Peligrosas llamas

23 0 0
                                        

¿En sério está aquí? ¿Qué hace con una espada? ¿Por qué me ayudó, siendo el menos querido entre los cuatro? ¿Será que volverá a hablarme? Sigue igual de feo desde la última vez que lo ví.

Mis pensamientos arden en mi cabeza. El simple hecho de este encuentro es surreal. Nunca pensé que realmente sucedería, él siendo tan reservado y siniestro. Cerrado y frío. Aún mantiene el arma en puño, listo para cualquier posible amenaza. Quiero hacer várias preguntas, cada una intentando salir de mi boca pero sin ningún éxito. No puedo formular algo consistente, el miedo de ser rechazado por él y volver a la soledad nocturna impide que las palabras salgan.

Comienza a moverse lentamente, relajando su postura y colocándose en una posición relajada, con los brazos a sus costados. Me mira impasible, seguramente pensando que no debería de haber aparecido, porque mientras lo hace, un aura oscura brota de su espada, rodeandola y haciéndola desaparecer. Cuando esa nube negra desaparece, sólo se puede ver la mano esquelética de Cruciatus, cerrada, apretando tanto sus nudillos plomos que se vuelvem blancos. Está con mucha rabia. ¿De mí? ¿Del demonio? ¿De lo que tuvo que aparecer? No aguanto esta tensión creciendo, quiero respuestas, no más intrigas.

- ¿Traes contigo la pluma?

Su voz me toma desprevenido. Áspera, gruesa y como si se escuchara de lejos; como un eco. ¿Cómo supo de ella?

- N-n-no... la deje en mi cuarto. - digo tartamudeando con miedo.

- Ve a por ella.

Sin dudar, obedezco. Recorro la corta distancia que resta y entro por la ventana que da a mi habitación. Voy al corredor para certificarme si alguien se despertó y pueda estar preocupado, por suerte el sueño aún predomina sobre mis padres. Vuelvo al lugar por dónde entré y me dirijo al escritorio. Abro el cajón y lo que encuentro no es para nada bueno. Dentre todas las cosas que habian en éste, la única que sobró fue la pluma. Sólo se veían cenizas y uno que otro pedazo de algún plastico quemado. Este objeto es más peligroso de lo que una vez pude imaginar, ya que solamente pensé que podría afectarme mentalmente, sino que ahora lo hace físicamente.

- No te acerques demasiado, utiliza algo grueso para agarrarlo, y de preferencia no inflamable. - dice Cruciatus. Sus apariciones me sorprenden cada vez más. Se encuentra en mi cama, flotando sobre ella. Su voz emana es neutral, hasta se podría decir que calma, pero nunca se puede estar seguro con una figura totalmente nueva. - Apurate, pequeña rata. Mientras más tardes, peor será.

Sin pensarlo mucho, me saco mi chompa y envuelvo a la pluma con todo cuidado de no rozar un dedo en ella, pero al instante en que hago un nido rápido con las mangas, una llama oscura comienza a salir por diversas partes de la prenda. Produce una luz violeta e intensa de modo que tengo que cerrar los ojos para no quedar ciego. Cuando caigo en cuenta que ya no hay ningún brillo, encuentro la misma escena de hace unos momentos.

- Bien que te dije que no hicieras algo estúpido como eso, pero las ratas como tú nunca escuchan. Son sólo pérdida de tiempo.

No me atrevo a mirarlo. Eso es lo que pasa cuando reacciono rápido, simplemente se me va algún detalle importante. Me dirijo a mi ropero de múltiples puertas. Voy abriendo una por una en busca de una caja que tengo desde mis 13 años. Y finalmente la encuentro, debajo de unas cuantas ropas amontonadas. No la uso desde hace unos 2 años. Está completamente hecha de madera, pero su interior es metal puro. Los lados son cubiertos con imágenes extrañas, garabatos que no tienen sentido. En mi opinión, es una caja fuerte disfrazada de un adorno común y corriente.

Intento levantar la tapa, pero ésta no cede. Me olvidé que tiene una pequeña cerradura en la parte frontal. Busco la llave que tengo colgada en el cuello, es un accesorio muy bonito a mi parecer, ya que el pequeño pedazo de metal tiene una piedra roja incrustada en la parte chata y posee un color negro que combina perfectamente con mi estilo. Respiro hondo y abro la caja. Recuerdos de esa época invaden mi cabeza; risas, lloros, pesares y dolor.

Diversas fotos, amontonadas unas sobre otras, esperan empolvadas a que alguien las rescate del olvido. Voy limpiando una a una mientras cada imagen despierta una diferente emoción en mi interior. Mis paseos con Fidus en Central Park, el concurso de atletismo de mi colegio, la fiesta sorpresa de mi primo Steven. Sigo este repetitivo, pero placentero proceso hasta que toco una esfera de color azulado y grisáceo en el fondo. Es del tamaño de un huevo y completamente lisa, como una perla. No puedo examinarla ahora, después veré que puedo investigar sobre el extraño objeto.

Al certificarme de que todo está limpio y sin nada dentro, voy a mi escritorio y agarro la pluma con mi mano, pero al instante me arrepiento de semejante acto. Me siento como si estuviera lejos de dónde realmente estoy, distante. Hablo para certificarme si Crusiatus aún sigue aquí, pero mi voz resuena como un triste eco. Pensamientos obscuros se infiltran por mi mente y comienzan a paralisarme de poco en poco. Es como si estuviera cargando rocas en los hombros. Miro la caja y me dirijo a ella lo más rápido que puedo.

Mis piernas ceden y caigo en el piso con el brazo extendido, estirándose para llegar más cerca. Intento arrastrarme en vano, porque las fuerzas que me sobraron de la odisea de hoy ya me abandonaron. Todo lo que veo es mi objetivo inalcanzable. Cierro mis ojos y caigo inconsciente.

Alma PerdidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora