Decidiendo qué hacer

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El día siguiente fue como de costumbre. Me levanté a las seis para ir a la lechería, mi último trabajo aceptable. Me encargaba de que la máquina que rellena los brick de leche lo hiciera bien y además colocaba en palés los brick llenos. Tuve suerte de conseguir un trabajo ahí porque era de lo más relajado que había hecho hasta ese momento y cobraba un buen sueldo. Antes de la fábrica, estuve trabajando de camarera, de limpiadora de casas, de pizzera y de teleoperadora, y no precisamente en ese orden. Todos eran una basura, la verdad, pero me daba para pagarme una habitación.
Me mudé a Asturias cuando tuve dieciocho años para alejarme de mis padres. Desde que se separaron, quise huir de esa casa de locos. Los detestaba por portarse así entre ellos y que no contasen conmigo para nada, sólo me querían para meterme en medio de sus disputas. Mi intención era ir con mi abuela a vivir, pero para cuando me pude mudar ella ya estaba en una residencia. Así que me tocó buscarme la vida. He vivido en lugares asquerosos con gente maleducada y estúpida. Fue muy desagradable.
Por suerte, de eso hace ya unos cuantos años, y ahora a mis veintitrés, puedo decir que estoy rodeada de buenos amigos, como Ruth y Manu, mis compañeros de piso. A Ruth la conocía desde hace ya tres años en este mismo piso donde vivimos. Yo acababa de entrar a trabajar en la pizzería y venía de pasar unas semanas espantosas en la casa de una antigua compañera del bar donde trabajaba de camarera. Así que necesitaba un cambio de aires que me animase un poco. Cuando entré en ese piso donde estaban Ruth y Estela fue como llegar al cielo. La decoración era genial, estaba todo limpio y ellas eran majísimas. Sin pensarlo dos veces me quedé a vivir. Las tres fuimos muy buenas amigas y las risas que nos echamos fueron muchas. Cuando Estela terminó la carrera se fue a vivir a Dublín, y su hueco lo llenó Manu. Era un chico estupendo, atento, cariñoso, bromista y también un poco cabezón... Salimos durante unos pocos meses, pero no funcionó. Aún así somos buenos amigos. Heliodoro lo quería mucho porque Manu jugaba con él y le hacía de rabiar.

Durante un tiempo estuve pensando en que la llamada de Guido fue todo menos normal. No paraba de darle vueltas. Si realmente era un amigo de mi abuela, ¿por qué nunca lo había visto en la residencia o en el hospital? Sin embargo, tenía una carta de ella y parecía que Heliodoro lo conocía. Quería saber qué era lo que decía y qué tenía que enseñarme. Pero a la vez me daba mucho miedo. Realmente debieron de pasar como tres semanas hasta que reuní el valor suficiente para llamarle. Como no quería hacer esa llamada sola, me llevé a mi fiel pajarito. Supuse que a él también le gustaría saber sobre qué hablábamos. Desperté a un Heliodoro profundamente dormido en su jaula para hacerle subir a mi hombro. Me senté en la cama y cogí el teléfono mágico. Hice como me había dicho la otra vez: descolgué el auricular, cerré los ojos y pensé en la voz que me atendió el otro día. De pronto se puso una operadora.
— Buenos días. En estos momentos estamos dirigiendo su llamada al usuario indicado. En breve será contestado. ¡Muchas gracias y disfrute de nuestro servicio!
El teléfono empezó a dar tonos de llamada hasta que al tercero se descolgó.
— ¡Hola Cauldia! — respondió alegre la vez de Guido—. Pensé que ya no ibas a llamar nunca. Menos mal que mi esposa tenía razón y al final te has decidido.
— Hola, sí. No me puedo creer que esto funcione — dije asombrada. Heli empezó a bailar en mi hombro, moviendo de arriba a abajo la cabeza, mientras decía "hola Guido" una vez tras otra.
— Pues claro que funciona. Los teléfonos mágicos nunca te dejan tirado, no como los móviles que pierden cobertura... Esos cacharros son copias de nuestros teléfonos. Seguro que fue algún mal nacido venido de magilus que lo inventó. Menudo perla tenía que ser.
— Sí, bueno... Te quería preguntar cuándo nos vemos.
— Ah, pues claro. Ya me desviaba yo. ¿Te viene bien mañana? Es sábado y mi mujer hace un pote montañés que está buenísimo. Te invitamos a comer. Vendrá Max y seguro que te gustará saber en qué trabaja.
— Vale... Suena bien.
— También tenemos cosas para Heliodoro. Llévalo contigo.
— Comida, fruta, mijo – dijo Heli mientras aleteaba. Era un glotón.
— ¿A dónde tengo que ir? — le pregunté.
— No te preocupes, vamos nosotros a buscarte. Estate lista a la una. ¿Te parece bien?
— Sí, sí.
— Bien, entonces hasta mañana.
— Adiós.
Colgué el teléfono. Ya estaba hecho, iba a ir a la casa de unos desconocidos en su propio coche. Suponiendo que fuese un coche. Podría pasar cualquier cosa. Fui a la cocina con Heli en el hombro para ver si merendaba algo. Me encontré con Ruth sentada en la mesa ojeando una revista de moda.
-- Mañana no me esperéis a comer, ¿vale?
— ¿Ya tienes planes? — me dijo sin levantar la mirada de la revista —. ¿Te ha invitado un chico?
— Podríamos decir que sí. Pero no es lo que tu piensas — esta vez había conseguido captar su atención. Ruth me miraba con un gran interrogante pintado en la cara —. Es con un amigo de mi abuela. Dice que le dejó una carta en el testamento donde le explicaba que me tenía que enseñar algo.
— Eso suena un poco pervertido Clau. ¿Qué te querrá enseñar un viejo? ¡Qué horror! No vayas, suena a secuestro total.
— Gracias por los ánimos. Pero no, llamé al notario para preguntarle si de verdad existía esa carta y me lo confirmó — cogí una magdalena y me serví una taza de café para después sentarme al lado de Ruth.
— ¿Y a dónde vas a verle? — dijo pensativa.
— A su casa. Me ha invitado a comer con su familia.
— Joe, en serio, suena a Matanza de Texas.
— Guido bueno — dijo Heli.
— Vale que seas muy listo periquito, pero esto es cosa de humanos y un pajarito como tú no tiene opinión— Heliodoro chilló molesto.
— No te preocupes Ruth. Te mantendré informada por el móvil. Cuando no me vean te escribiré mensajitos. Así si se pone feo puedes llamar a las fuerzas armadas para que me rescaten — bromeé.
— Bueno. Pero que sepas que es un poco raro. Tú es que eres muy buena y no quiero que te hagan daño. Sólo eso, ten cuidado. Luego seguiremos hablando de esto, que ahora me tengo que ir a comprar unas cosas.
Mi amiga me abrazó. Recogió su revista y se despidió. Cuando por la noche vino Manu ya se había enterado de mi cita del día siguiente y los dos estuvieron bromeando sobre el tema. Tanto, que se bajaron la última versión de La Matanza de Texas para obligarme a verla con ellos por la noche. Tener amigos para esto.

La abuela SilvinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora