Chapter II: "El aquelarre"

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Una mujer de cabellos dorados, de estatura media y con una muy buena figura se acercó a Verónica justo antes de que entrara a turno.

—Melanie Bartlett, que sorpresa —dijo Verónica con un entusiasmo cínico.

Melanie traía una bolsa decorada con motivos florales y una cinta de regalos.

—Verónica, te traje este pequeño regalito en modo de disculpa por lo de ayer. Lo que te dije no era verdad. En serio, discúlpame.

Verónica sabía que era una vil mentira. Las palabras que le había dicho Melanie, las dijo con la sinceridad más sincera del mundo.

—A ver, fulanita. No necesito tus disculpas. Lo que me dijiste me dolió. Pero ya no me importa. Mejor piensa lo que vas a decir antes de hablar, tonta —dijo furiosa.

Melanie puso una cara atónita, una de esas caras de chihuahua con ojos saltones que Verónica aborrecía.

—¡Controla tu temperamento, mujer! Sólo quería que hiciéramos las pases —dijo Melanie mientras dejaba el regalo al lado del casillero de Verónica.

La enfermera Bartlett, un tanto indignada, se fue. La verdad es que estaba asustada. Luego de que le dijera esas cosas horrendas el día de ayer a Verónica, había recién pisado el primer peldaño de la escala que lleva al piso inferior y sintió como una especie de fuerza invisible tiraba de su pie, justo en el lugar donde se ubica el tendón de Aquiles. Debido a esto, cayó rodando por la escalera.
Nadie se encontraba cerca de ella, nadie pudo haberle tirado. Todos en la clínica sabían que Verónica era un tanto diferente. No tiene amigos, excepto Katherine Jepson. ¿Podría haber sido ella la que causó el incidente? ¿Existe algún poder sobrenatural? Todas estas incógnitas aterrorizaban a Melanie Bartlett.

Verónica se acercó al regalo de la enfermera Bartlett. Abrió el paquete y se encontró con un animal de peluche. Era un perro salchicha, quizás hecho a escala real. Verónica tiene una peculiar fascinación con los animales de peluche. Ellos no la abandonan ni la juzgaban. No mueren ni enferman. Abrazó al perro y lo olió profundamente, ella ama el olor a peluche.

Bastante feliz, puso al perro salchicha de vuelta en el paquete y lo guardó en su casillero. La verdad es que Melanie acertó con el regalo. Aunque eso no significa nada, todavía seguía siendo una fulana despiadada para Verónica. Cerró su casillero y se dirigió hacia el área de maternidad, hoy debía ayudar allí.

Ella trabaja en un hospital bastante pequeño de una ciudad de igual tamaño, por lo que las enfermeras hacen de todo un poco, no hay mucha especialización. A Verónica le toca trabajar usualmente como arsenalera en cirugía o como enfermera en el área de recuperación. Sus turnos diurnos y vespertinos se van alternando cada dos semanas.

Cuando iba pasando por el pasillo de cirugía, se topó con el doctor Alexander Seed. El hombre de unos cincuenta años chocó sin querer con ella. Él llevaba unos informes en las manos y estos cayeron. Entre la lluvia de papeles que se formó cerca de los pies de Verónica, un papel diferente a los demás le llamó la atención. Era como arrancado de un cuaderno. Decía "Kathy J." junto a un número de teléfono y un corazón. Todo estaba escrito con lo que se asemejaba a lápiz labial rojo. ¡¿Kathy J?! ¿Cómo Katherine Jepson? se preguntó ella extrañadísima. Como por arte de magia, el papel de cuaderno desapareció entre todos los papeles.

El doctor Seed se apresuró a recoger sus papeles. Él también estaba asustado de Verónica. Luego del evento con las luces, le daba mala espina. Su reputación de fenómeno era conocida en el hospital.

Todos sabían lo que había pasado con Melanie y con las luces del quirófano. Justo estas cosas pasaban cuando ella estaba presente. De pronto, todos evitaban a Verónica. Antes la ignoraban, ahora le temían.

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