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Aquella vez le ofrecí mi ayuda. Sostuve su mano por un corto instante pero se sintió como una eternidad, hasta que lo alcé del suelo y sus ojos vieron detrás mío como si estuviera huyendo de algo. Me agradeció sin darme tiempo a entregarle su beanie, que estaba aún en el suelo, y se fue de la misma forma en la que llegó: corriendo.



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