La casa vacía

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Hacía frío esa noche. Todo estaba oscuro, la única luz que se podía apreciar era la de la luna, que entraba tenuemente por la ventana, como si tuviera miedo de espantarse. El suelo de madera crujía, el viento entraba por las rendijas y los vidrios rotos de la casa abandonada, profiriendo un silbido macabro, y había cosas de todo tipo desparramadas por el suelo: banquetas, cuadros, botellas, cristales, piedras...

Los pasos se oían sordos y lúgubres —afuera se oían lechuzas—, la respiración entrecortada que inhalaba polvo del ambiente se sentía también. La humedad se había apoderado de los muebles —había moho por todos lados y maderas en mal estado—; la podredumbre reinaba en el lugar.

Los árboles estaban perdiendo sus últimas hojas; estaban llorando ya la llegada del nuevo invierno, entre la neblina y los insectos.

La puerta de la casa estaba prácticamente caída, las ratas habían destrozado la entrada... el abandono en su máxima expresión. Poca gente era la que conocía la existencia de este recinto, y nadie hablaba de él —ni siquiera entre los que lo conocían—. Los horrores de todos los pueblos cercanos parecían confluir como ríos sanguinolentos hacia ese tugurio que parecía maldito por todos los dioses.

No sólo las maderas crujían en el suelo. Había osamentas en abundancia —y no eran sólo las víctimas de los ratones—, particularmente en el centro del vestíbulo, donde se encontraba una lámpara de araña que, obviamente, no funcionaba.

Entonces allí fue él, al centro. Al maldito centro repleto de huesos, exactamente debajo de la araña, de donde pendía un hilo para prenderla y apagarla. Más que un hilo, era una soga de barco, y no era precisamente la luz lo que se dedicaba a prender o apagar. Sobre el extremo de la cuerda había un dogal de verdugo; lo deshizo y lo volvió a hacer, para asegurarse de que el trabajo estuviese bien hecho —no podía romperse—.

Subió a un taburete y colocó su cabeza dentro del nudo. Todos lo observaban —la casa vacía—, mientras él hacía sus últimas preparaciones. La tensión era casi inaguantable. 

Un trueno sacudió los alrededores del lugar a la vez que un grito sordo llenaba cada rincón de la casa: había saltado.

Desde lo alto se ve mejorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora