CAPÍTULO I

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Antes de nada, déjame decirte que esto no es una advertencia y tampoco es ninguna carta de "amor trágico" para que me tengas pena y llores con el final de este libro, porque yo no te acompañaré con la tristeza. Ni siquiera sé lo que significa esa palabra, hace muchos años que dejé de sentirla y me volví inmune a todo sentimiento que transmitiese un final fatal hacia las personas.

Perdí la capacidad de sentir el día que conocí a Harry.

Tampoco quiero que sigas leyendo si piensas que aquí encontrarás un final feliz y de los de "y comieron perdices" porque no lo encontrarás. Esta es una historia de amor, y el amor nunca ha terminado bien. Bueno, ¿a quién engaño? La vida nunca ha terminado bien.

No pienses que he caído en una depresión y que no sé controlarla, que lo único que quiero hacer es contagiarla a la persona de mi alrededor. No es así, yo solamente soy realista y ese castaño rizado me enseñó a descubrir lo que es la vida en realidad.

No pienses que le guardo rencor a ese chico, jamás lo haría. Él fue mi primer y único amor, sin él no hubiera llegado a donde estoy ahora. Sé que quizás esa hubiera sido la solución a todos mis problemas, pero si las soluciones no me van a dejar sentir los placeres de la vida... no me valen las soluciones.

12 de julio de 1973

Ese sentimiento de soledad y se no estar en tu lugar en ningún momento, preferir estar solo a juntarse con gente que te hace sentir incómodo. Así me sentía yo.

Era la fiesta de mi decimoséptimo cumpleaños y cumpliendo con la tradición de todos los malditos años, me encontraba siendo empujado por mis compañeros de instituto dentro de un bar que olía a marihuana. Todo lo que destacaba ahí eran las luces de diferentes colores atravesando cada cuerpo moviéndose en la pista de baile, restregándose con otros al son de los Beach Boys.

Nos dirigimos a una esquina del lugar, sentándonos en un enorme sofá color verde brillante, mirando al resto de personas que se encontraban bailando.

Mientras mis amigos se fumaban unos porros, yo me dedicaba a jugar con mis manos y observar todo lo que me rodeaba, sin saber realmente qué hacer. Me sentía fuera de lugar.

Ahí estaba yo, Louis Tomlinson, de tan solo diecisiete años, en un bar para mayores de edad donde te permitían drogarte todo lo que quisieras sin ser llevado a prisión. Cualquier adolescente que estuviera en mi lugar se sentiría afortunado, pero yo no. Prefería quedarme en la soledad de mi habitación, leyendo algún que otro poema o incluso escribiendo yo mismo.

Varias chicas me pidieron salir a la pista de baile, pero yo rechacé sus invitaciones amablemente, siendo insultado por mis compañeros, ya que era demasiado tonto por no querer bailar con esas chicas tan guapas. Yo solté un bufido, sin molestarme en responderles. No estaba de humor para acostarme con nadie hoy, por mucho que ellos dijeran que eso era para lo que habíamos venido.

Me limité a sonreír a cada persona que cruzaba su mirada con la mía, hasta de pronto lo vi. Jamás me sentí atraído hacia un hombre y no pensé que eso fuera capaz, hasta que unos ojos verdes me miraron con tanta intensidad que creía que había encendido una fogata en mis entrañas. Vi como su lengua recorría suavemente sus labios color frambuesa y sentí ganas de llorar por lo hermoso que era ese chico. Sus colmillos se hicieron presentes, tan blancos como el resto de su dentadura.

Debía irme de ahí si no quería que nada malo sucediese, pero cuando el chico de rizos me hizo un gesto con la cabeza para que me acercara a él la razón me falló y me levanté sin rechistar.

Perdí de vista a mis amigos, pero me era indiferente. Solo quería llegar hasta aquel joven tan hermoso y saber todo a cerca de él, su mirada me obsesionó y quise que mirara por el resto de mi existencia con esa intensidad.

Cuando llegué al lugar donde estaba ese rizado, pensé que había sido una alucinación y que mi cabeza me estaba jugando una mala pasada, pero no. Una mano fuerte recorrió mi espalda con parsimonia y me quedé congelado en el sitio, queriendo que ese tacto jamás acabara. Pronto sentí su respiración cerca de mi oído y una voz grave y ronca me hizo suspirar.

"Soy Harry" eso fue todo lo que me dijo esa noche y fue suficiente para mí cuando su respiración se hizo pesada y bajó hasta mi cuello, haciéndome sentir débil bajo su aliento.

Estaba tan excitado que creía que me caería al suelo en cualquier instante. Ese hombre me estaba haciendo delirar de una manera muy poco común sin ser tocado de verdad, solamente sintiendo su presencia cerca de mí, tan cerca.

Parecieron horas las que pasó sin pronunciar una sola palabra y lo único que hiciera eran soplar un laberinto sobre mi mandíbula.

"Sométeme al placer que conllevan tus besos,

Hazme delirar hasta que la luna sea invisible.

Bésame con el alma, a la vez que con tu toque.

Hazme sentir débil y ámame.

No digas ni una sola palabra,

Solo déjame ser quien te dome.

Hazme retroceder en mis pasos,

Y hazme sentir el sabor salado de tus brazos."

Por fin tuve el valor de girarme, su sonrisa me hizo sentir escalofríos en mi espina dorsal. Su mirada era infinita y no supe por qué mi corazón comenzó a latir demasiado deprisa, tanto que creí que me desmayaría. Sus ágiles dedos sujetaron mi mano derecha y la llevaron lentamente hasta sus labios, acariciándolos. Me estaba dando permiso para tocarle, y lo hice. Le acaricié cada milímetro del rostro y parecía a gusto con mi toque.

Realmente pensé que estaba viviendo un sueño (o una pesadilla), porque todo en ese momento parecía inmenso, me sentía tan débil y tan invencible que quería gritar por el deseo que me estaba recorriendo.

Dirigió su mirada a mis labios y más tarde a mi cuello, que había estado examinando minutos atrás. No sentía nada más que sus ojos y su tacto, me sentía mal.

Llevó su boca a mi cuello y comenzó a besar sin pudor, lentamente y haciéndome gemir en mi interior. Hubiera dado todo el oro del mundo por estar solo con él en ese momento, y poder tocarle cada marca de su cuerpo.

Olió mi desesperación y sacó su lengua de su boca para trazar un camino desordenador por las venas de mi cuello, mi respiración se tornó agitada. Era el momento más excitante que jamás había vivido.

Levanté su rostro con mis manos y analicé cada pulgada de su cara, quería besarlo tan fuerte y tan lento al mismo tiempo, mis piernas comenzaron a fallar. Quería decirle que me sacara de allí e hiciera conmigo cualquier cosa que quisiera. Pero mi oído se agudizó y antes de que pudiera besarle, los gritos de mis amigos (ahora ya bastante drogados) me despertaron de mi ensoñación.

Tenía que irme.

Harry pareció darse cuenta, porque enseguida se apartó de mí y se dirigió hacia los baños del bar. No se despidió de mí y eso dolió como los infiernos.

Aquella noche, ya en mi cama, fue la primera vez que supe que Harry me causaría graves problemas.


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