Capítulo 4: El príncipe y el arquero

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El príncipe salió de la habitación poco antes de que el sol se asomara por el horizonte. El cielo comenzaba a tintarse de un leve color grisáceo que poco a poco dio paso al azul, con los primeros rayos cayendo sobre los edificios de la armada.

Mirsha caminó sin rumbo por unos minutos, sintiendo que no había dormido lo suficiente: las pesadillas volvieron a hacer acto de presencia, impidiéndole volver a dormir y siendo la razón de que en esos momentos se encontrara ahí afuera, sin saber qué hacer o a dónde ir.

A lo lejos observó a la chica de cabello rojo con la que había estado encerrado en el comedor el día anterior; cargaba un enorme número de libros y frasquitos que parecían a punto de caerse, mientras ella luchaba por mantenerlos en su sitio sin prestar atención al frente.

—Hey, cuidado con eso —advirtió, al tiempo que lo envolvía una sensación de déjà vu. ¿No le había dicho lo mismo a Lena, aquél día en el laboratorio?—. Déjame ayudarte —ofreció mientras se acercaba a Lilineth, extendiendo una mano, pero casi esperando que la chica lo rechazara.

Ella alzó la vista tomada por sorpresa, cosa que hizo que todo lo que traía se cayera de sus manos y fuera a parar al suelo.

—Fantástico —se quejó para sí antes de agacharse a recogerlo.

Mirsha alcanzó a atrapar un par de los frascos y uno de los libros. Se los colocó bajo el brazo y se arrodilló junto a la muchacha, ayudándola a levantar las cosas.

—Lamento haberte asustado —se disculpó, juntando un par de libros más.

Ella negó con la cabeza, juntando todo antes de responder.

—No, tranquilo. Venía pensando en otra cosa. Me sacaron de la torre y eso jamás había pasado y ahora no tengo dónde estudiar y nadie quiere decirme qué sucede y... —Se interrumpió dejando salir un suspiro de frustración—. Olvida eso, lo lamento, no tendría por qué estarme quejando contigo.

—Descuida —replicó el muchacho, levantándose y llevando con él un montón de libros—. Si quieres podemos ir al comedor —ofreció, pero se interrumpió al pensar en lo que había sucedido el día anterior—. O... no, lo siento... puedo ayudarte y luego irme —rectificó al recordar la desconfianza que la muchacha le había tenido.

Hizo equilibrio para mantener todo en un brazo mientras extendía su mano para ayudar a Lilineth a ponerse de pie.

La chica dudó un instante antes de aceptar la mano que el príncipe le ofrecía y ponerse de pie, llevando todos los frascos entre sus brazos.

—No... de hecho... Alexander me ha pedido que te lleve a desayunar —respondió negando con la cabeza a pesar de no lucir del todo convencida—. Sólo... iré a dejar esto antes —explicó mostrando lo que llevaba en manos—. Necesito tenerlos para seguir trabajando.

Mirsha hizo una mueca, pero optó por no decir nada.

—Te sigo —anunció, sujetando con firmeza los libros que él había recogido.

Lilineth asintió, dedicándole media sonrisa débil antes de comenzar a caminar al mismo edificio donde Mirsha había pasado la noche.

—¿Esa es la puerta de tu habitación? —preguntó Mirsha cuando se acercaron, dándose cuenta de que, si era así, la muchacha había dormido en la habitación de al lado.

Por alguna razón, aquello lo hizo sentir increíblemente incómodo.

—Sí, esa es mi habitación —confirmó la bruja, adelantándose para abrir y dejar pasar al príncipe.

Mirsha no dijo nada mientras entraba, sintiendo que sus orejas se ponían calientes. ¿Lo habría escuchado gritar en la noche? Rogó por que no hubiese sido así.

Cuentos de Reyes y Guerreros I: El MagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora