CAPÍTULO II

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Había pasado exactamente una semana desde aquel accidente en ese bar de mala muerte, sí, yo reconocía eso como un claro accidente. Nunca me había sentido atraído hacia los hombres, había tenidos dos novias antes de que eso sucediera y había sido feliz, jamás me había llegado a cuestionar cómo sería tener relaciones sexuales con un chico. Hasta ese día. El rizado había encendido algo en mí, que no había salido jamás a luz, nunca había sentido tanta excitación como esa noche.

Cada vez que recordaba el tacto de sus dedos recorrerme la mejilla o el roce de sus labios en mi cuello me sentía desvanecer. Me había quedado con las ganas de darle un beso, eso hubiera sido un regalo traído desde el cielo. Sus labios se veían hermosos a la luz de esas luces de fiesta, no había visto labios tan apetecibles en mi vida.

Por desgracia, cuando fui con mis amigos después de separarme del chico rizado, ellos me preguntaron quién era ese chico y por qué me había estado besando el cuello. Yo les dije que había intentado sacármelo de encima, pero había sido imposible porque era bastante más grande que yo. Desde entonces, ellos había comenzado a utilizar varios términos despectivos hacia él, como "mariquita", "maricón", etc. Yo tragaba duro cada vez que oía esas palabras, ya que no me podía imaginar cómo hubieran reaccionado al saber que fui yo el que se acercó a él y que habría acabado teniendo sexo con él ahí mismo si no hubiera sido por la interrupción de ellos.

Suspiraba cada vez que recordaba esa mirada verde perdida, me recordaba a tantas cosas a la vez. No sabía realmente qué era este sentimiento que me recorría el sistema nervioso como si fuera una corriente eléctrica a punto de explotar. Así me sentía yo. A parte de estar completamente frustrado sexualmente, ese chico había abierto algo en mí que no era normal.

Era por eso que hoy, sábado, iba a ir con mis compañeros al mismo bar donde celebramos mi cumpleaños. Realmente quería encontrarme de nuevo con ese chico tan apuesto.

Las horas se pasaban como si de siglos se tratasen.

Cuando el reloj de pared de la cocina de la casa marcó las nueve de la noche, me levanté de la silla y me marché gritando un "Llegaré tarde" a mis padres, que sabía perfectamente que no se molestarían en escuchar.

Llegamos una hora después al bar y nos adentramos velozmente al lugar, buscando un sitio escondido para que mis amigos pudieran drogarse sin ser molestados por nada ni nadie. Odiaba las drogas, y durante ese momento que estaba pasando Estados Unidos, los jóvenes no paraban de drogarse, sin importarles lo que después les pasara. Eso acabó con la vida de muchas personas conocidas.

Tras mucho tiempo buscando, decidieron sentarse en el mimo sofá de la otra vez. Perfecto. Nos sentamos todos y yo comencé a hacer la misma rutina del otro día, miré por todas partes intentando encontrar a cierto chico de cabello rizado, mientras los chicos a mi alrededor se liaban un par de porros.

Comencé a desesperarme muy rápido al no visualizar al muchacho, pero tan rápido como decidí levantarme y marcharme, un par de ojos más verdes que nunca me miraron. Mi cuerpo se detuvo y tragué saliva intentando tranquilizarme. Ahí estaba él. Mirándome ferozmente. Mi cuerpo comenzó a calentarse y a responder inmediatamente a la mirada de Harry.

El hombre me hizo una seña para que me acercara y lo hice. Al estar allí, sin decirme nada anteriormente, acercó su rostro a mi cabello y lo olió. Para muchos habría parecido una acción un poco extraña, pero a mi me debilitó como nadie, excepto yo, sabe.

Rápidamente agarró mi pequeña mano y me dirigió al pasillo donde yo creía que se encontraban los baños. No vi baños por ninguna parte, ya que lo único que podía sentir, eran los labios de Harry moviéndose en mi cuello. Quería gemir alto y fuerte.

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