Madrugada

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Ya se pasaron horas desde que comencé la investigación. Necesito moverme, si no voy a acabar siendo un sedentário. Hace unos cuantos minutos mis padres se fueron a dormir, lo que significa que tengo luz verde para escapar sin problemas. Salgo mucho por las noches, me gusta. Siento la tranquilidad del ambiente a estas altas horas por mi barrio. Cómo la leve brisa de invierno mueve las hojas, haciendo una leve melodía, el sonido inoportuno de uno que otro grillo o la hermosa vista de las estrellas en el cielo.

Todos duermen, aunque es posible escuchar una que otra televisión encendida. El viento que levanta mi cabello largo me encanta, porque me hace sentir como si estuviera sin preocupaciones, sin temor alguno de un posible ataque. Como si se llevara los problemas consigo, dejándonos libres por ese efímero momento.

Camino por las calles desiertas y observo si aún existe vida a estas horas. Deben de ser la una de la mañana, porque cuando paso por la casa de la Sra. Finnegans aún puedo ver una luz saliendo de su cuarto. Mi amada y preciosísima profesora siempre se pasa toda la noche revisando tarea y exámenes hasta eso de las 2. No es que la esté acosando, pero su calle es la más iluminada dentre todas las demás y sigo esta ruta tantas veces que ahora sé quién se queda siempre hasta tarde. La peor parte es que no sólo tengo que verla en el colegio, la aguanto como vecina. Algunas veces la veo paseando a su chihuahua decrépito por las calles, corriendo y ladriendo como si el mundo se acabara. Suerte que no tuve el infortúnio de que aparezca por mi camino; odio a ese perro. Siempre anda peleándose con Fidus, aunque sabe que no tiene ninguna oportunidad contra mi Golden Retriever.

No me percato de dónde estoy hasta que me choco con un pato amarillo de madera. Estoy en el parque. Parece que no me percaté del camino que seguía y acabé viniendo al lugar de mi pesadilla. Quería despejar mi mente, y estar en este lugar no lo hará. Sólo servirá para nublar mis pensamientos y cerrarme en mi caparazón. A veces no sé lo que me pasa.

- Tengo que irme. - digo a la nada, esperando a que llegue una respuesta que nunca vendrá - No puedo volver solo a este lugar. Por lo menos... no contigo.

Nada. Nunca me responde, intento comunicarme pero siempre es el mismo resultado. No quiero sentir la soledad que abrange este momento, porque puedo perderme en la oscuridad de mi subconsciente, perder la cordura. Debe ser por eso que estuvieron siempre ahí, cuando más necesitaba a alguien; hablándome y cuidándome en todo momento. Estuvieron ahí, desde el día en que nací, como fantasmas. Me calmaban cuando lloraba y, gracias a su presencia, nunca me sentí abandonado. Mis padres estaban siempre trabajando y yo quedaba a cargo de una niñera que no se importaba en lo más mínimo de mi existencia.

Eran en esas épocas en las cuáles más interactuaba con ellos. El único inconveniente eran los horários. Cada uno no se podía quedar más de 6 horas en mi compañía por alguna extraña razón. Supongo que se cansan de visitarme o algo por el estilo, pero de cualquier forma me encantaba estar con ellos.

Menos con él.

Su horário era inaccesible para mí en esos tiempos, así que casi nunca lo veía. Las veces que lo hacía, era cuando me despertaba de una pesadilla. Y pasaba de una, a otra. Cada vez que abría los ojos asustado, miraba el techo y lo encontraba observándome. Estaba  siempre agarrado al techo por sus manos esqueléticas que terminaban en uñas muy filosas y largas. Sus ojos negros como la noche y su cara igual de flaca, tanto que se llegaba a ver el contorno de su cráneo, me asustaban, paralisándome en mi cama. Grité las primeras veces que lo encontré, pero después ya me acostumbré a su presencia y no me incomodaba más con él, sólo que no se movía nunca, hasta que decidía dormirme de nuevo. Aún así, aunque mi vida ahora continue noche adentro, ya no se aparece como antes. Ya nunca lo veo cuando estoy despierto. Supongo que lo hace cuando estoy dormido y continua así por el resto de su turno.

Alma PerdidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora