Capítulo 3

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Durante el transcurso de la noche, Damián no logró dormir ni un solo minuto, el estruendo de los truenos le aterraba, el clima era demasiado frío debido a los fuertes vientos, la celda se encontraba inundada, ya que el agua de la lluvia escurría por la ventana. Fue una noche larga y solitaria, eso sin duda alguna.

Ana salió de su casa en cuanto se percató de la salida de los primeros rayos del sol. No podía esperar la hora de reunirse con Max en el bosque, él le indicaría el lugar por el cual podría estar comunicándose con su hijo.

Se dirigió al mercado, tenía pensado comprarle dulces para levantarle un poco el ánimo, después de todo eran su comida favorita, sólo los había probado una vez en toda su vida, un día en el que Ana logró entrar a la celda con unas paletas escondidas en su bolsa, la expresión de Damián al probar algo diferente fue sin duda encantadora, más sonriente que nunca. Quería volver a ver esa hermosa sonrisa en el rostro de su hijo.

Aprovechó y se dispuso a comprar unas sábanas, no podía evitar pensar el frío que debía sentir Damián durante la noche, en especial durante aquella época otoñal, la lluvia se hacía presente prácticamente cada que el sol se escondía. Justamente cuando estaba a punto de salir de todo ese conjunto de tiendas, se detuvo de un momento a otro. En un pequeño puesto vendían juguetes de madera tallados a mano, la anciana que los vendía no paraba de gritar a diestra y siniestra para atraer la atención de posibles compradores, Ana no se pudo resistir y se acercó a aquella mesa en la que estaban las pequeñas figuras, la anciana, al ver a una mujer observado sus productos, inmediatamente caminó para atenderla.

—¿Está buscando algo en específico, señorita? ­­—preguntó la señora mientras señalaba la mesa.

—Realmente no­ —dijo Ana amablemente, observando a detalle los juguetes—. Aunque me gustaría comprar alguno.

Una sonrisa se formó en el rostro de la anciana, era casi evidente que no había tenido un solo cliente en varios días.

—Ya veo. ¿Desea regalárselo a un niño? —especuló.

—En realidad es para mi hijo —comentó Ana sin pensarlo mucho, después de unos segundos reaccionó, ella misma se había desenmascarado, dejando a entender que se mantenía en contacto con Damián.

—¡Seguro debe de ser su cumpleaños! —exclamó alegre la anciana­—. Podría llevarle alguno de estos.

La mano arrugada de aquella mujer apuntaba hacía unas figuras de madera con forma de animal. Había de todo, desde perros, gatos y pájaros hasta serpientes, cocodrilos y murciélagos.

—Vaya, es bastante ágil haciendo estás cosas —dijo Ana dirigiéndose a la señora.

—Se lo agradezco mucho. Viajo por todo el país vendiendo los productos artesanales de mi pueblo, como podrá observar no he tenido suerte ­—explicó riendo.

Era bueno que aquella señora no fuese del pueblo, así podría estar tranquila acerca de lo que dijo minutos antes.

—Es una lástima, son verdaderamente bellos —dijo mientras tomaba un pequeño caballo tallado a mano­— Supongo que llevaré este. Sólo espero que le guste.

La anciana sonrió, por una parte, estaba feliz porque por fin podía vender algo después de días, y por otra, su clienta había elegido una pieza muy peculiar.

—Le comentaré algo ­—dijo la señora acercándose más a Ana­—. Todas las figuras que aquí puede ver tienen su propio significado espiritual. La que usted ha elegido representa grandeza para los hombres, el poder que estos tienen para superar los obstáculos, para después conquistar.

Legado del caos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora