Pasé una semana en cama, entre esos días llenos de silencios, le confesé mi amor a Mariana dándole aquel medallón que le había comprado, pero ella no lo aceptó y con sutileza característica de ella me dijo que no le volviera a repetir mis palabras ya que ella estaba enamorada de Benjamín y que esperaba a que yo me sintiera mejor para marcharse.
Los días pasaron como agua cristalina de río correntoso, aún convaleciente y sin el más mínimo deseo de ver con ojos de resignación la vida, estuve horas y horas en mi estudio, en silencio y junto con acariciar el pañuelo que conservaba de mi gran amor Soledad y evocando los recuerdos añosos en el ocaso de mi vida.
Tocó la puerta Matilde y entró al estudio para informarme que mariana se marchaba de la casa y no quería irse sin antes despedirse de mí, por un momento dudé en recibirla, pero mi corazón dictaba otra cosa. Le dije a Matilde que la hiciera pasar, Yo de espalda hacia la entrada del estudio, sentí los pasos de Mariana acercándose al estudio mientras que mi corazón se aceleraba, con su dulce voz me llamó señor, y comenzó a darme las gracias por haberle dado la oportunidad de trabajar en mi casa, que sentía lo sucedido y que a pesar de todo me había tomado gran aprecio, que los sentimientos en el corazón no se mandan y que ella se sentía muy enamorada de Benjamín quien la esperaba afuera de la casa para marcharse juntos'.
Cada palabra de aquella dulce muchacha, me desgarraba el alma y mis ojos se humedecían al escuchar un tanto con atención ida sus palabras, no quería que se diera cuenta que estaba a punto de llorar es por eso que le seguía dando la espalda, término con un adiós y sentí como dio tres pasos alejándose, en ese instante me di vuelta y le llamé Mariana, ella se dio vuelta a mirarme y fue en ese entonces que el destino jugaba nuevamente con mi vida, Mariana llevaba puesto aquel medallón que le había regalado a Soledad cuando la vi por última vez. Fue como revivir cada momento pasado en un sólo segundo.
