Todo el día había sido gris, no había un atisbo de sol que diera un resplandor de esperanza. Las horas pasaban y el tormento crecía dentro de mi cabeza, a la par que la medicación parecía no hacer efecto, como si fuesen caramelos con sabor agrio.
Nadie comprendía mi mal humor, no había forma. Cuando lo expreso, soy reprimido y encima me dicen que tengo cara de culo. ¿Qué carajo esperan? ¿Que ande esparciendo paz y amor cuando muero por dentro? No, gracias.
Ya habían prohibido mi único escape de la realidad, la autolesión, que sería castigada en caso de ser descubierta. Mis progenitores tienen la manía de revisarme los brazos a ver si tengo cicatrices nuevas.
Decidí pasar el día en la cama y me levanté a la noche, a ver si de alguna forma podía levantar el ánimo, pero el efecto fue el contrario, así que me acosté de nuevo. Recordé las pastillas, y me dio un poco de miedo, conociéndome, al saber lo que podría llegar a hacer.
Empecé a sudar, a dudar, a pensar y pensar... hasta que me decidí; iba a irme de este mundo, en paz y sin ataduras. Entonces tomé seis pastillas de alprazolam. Obviamente, eso no me iba a ayudar en mi propósito, así que agregué seis pastillas más.
Al cabo de un rato comencé a sentir el sopor, la tranquilidad, y un poquito de miedo que desapareció inmediatamente. Pensaba en no despertar, soñar hasta que me alcanzara la fatalidad...
...
Desperté. Desorientado, mareado, drogado. Me llevé una gran decepción. La próxima irá en serio. Los malditos terminamos trágicamente.
Aunque nuestro aporte sea poco, pobre o mediocre, alguien siempre se reconocerá en estas letras, en esta sangre, en este desorden.
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Desde lo alto se ve mejor
NouvellesUna serie de personas, historias y circunstancias.