capítulo 13

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Oriana

Iba camino al trabajo cuando llegó la nefasta llamada. Tía Olga estaba internada. Giré en dirección al hospital. Desde mi regreso, su salud había mejorado notablemente pero en los últimos días no se estaba sintiendo bien. Se había estado quejando de que andaba demasiado cansada y con mucho sueño, creí que era debido a la edad y tomé la decisión de mudarme con ella a su departamento para poder cuidarla.

Dos semanas antes de que la internaran vendí mi casa y me mudé nuevamente al departamento donde había crecido. Uno de los motivos por lo cual lo hice, y el único que reconocí abiertamente, fue el de cuidar de mi única familia. Pero detrás de ese motivo se escondía uno más perturbador, uno que no me atrevía siquiera a analizar en la intimidad de mi pensamiento.

 Mi casa ya no resultaba un hogar para mí. Era un recinto frío, desprovisto del calor humano. La soledad, una soledad agobiante acompañaba mis horas cada segundo que pasaba refugiada en su interior. Olía al perfume sintético, nauseabundo de los aromatizantes de ambientes, aroma que solo me recordaba la superficialidad que había adquirido la vida en la sociedad moderna. La luz que brillaba desde la bombilla era blanca como la del hospital en donde yo trabajaba, tan blanca y tan fría como la nieve… o aún más fría. En las noches me costaba conciliar el sueño, los ruidos de la ciudad invadían mi domicilio impidiendo mi descanso. El suave crepitar del fuego y el silbido del viento en los árboles había sido sustituido por el estridente tronido de bocinas o las incesantes sirenas de la policía, bomberos y ambulancias. Horas enteras me pasaba sentada en la ventana que daba a la calle viendo como las patrullas perseguían algún auto o como simplemente hacían su ronda, tomando una taza de chocolate que no resultaba lo suficientemente caliente como para evaporar el frío que sentía desde que había recobrado la libertad.

Me detuve frente al hospital. Pregunté en recepción adonde habían llevado a mi tía. Subí al segundo piso donde un médico me informó de la gravedad del asunto. Tía Olga, estaba muriendo.

—No podemos decir con exactitud cuánto tiempo le queda, tal vez no pase la noche—el doctor se retiró dejándome sola con mi dolor. Jamás me había sentido más sola en mi vida. Siempre tuve miedo de arriesgarme, de la gente, de vivir. Lloré en silencio, con intensidad sintiendo como el último pilar de mi vida se iba derrumbando. Necesitaba un abrazo, ¡Dios! cuanto necesitaba un abrazo, alguien que me dijera que todo iba a estar bien.   

Un joven mensajero se acercó hasta donde yo estaba, cargaba con un puma de felpa gigante en posición de asecho. Mi corazón se detuvo un instante durante el cual me fue imposible respirar.

— ¿Oriana…?—buscaba mi apellido en la tarjeta sin éxito.

—Sí, yo soy Oriana—le respondí cuando pude recobrar el dominio de mi cuerpo.

—Esto es para usted, firme acá por favor—me extendió una libreta donde debía poner mi firma, me entregó el animal del cual colgaba una tarjeta que rezaba “para Oriana: que todo salga bien, sinceramente H y O” nada más. Me apresuré a quitar la tarjeta y romperla en mil pedazos. No tenía intenciones de repetir las interminables entrevistas con la policía. Pensé que ellos habrían huido lejos, muy lejos y que jamás iba a volver a tener noticias de ellos. Pero ahí, descansando en mis rodillas, estaba la prueba de que no solo no se habían esfumado, sino que además estaban al corriente de lo que sucedía en mi vida. Abracé el muñeco depositando en la suave tela toda la angustia que sentía por lo que estaba viviendo, mientras los recuerdos regresaban a mí como un torrente de imágenes y palabras que me envolvían por completo.

Pasé por al lado del oficial sin mirarlo siquiera, solo quería llegar a casa de mi tía ¿Debería realizar la denuncia? <<Claro que sí y cuanto antes mejor>> pensé, pero no sabía cómo hacerlo ¿Qué diría? ¿Iba a verme obligada a contar los sucesos que ocurrieron entre nosotros, una y otra vez? Podía imaginarme la escena; yo sentada en el centro de una habitación iluminada por una lámpara y rodeada de agentes de la ley que preguntaban una y otra vez que me había ocurrido estando en cautiverio. Yo estaría forzada a relatar cómo habían abusado de mí, a un montón de desconocidos que se lo estarían imaginando en sus sucias y pervertidas mentes. No. No estaba dispuesta a pasar por eso, al menos no de momento <<no les querés hacer daño, admitilo, los estás protegiendo>> mi enemiga interna despertaba de su letargo y me sonreía con malicia al decir esas palabras <<no, no es verdad ¡callate!>> la reprendí aún sabiendo que algo de cierto tenían.

Crónicas de EstocolmoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora