Capítulo 3: Galletas para perros

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Todo siguió tranquilo por unos meses, y por tranquilo, me refiero a que Nathaniel tuvo que separarnos a Ámber y a mi unas cuantas veces para evitar que acabáramos en detención. Realmente no es culpa mía. Ámber se ha empeñado en arruinar cada segundo de cada día que estamos en el colegio. Tanto Ken como Nath me han dicho que la ignore, y es lo que hago cada vez que se para frente a mí y me insulta. El problema es que conoce muy bien mi debilidad: Ken. Ya hemos desmentido el rumor que Ámber divulgó; Ken les ha dicho a todos que no éramos novios. Pero aún así era mi amigo y lo quería, y ver a Ámber haciéndole daño era algo que me sacaba de mis casillas. Y aquí estábamos de nuevo, Ken fingiendo que estaba bien, pero yo sabía que Ámber había atacado nuevamente. Ya ni siquiera le robaba la comida, era obvio que lo hacía para llegar a la única parte de mí que podía dañar. Dejé a Ken con Violeta, una de nuestras mejores amigas, y fui con Ámber para enfrentarla nuevamente.

—A ver, ¿ahora qué es lo que quieres?

Ella se volteó como si no supiera que estaba allí hasta que hablé. Ambas sabemos que no es así.

—¿Qué es lo que quieres tú? Siempre vienes a buscarme pelea.

—Tal vez no lo haría, si tú dejaras en paz a Ken.

—¿Algún día vendrá él a enfrentar sus miedos o siempre serás tú la novia salvadora?

—No soy su novia, y déjalo en paz de una vez.

—Ámber...—dijo su hermano, apareciendo de la nada.

—Nath...hermano...—dijo ella mirándolo fingiendo un miedo que no sentía.

—No finjas conmigo, te conozco demasiado bien. Ahora, me gustaría que ambas siguieran sus caminos y no inicien otra pelea. Estoy cansado de intervenir siempre entre ustedes.

—Ha empezado ella—nos inculpamos mutuamente y nos fulminamos con la mirada.

—Me da igual, las quiero por caminos diferentes—hicimos caso, yo volví con Ken y Violeta y Ámber se fue con sus aprendices de brujas al hueco de la escalera.

—No debiste ir.

—No le he hecho nada, Ken.

—Aún así, sabes que me usa para fastidiarte.

—Esto no quedará así, te lo prometo—le dije furiosa.

—Nos vengaremos los dos. Haremos que se trague su propio veneno—empezó Ken.

—Y que se muera lentamente—le sonreí maliciosamente.

—Ustedes me dan miedo—dijo violeta haciendo una mueca de terror, Ken y yo reímos.

—Tranquila, no le haremos sufrir mucho.

—El veneno de serpientes tiene efecto instantáneo—añadió Ken.

Violeta se aterrorizó aún más.

—Vi, es broma—le dije riendo.

—Sádicos—dijo ella más tranquila.

—Sabes que no podemos hacerle nada a la "princesa".

—Algún día...—dijo Ken abrazándome.

Íbamos los tres en camino al aula cuando un perro pasó frente a nosotros y corrió hasta el final del pasillo. La directora salió de su despacho completamente loca, gritándonos y amenazándonos para que encontremos a su Kiki.

—Genial, como si tuviera ya problemas con una, aparece otra perra.

—Perro—me corrigió Violeta.

—Da igual, Vi. Hay que encontrarlo antes de que nos castiguen.

—Castigarnos por no encontrar un perro... ¿Qué sentido tiene?

—No lo sé, Ken. Solo hagámoslo.

—Bien.

Estuvimos un buen rato persiguiendo al perro pero no conseguíamos atraparlo, hemos chocado y caído todos sobre todos y a pesar de la frustración de no tener a Kiki, reíamos cada vez que ocurría. Ken y yo acorralamos a Kiki en una esquina.

—Te tengo—exclamamos antes de saltar sobre Kiki, que corrió por debajo de nosotros, haciéndonos caer nuevamente uno encima del otro, pero esta vez quedé debajo de él en una posición nada favorable si alguien pasaba por ahí. Y como el destino siempre quiere arruinar todo, Castiel pasaba por el pasillo para abrir su casillero y nos vio. Puso esa sonrisa perversa suya y dijo:

—Consíganse una habitación—rió y se fue luego de tomar una bolsa con algo que no pude ver.

Ken y yo nos separamos, completamente sonrojados.

—Lo siento.

—Yo lo siento.

—Hey, Jomesy—me llamó el pelirrojo. Tenía a Kiki en brazos. Me acerqué a él.

—¿Cómo has...?

—Con éstas—me mostró la bolsa de galletas para perro—. Si intenta escapar, dáselas.

—¡Galletas! —gritó Ken que no había escuchado nada. Le sacó la bolsa de galletas para perro a Castiel, y dio una mordida como si te tratara de sus galletas favoritas. Pero no era así. Castiel, Violeta y yo tratamos de advertirle, pero él solo manoteó el paquete y sacó una galleta.

—Puaj, ¿qué es esto?—dijo asqueado.

Castiel aguantó la risa tanto como pudo y le dijo:

—¿Eres tonto o qué? Las galletas son para el perro.

—Ya... Lo lamento—respondió él con miedo.

—Llevémosle el chucho a la directora.

—Ok—aceptamos todos.

La directora nos agradeció amablemente por encontrar a Kiki. No esperábamos la gran cosa, pero de todas formar, solo quedó en una felicitación cortés y la orden de volver a clases. Mientras íbamos al aula, recordamos a ken comiendo galletas para perros y su mueca de asco. Él protestó, pero también se reía internamente. 

Volviendo a Empezar (CDM- Kentin)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora