abuelo ha desaparecido y estoy seguro que está en este castillo. ¿Tú lo has visto? – preguntó. El perro se le quedó mirando y solo atinó a mover la cola – bah! No se porque te pregunto, sé que no me vas a responder. Aunque sí me puedes acompañar a buscar al abuelo...este lugar es enorme – dijo mientras lo acariciaba y le daba un besito en la nariz. El perro le lamió el rostro y siguió saltando a su alrededor.

En el piso superior, la bestia miraba anonadado esa escena. El jovencito era realmente hermoso, no tanto por su belleza física, sino por el aura que lo rodeaba. Algo que trasmitía cariño y confianza. Además notó, asombrado, como acariciaba y besaba a Aras. "Es la primera persona que no se espanta por Aras, aparte de mí" pensó sorprendido. Sabía que la gente trataba muy mal al perro por la forma en que se veía y siempre llegaba llorando al castillo. Le sorprendía saber que alguien le había tomado cariño e incluso lo besaba.

Pero también estaba seguro que cuando él mismo se dejara ver ante el jovencito, este se espantaría por su fealdad. "Como todas las personas que han entrado a mi castillo. Todas se asustan al verme" pensó. Y furioso bajó en silencio, esperando el momento indicado para encarar a ese jovencito.

Ian, caminó acompañado por Aras por todo el castillo hasta que divisó una luz que se acercaba. "¿Una luz caminando?" se preguntó. Casi se cae sorprendido al ver un candelabro acercarse temeroso a él.

- Hola jovencito – le dijo amablemente el candelabro.
- Hola...- le respondió Ian recuperándose de la impresión. Nunca, ni en sus más remotos sueños, imaginó ver un candelabro hablándole. Era increíble. Pero también se empezó a preocupar. Si los candelabros hablaban...¿qué más encontraría en ese lugar?
- Es peligroso que usted esté en este lugar jovencito. Debería irse inmediatamente – le dijo solemnemente. Como un mayordomo advirtiendo sobre los pormenores de la casa donde trabaja.
- Me llamo Ian – le dijo el castaño – y estoy buscando a mi abuelo. ¿No ha entrado a este castillo?
- Mucho gusto Ian, mi nombre es Frederic y soy el mayordomo de este castillo. – le dijo el candelabro con una venia – Eres la primera persona con la que hablo en más de 200 años, será un placer para mí ayudarte. – le siguió diciendo. Frederic estaba emocionado. Si ese niño no se había asustado ni con Aras ni con él...tal vez con su amo tampoco se asustaría. "Tal vez este niño sea nuestra esperanza" pensó. – Sí, un anciano llegó hace un día a este castillo. Sígueme.

Y Frederic comenzó a avanzar por uno de los corredores. Ian lo siguió confiado, esperanzado regresar al pueblo con el abuelo.

Se detuvieron frente a unos húmedos calabozos a los cuales Ian se acercó con miedo. Y avanzando, casi salta de felicidad al ver a su abuelo tras una de las rejas. Frederic se alejó con presteza al ver una sombra acercarse a lo lejos por el pasillo. El candelabro conocía como era el carácter de su amo, solo esperaba que no se haya equivocado con el jovencito.

- Abuelo! – gritó acercándose a la reja.
- Ian! Mi pequeño! ¿Qué haces aquí? – dijo sorprendido y tomando sus manos entre las oxidadas rejas.
- Yo también me pregunto lo mismo. ¿Qué haces en mi castillo? – gruñó una poderosa voz que hizo retumbar las paredes.

Ian se sobresaltó al escuchar la voz. Asustado giró hacia atrás y lo vio. Una enorme bestia, con cuernos y garras, lo miraba enojado. El castaño sabía que había llegado el momento de ser valiente. Pensó en su abuelo y encaró a la bestia. Por más aterradora que se viera, si esa bestia era el culpable de haber encerrado al abuelo, él haría todo lo posible para lograr que lo liberaran.

- Ian! Corre!! Aléjate de ese horrible ser! Escapa! – gritó Don Maurice al ver a la bestia tras de su nieto.
- Insolente! – gritó con una voz estruendosa. La bestia estaba furiosa. Casi se había sentido ternura al ver a Ian jugando con Aras, pero ahora recordaba porqué no debía confiar en los demás. Todos eran iguales, nadie nunca vería más allá de su pobre físico, de su monstruosidad. – Así que tu nieto ha venido a salvar a su abuelo! – se burló la bestia. - ¿Cómo te llamas niño?
- Me llamo Ian, señor. Por favor, libere a mi abuelo – le pidió con angustia. Ian notó que, si bien al principio la bestia daba miedo, hablaba como una persona normal. Como si debajo de todo ese pelo hubiera una persona escondida. Además, los hermoso ojos, uno celeste y el otro verde, le fascinaban.
- ¿Y porqué tendría que liberar a este asqueroso anciano?¿Acaso no sabes lo que hago con todos los que vienen a mi castillo? – le preguntó con un gruñido.
- No lo sé, señor – respondió sin bajar la mirada.
- Se quedan a morir aquí! – gritó. – Mi castillo es MIO! Nadie debería entrar!
- Por favor señor! Mi abuelo está muy enfermo – mintió Ian. Tenía que encontrar una forma de liberarlo. Miró a su abuelo para que se mantuviera callado – Él morirá pronto, no vale la pena mantenerlo prisionero aquí. – pidió con dolor. Ian sabía que su abuelo era indispensable para la supervivencia del pueblo. Era prácticamente la única persona que iba y venía de los demás pueblos. No podía permitir que su abuelo se quedara prisionero allí.
- ¿Y entonces quién pagará por su insolencia? Ha irrumpido en mi castillo y me ha insultado. Alguien debe pagar – gruñó con odio.
- Entonces...déjeme quedarme en su lugar! – gritó sin dudar. Ian sabía que su abuelo ya se había sacrificado mucho por él. Lo mínimo que podía hacer era tomar su lugar. No lo lamentaba ya que no dejaba nada pendiente en el pueblo. En cambio el abuelo podría seguir con el negocio. Era un pequeño sacrificio a cambio de toda la gente que se vería afectada si el negocio de Don Maurice cerraba.
- No! Ian...no puedo permitir eso! Eso es una tontería! – gritó Don Maurice. – Ian, hijo, vete a casa! – lloraba el anciano.
- Tú? Acaso eres estúpido? Porque tomar el lugar de tu abuelo? Él es viejo, podría morir aquí, en cambio tú eres joven...tienes toda la vida por delante- le dijo la bestia, recordando con nostalgia su época de juventud, cuando tenía la edad de Ian y solo pensaba en sí mismo.
- Él será mayor pero aun tiene mucho que enseñar en el pueblo, él tiene un legado para dejar allí...yo no tengo a nadie más y tampoco soy bueno para nada...yo no sería tanta pérdida como lo sería él – dijo con tristeza. – por favor señor...libere a mi abuelo.
- No! – gritaba Don Maurice.
- Muy bien! – gritó la bestia. Estaba arto del drama. Si el mocoso quería sacrificarse, que lo hiciera. Ya le enseñaría él a tomar mejores decisiones. – tú has tomado una decisión. - gruñó mientras empujaba a Ian con fuerza y sujetaba a Don Maurice con sus garras y el anciano se retorcía por el dolor.
- Noo! Deja a mi abuelo! No le hagas daño! – gritaba Ian desesperado mientras trataba de sujetas una de las garras de la bestia – Por favor! No le hagas daño! – decía llorando el jovencito.
- Ian! No te quedes! Hijo, déjame aquí...- decía Don Maurice tratando de soltarse de las garras de la bestia.
- No! Tu nieto hizo trato conmigo! – gruñó la bestia. Se acercó con rapidez a la puerta y una máquina apareció. La bestia metió sin cuidado a Don Maurice y sin permitirle decir una palabra más cerró la puerta y dejó que esta avanzara hacia pueblo.

Ian miraba como la maquina se iba alejando y se perdía en la niebla. Aras llegó corriendo y comenzó a lamerle la mano. Ian lloraba y acariciaba al perro.

- Dime Ian...me tienes miedo? – le preguntó la bestia.
- No – respondió inmediatamente. Mirándolo con sus ojos llenos de lágrimas.
- Mentira! – bramó. – Todos me temen!
- Yo no te tengo miedo! – gritó Ian. Estaba enojado y muy triste por su abuelo.

La bestia lo miró aun más furioso. El jovencito no lo había mirado como todas las demás persona. Al contrario, el chiquillo lo enfrentaba sin miedo, con enojo y preocupación por su abuelo, pero no veía miedo por su fealdad. Eso era lo que más le exasperaba.

La bestia lo observó con duda. Él nunca había visto otro joven como Ian, tan desprendido. Todos los jóvenes que él había conocido eran engreídos y ególatras. Jamás se sacrificarían por nadie. Y ahora llegaba ese jovencito, vestido con ropas limpias pero muy humildes, pidiendo por la vida de un anciano y sacrificando su vida.

La bestia no le respondió. Se acercó y le hizo una seña para que lo siguiera.

Ian no se arrepentía de su decisión, y mientras caminaba se dedicó a observar a la bestia. Era una enorme criatura, más de dos metros podría calcular. Caminaba en dos patas, pero era como un oso o tal vez un lobo. Grande, fuerte, pero no le daba miedo. Además tenía esos ojos...hermosos y misteriosos, como dos flores hermosas. A Ian nunca le habían atraído las cosas bellas, sino las cosas curiosas. Y pese a odiarlo, esa bestia le provocaba mucha, mucha curiosidad.

La bestia caminó hacia una habitación. Se detuvo y volteó a mirar a Ian.

- Te lo voy a preguntar una vez más Ian – le dije acercando su rostro, quedando a solo a pocos centímetros de la cara del niño. - ¿Me tienes miedo?
- No – volvió a responder Ian sin apartar la mirada.
- Pues yo te enseñaré a temerme! – le gruño. Y con la fuerza de su garran empujó a Ian hacia la habitación y lo tiró sobre la cama.

La bestia nunca se había sentido así desde que era Adam. En su juventud había estado con muchos chicos y chicas, pero no se acordaba de haber sentido lo mismo que sentía en ese momento. Desenfreno y excitación pura. Desde que lo vio parado en la puerta, sentía que tenía que poseer a Ian. Jamás en esos 200 años había querido poseer a nadie, tampoco es que hubiera alguien que lo mirara a la cara como lo hacía ese niño, el cual ahora se encontraba echado en la cama mirándolo con horror. Un horror que no tenía nada que ver con su fealdad.

- Qué...qué me vas a hacer? – preguntó Ian asustado. Su corazón latía con fuerza del pánico que comenzaba a sentir. Él era muy inocente en todos los aspectos, nunca había ni besado ni hecho nada con nadie. Tampoco había nadie en el pequeño pueblo que le llamara la atención y nunca había sentido esa necesidad. Pero ahora, teniendo una ligera idea de lo que la bestia iba a hacerle, sintió mucho miedo. Comenzó a llorar presa del susto.
- Voy a enseñarte a tenerme miedo – le gruñó mientras se despojaba de la única prenda que lo cubría, unos ligeros pantalones azules. El enorme miembro rosado y brillante sobresalía de entre el pelaje. Era como el miembro de un perro, pero muchísimo más grande, casi unos 30 centímetros de húmeda y dura carne. Ian lloró con más fuerza.
- Por favor...no me hagas daño...- le pedía mientras se encogía sobre sí mismo. Sabía que si la bestia quería matarlo en ese momento lo podría hacer. Era muy fuerte y con sus delicados brazos nunca podría hacerle frente.
- Témeme Ian...- le dijo antes de comenzar a rasgar con fuerza las humildes ropas del pequeño. Porque Ian se veía realmente pequeño al lado de la bestia, apenas llegaba al 1.70 y era muy delgado, casi femenino.
- No...por favor...detente! – gritaba tratando de recuperar su ropa, pero la bestia la hacía trizas

La bestia no se detuvo y una vez que Ian estaba totalmente desnudo, se separó para apreciar a su víctima. Piel blanca y cremosa, muy apetitosa. Sacó la lengua y comenzó a lamerlo. Su lengua era grande y áspera, tanto que podía abarcar con facilidad casi toda la piel de Ian. Lamió toda la piel que encontró, como un perro lamiendo un hueso.

- Por favor...- repetía Ian, aún no se había rendido, pero la lengua provocaba sensaciones que nunca había experimentado. – detente...- seguía llorando.

La bestia no le respondió y con una de sus garras lo giró y le sujetó los brazos en la espalda, con la cara pegada a la cama. Ian no dejaba de llorar y suplicar que se detuviera.

Lo obligó a ponerse sobre sus rodillas y con la garra libre dirigió su propio miembro hacia la entrada virgen de Ian. Estaba rosadita y tan fruncida que no imaginaba como su gran pene iba a caber allí. Seguramente sería muy doloroso para él. "Bueno, eso le enseñará a no retarme" pensó. Con fuerza se fue introduciendo. Estaba demasiado apretado.

- AHHHHH! ...- gritó Ian. El dolor era abrasador. El pene era enorme y su entrada no parecía ceder al paso. Sentía que su ano se desgarraba. – Por favor! Te lo ruego...para!...me duele! – pedía, pero la bestia seguía introduciéndose en él. Parecía que el miembro nunca iba a dejar de entrar. Felizmente estaba lubricado así que eso iba facilitando el paso.

Adam estaba sorprendido. Sentirse dentro del cuerpo de Ian era de otro mundo. Tan apretado, tan caliente. Comenzó a penetrar con ganas, saliendo y entrando, viendo como su enorme pene era introducido en esa entrada que parecía sufrir mientras trataba de abarcarlo.

La bestia siguió embistiendo con estocadas firmes mientras Ian lloraba. Para el jovencito era demasiado doloroso, y a la vez, algo en su interior se retorcia, provocándole algo de placer. No quería que le gustara, quería odiarlo. Se mordió los labios para ahogar los gemidos que pugnaban por salir de sus labios. Nunca antes había sentido eso, ese punto dentro de él que estaba enloqueciéndolo.

Lo que Ian no sabía, era que el miembro de la bestia estaba rozando su próstata en toda su extensión, y eso era lo que le empezaba a producir placer. Además, el roce con la cama contra su propio miembro lo estaba excitando mucho y tenía miedo.

Sin poder aguantarlo más, Ian lanzó un pequeño gemido que fue escuchado por la bestia, el cual le hizo alcanzar el clímax, llenando de abundante y caliente semen el interior de Ian. Era tanto que entre estocadas este salía y se derramaba entre las piernas del menor.

Ian sintió ese calor por dentro y el aire comenzó a faltarle. No entendía que pasaba con él, pensaba que se iba a orinar pero una sensación electrizante lo recorrió desde los pies hasta el vientre y sin poder evitarlo se corrió. Vio como el espeso líquido salía de su pene y sintió el cuerpo relajado. Él nunca se había tocado y nadie le había hablado de lo que iba a suceder. El miedo lo llenó y aprovechó en que la bestia le liberó los brazos para abrazarse a sí mismo y llorar con ganas.

Adam lo miró desde arriba. Notó los brazos del castaño marcados por la presión de sus garras y el culo que seguía brotando semen y sangre. Siguiendo los instintos animales de los que era preso, se agachó y comenzó a lamerlo todo, el semen de ambos y la sangre, de forma suave y delicada. El sabor metálico comenzaba a excitarlo de nuevo, pero cuando acabó se alejó para dejar descansar al menor.

Ian lo observó sorprendido, pero muy dolido. Estaba triste por haber perdido su virginidad de una manera tan horrible. Estaba asustado porque no sabía que era lo que le pasaba a su cuerpo. Y por sobre todo, pensaba en su abuelo y rogaba que se encontrara a salvo.

- Ahora me tienes miedo Ian? – preguntó la bestia mientras se colocaba el pantalón y se dirigía a la puerta.

Ian pensó la respuesta. Lo había violado y le tenía cautivo en su castillo. Pero, por otro lado, podía darse cuenta del dolor tan profundo del cual esa bestia era preso. Miró la gran ventana que se hallaba al otro lado y sin dudar le dio su respuesta.

- No – le respondió Ian mirando hacia la luna que se alzaba a los lejos.

La bestia lo miró sin ninguna expresión en el rostro.

- Esta será tu habitación. Pronto vendrán a ayudarte con el baño – y sin decir nada más salió del cuarto. Necesitaba pensar y tratar de quitarse esa sensación de culpa del pecho.

Ian no le temía. Pero él si estaba empezando a tener miedo. Miedo a las sensaciones que se acumulaban en él.

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