Capítulo 1: Llegada al instituto

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Caminamos por una calle de ciudad. A pesar de que hay bastantes coches volcados, e incluso quemados por todos lados, el camino de la carretera está bastante despejado esta vez, aunque la niebla densa que se ha levantado hace apenas unas horas no ayuda mucho. La lluvia cae sobre todo mi cuerpo. Al tocar mi piel, las gotas producen una estremecedora y gélida sensación, como cuando alguien te acaricia. Pero ya me he acostumbrado, además, esto no tiene nada de tranquilizante. Aun así me alegro de que esté lloviendo, porque el chispeante sonido que hacen las gotas al impactar contra el suelo amortigua el ruido de nuestros chapoteantes pasos, y evita que algún zombi cercano pueda escucharnos caminar.

Sí, he dicho zombi; desde hace ya dos meses una pandemia se ha propagado por el mundo entero. No se sabe mucho sobre la enfermedad, pues horas después del inicio se cortó la electricidad en la mayoría del mundo, así como la conexión a internet, por lo que no nos pudimos enterar de mucho... Pero por experiencias propias, sí que sé unas cuantas cosas. Para empezar, una vez ha entrado en el cuerpo del infectado, ya sea por un mordisco, por saliva o algo por el estilo, el virus tarda menos de una hora en hacer efecto. Después la persona que había antes de que fuera infectada desaparece, todos los pensamientos se esfuman, y ahora en su mente solo hay una cosa presente: comer.

No es que haya pasado por eso, menos mal que no, pero sí que he visto y matado a decenas de ellos. No son muy difíciles de noquear, lo más sencillo es cortarles la cabeza, aunque también vale clavarles algo en ella para destruir su cerebro, es la parte que aún funciona. Aunque la verdad es que ellos no me lo ponen nada fácil, me intentan matar con todas las formas que su deteriorado cerebro se les ocurre. Otra cosa son los zombis especiales, esos ya son más difíciles. Por el momento conozco a tres: el zombi cortador, a los que llamo cuchillas, pues sus afiladas garras pueden partir una persona en cuatro si así lo desean; el zombi veloz, a los que me gusta apodar "ráfagas", pues como su nombre indica, su velocidad triplica a la de los humanos, y sería una presa fácil si no supiera como matarlos; y por último pero no menos podrido, el zombi nocturno. Estos odian la luz del sol, y solo salen de noche, lo que nunca he sabido es donde se esconden durante el día.

Emma emite un pequeño gruñido. Tanto ella como yo estamos tan cansados que nos dormiríamos en el suelo, pero ninguno podemos hacerlo, nuestro olor a carne fresca nos delataría y en menos de media hora seríamos almuerzo de zombis, por eso no podemos parar de caminar. Además, Emma, mi hermana menor, necesita atención médica urgente porque un zombi cuchillas le desgarró gran parte del torso, y está perdiendo mucha sangre. Me dan arcadas solo de mirarla, pero debo llevarla hasta un sitio seguro. Esa es la causa de mi cansancio: prácticamente la he llevado encima durante incontables quilómetros.

Me permito detenernos unos momentos para preguntarle qué pasa, pero no durante mucho tiempo, algún monstruo podría sorprendernos. Respiro jadeando porque no estoy acostumbrado a cargar casi el doble de peso que yo mismo, pero debo hacerlo para salvar a mi hermana.

-¿Qué ocurre? –pregunto entre jadeos

-A... allí –dice ella débilmente levantando un brazo y señalando con un dedo, se nota que está haciendo un gran esfuerzo

Miro hacia la dirección que me indica, y puedo observar un gran portón de metal alzándose a unos cinco metros a un lado nuestro. Continuándolo a ambos lados había muros de piedra con vallas de metal clavadas, formando una especie de muralla. Una especie de sentimiento que no creía que renaciera nunca se apodera de mí, y una sonrisa de dibuja en mi cara. Esperanza.

A través de la muralla vallada puedo ver luces encendidas, y eso significa vida. Dentro de las vallas se encuentra un conjunto de edificios bastante altos. En el primero puedo distinguir un gigantesco cartel donde pone: "Instituto Z". Una carcajada sale de mí al darme cuenta de la ironía. ¿Así que un instituto, eh? Muy astutos, la altura de los muros los puede proteger de las zombis normales, y las vallas metálicas son lo suficientemente altas como para detener a un zombi ráfaga y su potente salto.

Nos acerco hasta la entrada e intento buscar algún método para avisarlos de nuestra presencia, y en ese momento vislumbro una especie de interfono, supongo que será un timbre. Dejo a Emma suavemente en el suelo, y la ligereza de mi cuerpo hace que sienta que incluso puedo volar. Me acerco y pulso el botón que produce un sonido similar al revoloteo de una abeja, entonces un grito ahogado hace que me gire en rotundo y vea a Emma rodeada de cinco monstruos. Las garras de dos de ellos me indican que son cuchillas, y los otros tres son ráfagas. Rodean a Emma mirándola con sus ojos muertos, y ésta lo único que puede hacer es gritar, y puedo ver que grandes lágrimas bajan por sus ojos.

El único miligramo de esperanza que había surgido en mi ser se esfuma como si una gota de agua se tratara. Cinco zombis especiales... parecería que no tengo nada que hacer, pero en ese preciso instante recuerdo que en mi mano tengo un arma. No es un arma de fuego, pero es muy efectiva. Se trata de una especie de espada que consta de dos hojas, una por delante y otra por detrás. La encontré cuando asaltamos con nuestro antiguo grupo una tienda de armas abandonada, y me gustó tanto que la adopté como mi arma principal.

Tardo unas décimas de segundo en reaccionar, y entonces cojo mi "bisable" y lo empiezo a estampar contra el suelo, produciendo mucho ruido. Automáticamente los cinco monstruos se giran y puedo observar sus ojos de asesinos muertos contemplándome antes de abalanzarse sobre mí. En el aire decapito a un ráfaga, y empujo a otro para que caiga al suelo. El otro intenta morderme pero me aparto hábilmente y le atravieso el cráneo con la hoja de mi espada. Siento un corte en mi brazo, y al girarme puedo ver a un zombi cuchillas abalanzándose sobre mí, pero no de da tiempo a hacer nada antes de que mi bisable le corte en dos. El ráfaga que había tirado al suelo se levanta antes de lo que me esperaba y me placa, tirándome al suelo. Le puedo cortar la cabeza antes de que me muerda, pero todavía está el cuchillas restante, que reacciona rápidamente y me pisa para que no pueda levantarme, también patea mi arma.

"Ya he muerto" es lo último que pienso, cuando me desmayo probablemente por el cansancio y pierdo la consciencia. ¿Habré muerto por adelantado?

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