¿Asquerosos?

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Pasaron quince minutos y la calle se quedó totalmente desierta. Solo estaba yo en el escalón de la plaza.

Me había sumido en mis pensamientos y no me di cuenta de que Michael ya estaba allí hasta que, literalmente, tenía su cara pegada a la mía.

-Pensé que tendría más ganas de verme cuando viniera en tu rescate - dijo fingiendo despecho y gran heroícidad.

-Oops, perdona, ni siquiera sé en qué estaba pensando.

-Mirando a la nada pensando en todo - recitó con voz sentimental.

Mientras nos reíamos comenzamos el camino de vuelta. Bueno, en verdad yo solo seguía a Michael.

Nos quedamos en silencio, algo extraño porque siempre eramos dos cotorras.

- Oye -Michael rompió el silencio- ¿Te molestaría mucho que dejaramos lo del lago para otro día? -antes de dejarme reaccionar siquiera continuó.- Es que se ha hecho un poco tarde y no tengo muchas ganas de camimar.

Me miró con miedo a que me enfadará, pero esa no era ni de lejos mi reacción.

-Bueno, no me enfadaré tanto solo si haces una cosa.

Ya que tenía oportunidad no la iba a desaprovechar, ni de lejos me iba a enfadar.

-Dime.

-Dame un beso.

-¿Eso es lo que quieres?

Se puso en frente de mi, puso sus brazos alrededor de mi cuello y bajando su cabeza, ya que era considerablemente más alto que yo, juntó sus labios con los míos.

Todo era perfecto hasta que unos niñitos que iban a la plaza a jugar fútbol nos gritaron con burla:

-¡Asquerosos, iros a un hotel donde la sociedad no pueda veros!

Todos se rieron. Nosotros nos miramos un poco cortados y seguimos caminando. Cuando cruzamos la esquina rompí el incómo silencio que se había posado sobre nosotros.

-Son unos inmaduros, seguro que ni siquiera han besado a nadie.

-No te preocupes, no importa la opinión de nadie más que la nuestra -dijo después de soltar una pequeña carcajada.

Pasó un brazo por mi hombro y ladeó su cabeza apoyándola en la mía.

-Ya cumplí mi parte del trato. ¿Estoy perdonado?

-En verdad no me enfada que no quieras ir. Se hizo bastante tarde. Lo mejor será que volvamos.

-No me gusta que me engañes -soltó imitando a un niñito pequeño.

Después volvimos a estar en silencio. Esto se estaba convirtiendo en algo extraño, nunca nos pasaba.

Esta vez nadie rompió el silencio, supongo que pensamos en disfrutar la compañía del otro sin necesidad de palabras sin sentido.

Yo comencé a pensar que le regalaría en su cumpleaños, quedaban solo unas semanas para la fecha señalada en todos mis calendarios.

Entonces llegamos a la avenida donde nos habíamos separado.

Por La CiudadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora