Capítulo 1

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Todo el pueblo se había reunido alrededor de la casa en la que horas antes había entrado el doctor con un gran maletín, desde dentro se escuchaban los gritos de dolor de una mujer dando a luz, los vecinos no paraban de hablar de lo hermoso y encantador que sería el bebé, tenía que parecerse a la madre, quien era una mujer de asombrosa belleza.

El sol comenzó a esconderse con el paso de los minutos y las horas, hasta que llegó el momento en el que los gritos cesaron y dieron paso al llanto del recién nacido.

Los más cercanos a la madre del nuevo bebé entraron a la casa y el resto se limitaba a mirar por las ventanas o la puerta, todos estaban muy felices y no paraban de hacer comentarios acerca del pequeño.

—Es igual a su madre —dijo una mujer que estaba al lado de la puerta.

—Se ve muy hermoso —comentó otra mirando por la ventana.

—¡No puedo esperar a cargarlo! —dijo una anciana que estaba al lado de la madre.

Hombres y mujeres reían y sonreían. El doctor había tomado al bebé en brazos y se encargaba de limpiarlo. El parto no había tenido dificultades, el pequeño estaba sano y salvo.

—Es un niño —anunció el doctor de repente.

Todos los presentes aprovecharon para exclamar algo. Ana era una mujer muy querida por todos en el pueblo, y por ende su hijo había sido recibido por las miradas de amor de muchos de los pueblerinos.

—¿Cómo se llamará? —preguntó un niño que había logrado entrar a la casa.

—Su nombre será Damián —dijo la madre en un suspiro mientras el doctor le entregaba al niño envuelto en unas sábanas—. Mi pequeño Damián...

Cada uno de los presentes se iba acercando poco a poco. Los familiares se acomodaron al lado de la cama, mientras que los vecinos miraban de frente la escena. Todos maravillados ante el hermoso milagro de la vida.

—¡Está abriendo sus ojos! —gritó un chico.

La habitación permaneció en silencio, todos miraban expectantes aquella escena.

—Seguro tiene los ojos de su madre —comentó la hermana de esta.

Ella se limitó a sonreír, a pesar del silencio no era una situación para nada incómoda, se sentía un ambiente familiar y acogedor, pero esa sensación sólo duró hasta que el pequeño milagro abrió sus ojos. No eran como los de su madre, no tenían forma de saber si eran como los de su padre, pero una cosa era segura, no eran como los de nadie más, un rojo carmesí brillaba dentro de ellos.

De un momento a otro, las sonrisas se volvieron muecas, las miradas de asombro se habían vuelto de un profundo desprecio. Todos entendieron lo que ese color rojizo significaba.

Sus ojos tenían el color de la maldad.

—Son rojos... —susurró un hombre.

Todos ellos lo habían notado, sin embargo nadie era capaz de creerlo.

—Es el color del demonio —dijo la misma anciana que momentos antes moría por cargar al pequeño­—. ¡Ese niño está maldito! Tenemos que deshacernos de él antes de que nos mate a nosotros.

La madre no reaccionó de inmediato, debido a que todavía estaba aturdida por el parto. Cuando procesó las palabras de aquella mujer, su primera reacción fue querer levantarse de la cama.

—No pueden matar a mi bebé —dijo esforzándose por hablar—. No es ningún demonio.

—Los ojos rojos son la prueba —proclamó la mujer—. El niño debe pagar su pecado.

Legado del caos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora