Parte 28

39 3 0
                                    

(Narrador omnisciente.)

- ¡Tete! -  Escuchó Emma.

La voz cantarina del niño resonó por todo el salón. Emma dirigió su mirada hacia la entrada a la sala,  justo por donde el chiquillo había desaparecido al escuchar unas llaves en la puerta de la vivienda. Le habían avisado de que el hijo mayor del matrimonio podía pasar un instante por la casa,  únicamente para recoger unas cosas que necesitaba,  por lo que no le pareció extraño que el niño,  del que no recordaba el nombre en aquel momento, hubiera saltado como un resorte al mínimo ruido en la entrada. 
Emma siguió mirando hacia allí mientras intentaba concentrarse  en la llamada en curso.

- Sí, necesitaba despejar la mente. -  Le respondió Dani con cierto aire melancólico en la voz.
- Ah, bueno... -  Comenzó a decir Emma.

Ella se había puesto en pie y en aquellos momentos se encontraba en el recibidor,  viendo al niño dando brincos alrededor de un muchacho que reía y jugaba con él.

- Mateo,  vamos a jugar. -  Pidió el niño.

Aquellas palabras,  aquel nombre,  la dejaron petrificada. Un ligero temblor la invadió y percibió cómo un grito ahogado intentaba hacerse oír.
El joven la miró y palideció al instante,  movió los labios sin emitir sonido alguno pero ella pudo leer su propio nombre en ellos.  Y lo supo.
Entonces,  recordó la llamada.

- Ehm... oye, te... Te llamo luego. Perdón.   -  Alcanzó a decir sin apartar la mirada del chico. Y,  sin más,  colgó.
Emma no era capaz de hablar,  él estaba paralizado. El menor,  en cambio,  no callaba.  Se tomó incluso la libertad de presentarlos,  ajeno a sus pensamientos y dudas.

- Ma... ¿Mateo? -  Él asintió. -  Tú...
- Yo. - Nerviosamente llevó una mano a su cabeza y  rascó sin interés.
- ¿Qué haces aquí? -  Cuestionó Emma sin pensar,  por lo que se golpeó mentalmente.
-  Es mi casa. -  Respondió con simpleza, encogiéndose de hombros.
- Oh...
- ¿Y tú?
- ¡Ha venido a cuidarme hoy! -  Aclaró el niño. -  Papá y mamá se fueron a la convención hoy.
- Creí que vendría Marga.
- Está de viaje.

Y tras aquella oración,  regresó al salón dejando solos a los dos adolescentes.

- Bueno, em... ¿Te quedas con mi hermano entonces? -  Preguntó él  tratando de romper el hielo que aún quedaba entre ellos.
- Hasta las diez y media. - Musitó.

El silencio, a pesar de él haber intentado lo contrario, se instaló entre ellos, roto únicamente por la algarabía procedente del salón donde el pequeño jugaba a gritos.

-Creo... Debo irme. - Dijo Mateo.

-Qué... no, espera, espera... - Suplicó ella mientras se acercaba apresuradamente a él y le tomaba por la muñeca.

-Emma. Debo irme.

-¡Tenemos que hablar! ¿No? - Insisitó ella.

-No. Creo que no. Leo en tus ojos, lo llevo haciendo meses y meses. Y en tus ojos veo peligro para mí. Debo irme. - Contestó mientras se deshacía de su agarre.

-Huyes. - Sentenció.

-Huyo. - Afirmó, al tiempo que comenzaba a subir las escaleras.

-Cobarde. - Aquella palabra lo frenó en seco.

-Lo admito. - Respondió de espaldas a la chica. - Ya no puedo negarlo más, ¿cierto?

Tras aquella frase, siguió ascendiendo peldaño tras peldaño. Ella, le gritaba cuán cobarde era, cuánto la había atormentado para nada y cuánto lo odiaba, aún sin ser cierto.

Mateo llegó a la otra planta y se apresuró a entrar en una sala, dejando a Emma paralizada en el recibidor de la casa. Había estado a punto de correr tras él escaleras arriba y obligarlo a hablar con ella mirándolo a los ojos, pero no había tenido tanta valentía disponible en aquellos momentos.

Emma, derrotada y profundamente desconcertada, se reunió con el niño al que debía cuidar, que saltaba divertido por toda la estancia.

-¿Qué pasa, Emma? - Le preguntó. - ¿Por qué lloras?

-No lloro. - Respondió ella sin más.

-Sí, lo haces. - Le acarició la mejilla con un dedo y se lo mostro. - Mira.

Ella observó el dedo humedecido por una de sus lágrimas. En un movimiento autómata se tocó el rostro y sintió la humedad en su propia mano, se miró desconcertada la palma mojada y no medió palabra.

-Tete hace igual. - Comentó el chiquillo. - Cuando le pregunto por qué llora dice que no lo hace, pero sí lo está haciendo. Sobre todo por las noches cuando viene del trabajo... Se sienta aquí - Explicaba mientras se sentaba en un sillón situado junto al sofá - se tira un poco del pelo así - lo imitó - mientras mira el móvil, que por cierto no lo suelta y mami está muy enfadada con él. Entonces, se pone a llorar sin hacer ruido ni sorber los mocos como hacemos los pequeños, porque él es grande. Yo le pregunto por qué llora, y él dice que no lo hace. Y yo le muestro que sí, como he hecho contigo, ¿sabes? Y él, se queda callado así como tú y luego se levanta, - siguió imitando los movimientos de su hermano mayor - mira el teléfono, cierra los ojos así, suspira muy fuerte muy fuerte... Tira el móvil al sillón y se va del salón. Se encierra en el cuarto y tarda mucho mucho en salir.

Emma no había podido hacer más que escucharlo y observar su recreación de la llegada de Mateo cada noche. Confusa, se quedó con la parte de que llegaba de trabajar, lo cual le extrañó, y con que lloraba al mirar el móvil.

-Mateo... Tu hermano, ¿trabaja? - Cuestionó.

-Síiii. ¡En una pizzeria! Vamos a veces y están muy ricas, porque las hace él. - Rió alegremente.

Aquello arrancó una sonrisa a Emma, la adoración que el menor sentía por Mateo era simplemente encantadora.

Pero, por desgracia, aunque él huyera, tenían pendiente una conversación. Y no sabía cómo afrontarla.

✔️Te He VistoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora