Capítulo 4

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El tiempo siguió su curso, Ana continuaba visitando frecuentemente a Damián, Max encubría los encuentros de esta madre con su hijo, la mayoría de los encargados de la seguridad del pueblo había dejado atrás el asunto del chico, tenían preocupaciones más grandes que atender a su parecer.
Los obstáculos se sobrepasaban con el paso del tiempo. O tal vez algo se estaba planeando detrás de esta feliz fachada.

Absolutamente todos los jefes habían decidido dejar encerrado a Damián, no tenía caso darle más rodeos al tema, este no tenía forma alguna de lograr escapar. Todos estuvieron de acuerdo con esta elección, a excepción de una persona.

—Sé que Ana trama algo —dijo el alcalde al jefe de policía mientras cruzaba los brazos.

El oficial puso una expresión designada, que a la vez demostraba molestia. El gobernante era demasiado necio cuando se trataba de contradecir a los otros, siempre quería que las cosas se hicieran como él lo deseara, tenía una actitud muy infantil para ser el representante de aquel pueblo.

—Ana no planea nada. Además, si así fuese, es sólo una mujer, ¿qué podría hacer? —dijo Albert despreocupado a la vez que se sentaba en su escritorio y tomaba su taza de café, para después llevársela a los labios y beber de ella.

—Ese es el problema. Nadie sospecha de las mujeres, cuando en realidad son las más astutas —dijo el alcalde aún de pie.

—Estás exagerando, Graham —dijo Albert a carcajadas—. Deberías descansar un poco, ese trabajo acabará contigo.

—Y esa actitud tuya podría acabar con tu trabajo, si es que sigues de esta forma —dijo Graham volteando a ver a su amigo—. Después de todo, soy tú jefe.

Albert, quién estaba tomando un sorbo de su taza de café, se sobresaltó, provocando que derramara un poco del líquido amargo en su uniforme laboral.

—Si, lo sé —dijo mientras limpiaba con un pañuelo la mancha—. No debes presumir para recordármelo.

Graham caminó alrededor de la habitación, daba vueltas, de un lado a otro, sin parar. Albert se limitaba a mirarlo de una forma divertida, sabía que su jefe no pararía hasta lograr terminar con Damián, y eso era lo más entretenido, pues no tenía oportunidad para poder acabar con él, ya que todos habían acordado que no debían matarlo. Por mucho poder que este tuviera al ser el alcalde, no se le permitía tomar decisiones sin el consentimiento de los jefes de las demás áreas, la forma de gobierno en aquel pueblo no dejaba de ser democrática e igualitaria, sin importar las ideas y principios tan descabellados de sus habitantes.

En medio de su desespero, se congeló un momento, justo en frente de la ventana, una idea pareció haber surgido en él. Una idea que pondría de cabeza todo.

—¿Y si la vigilamos? —preguntó de repente dirigiéndose al jefe de policía.

—¿Hablas de Ana? —preguntó Albert, a lo que el otro asintió—. Estás demente, no tienes argumentos, nadie te apoyará.

El hombre se quedó pensando un momento en las palabras de su compañero. Era verdad que no podía acusar a Ana de nada, pero tampoco podía asegurar que fuese del todo inocente, después de todo, era la vida de su hijo la que estaba en juego, ninguna madre pasaría por alto este hecho.

—Si no quieren ayudarme no tienen por qué hacerlo —dijo Graham con una mirada sombría atravesando todo su rostro—. Yo mismo me puedo encargar de todo este asunto.

—¿Qué estás tramando? —preguntó Albert con una sonrisa dibujada en los labios. Al no obtener respuesta alguna suspiró—. Has lo que quieras, solamente abstente de cometer algún un delito, ya tengo suficiente papeleo que hacer.

Legado del caos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora