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El horario escolar en Lilvianna era bastante diferente al que Gioia estaba acostumbrada en su antigua ciudad. Éso fue lo primero que le dijo su madre cuando llegaron al pueblo en Iowa. Las clases comenzaban a las 08:00 y finalizaban a las 14:00, un horario mucho más corto, pero más conveniente también, ya que los estudiantes almorzaban en sus casas y les dejaban bastante tarea. 

Había solo tres escuelas en todo el pueblo, las cuales compartían el mismo edificio. No era una escuela muy grande, obviamente, porque el pueblo no tenía demasiados habitantes. El ala derecha correspondía a los alumnos de seis a nueve años, en el ala centro estudiaban los niños de diez a trece años, y en el ala izquierda, los adolescentes de catorce a diecisiete. Y allí había sido asignada Gioia. Y aunque ella no sabía -ni lo había pensado siquiera- allí también estaba Astrid. Y ambas estaban destinadas a encontrarse. 

Y si la persona que está leyendo no cree en las supersticiones ni en el destino, yo respeto éso; pero al ser quien cuenta esta historia, insisto y persisto en que Gioia Longhi y Astrid Kramer estaban destinadas a encontrarse. Estaban destinadas a ser más que mejores amigas. Estaban destinadas a ser inseparables. Y, desafortunadamente, Astrid estaba destinada a enamorarse de su mejor amiga. Quizás recordarán que Astrid le dijo a Ernie, su terapeuta, que la primera vez que vió a Gioia pensó que era muy bonita. No se equivocaba. Pero Gioia sí se equivocó al pensar que Astrid era una chica muy rara. Luego de un tiempo, cuando la comenzó a conocer bien, se dió cuenta que en realidad no era una muchacha rara, sólo era diferente. Y respetó éso, por un tiempo. Exactamente hasta que Astrid le dijo algo que hizo que Gioia la mirara con otros ojos. 

Pero éso es algo que sigue después, mucho después. 


☼ ☼ ☼ 


—¿Por qué no me puedes llevar tú? 

—Tengo que ir al estudio, Gioia. —La respuesta de la mujer fue terminante, y si bien no fue acompañada por una mirada, a la adolescente le bastó para agarrar su mochila con una fuerza bruta y cerrar la puerta de madera pronunciando un largo estruendo. 

Luego de una caminata de unos cinco minutos, Gioia Longhi se encontró delante del edificio que sería su escuela durante los próximos dos años. Aunque no sabía en qué dirección debía ir, no era tan difícil observar hacia dónde iban todas las personas que colgaban una mochila: el este era la dirección. Por más que se esforzaba en intentarlo, la pelirroja notaba que nadie le dirigía una mirada, ése fue el facto que hizo que llegase al aula correspondiente bastante malhumorada y con cara de pocos amigos. 

Cuando entró pudo observar rostros completamente desconocidos, pupitres rayados y ventanas rotas. Nuevamente, sin que nadie la observase, caminó hasta el único asiento desocupado o sin ninguna mochila arriba, y ni siquiera observó a la muchacha que se encontraba a su lado. 

—Hey —Escuchó que su nueva compañera de banco la saludaba, se volteó con los ojos en blanco, pensando que si nade la había visto antes ¿por qué tenían que hacerlo ahora? Pero se llevó una gran sorpresa al ver quién era. Astrid la miraba desde la otra punta del banco con incredulidad. 

—¡Hey! —En ése estado crítico, la rubicunda se alegró de haber visto a una cara conocida entre tantas personas. Ambas se dedicaron una pequeña sonrisa sin darse cuenta. —Ésto es... Realmente muy diferente a lo que estoy acostumbrada —Admitió con la cabeza levemente gacha, luego de estar en silencio durante un minuto, observando los distintos tipos de dibujos obscenos que estaban plasmados en el pupitre, y haciendo que una suave cortina de cabello cubriese sus mejillas. La rubia no pudo evitar ponerse en el lugar de la muchacha y sentirse mal por ella, pero aún así no dijo nada, y sólo continuó observándola. —Fue difícil para mí, ¿sabes? Yo tenía amigas allí y me cost... —Gioia se interrumpió a sí misma al levantar la vista y ver, entrando en el aula, a la muchacha más llamativa que había visto en su vida, cómo ésas que aparecen en las publicidades de las revistas, o que ganan el título de Miss Universo anualmente. 

Instantáneamente, una sensación de agobio inundó a la nueva, y sintió como sus mejillas se sonrojaban al sentir tantos celos

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Instantáneamente, una sensación de agobio inundó a la nueva, y sintió como sus mejillas se sonrojaban al sentir tantos celos. Ésa muchacha era absolutamente cautivadora y despampanante, y todos los que se encontraban allí lo sabían; las chicas se acercaban a hablar con ella y los chicos le dedicaban sonrisas que aquella morena respondía con total naturalidad. Todos la querían. O al menos, todos simulaban hacerlo. Todos, menos Astrid. Luego de ella entraron un par de muchachas más, las cuales supuso que serían sus mejores amigas, y si bien tenían cierto grado de jerarquía en aquel curso, no eran tan importantes como la primera. —¿Quién es ésa? —Preguntó con cierto nivel de arrogancia Gioia, sin quitarle la mirada de encima. La rubia estaba completamente perdida, ya que la estaba observando a ella y ni siquiera se había percatado de que alguien más había ingresado al salón de clases. Cuando volteó su cabeza para mirar a la persona de la cuál se estaba refiriendo, lo comprendió. La nueva llegaba y se sentía amenazada por la belleza y -más adelante seguramente- por el ingenio de aquella muchacha, era predecible.

—Ruby Nakahara —Se limitó a explicar corriendo la mirada de lugar, para moverla hacia sus propias piernas, las cuales balanceaba lentamente, abrazadas entre sí. —Básicamente es la reina de Lilvianna, y todos la quieren porque su padre es terrateniente y dueño de medio pueblo. Si quieres mi opinión, es bastante irritable, la verdad. —Alzó las cejas sin siquiera darse cuenta, mientras que la casi italiana continuaba momentáneamente embelesada con la actitud de aquella estudiante que parecía creerse mucho, cuando la pelirroja pensaba que podía ser mejor que ella en cualquier aspecto, y que sabría finalmente lo que era la gloria el día que la morena también se enterara lo que era no estar a su altura.  Pero antes de que Gioia podría responder algo, el profesor entró y todos se sentaron y callaron instantáneamente. Preguntó si estaba allí presente la nueva alumna, "Giana" Longhi, por lo que la pelirroja tuvo que levantar la mano, presentarse y corregir el nombre, y allí, por primera vez en el día, todos pudieron saber quién era. 

Las clases en Lilvianna eran aburridas y el único estímulo que daban era el de salir corriendo de allí, o por lo menos, así lo veía la Longhi. Absolutamente todo era completamente diferente en ese pueblo en Iowa, pero si había algun parecido con su antigua ciudad, es que las clases eran igualmente horrendas. Pero, afortunadamente, las de Lilvianna duraban menos. 

En la clase de Historia les dieron un trabajo que debían hacerlo en parejas, y sin dudarlo un momento, ambas muchachas se miraron mutuamente. 


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 —¡Estoy en casa! —Fue lo primero que la chica del cabello rojizo formuló al abrir la puerta de su casa. Finalmente el primer día de clases había finalizado.

 —¿Cómo estuvo? —Respondió su madre desde el estudio. 

—Fatal. Ah, mamá —La muchacha dejó su mochila arriba del sillón mientras se echaba en éste, exhausta. —Hoy viene una compañera a hacer un trabajo.  


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⏰ Última actualización: Feb 16, 2016 ⏰

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