Capítulo 3

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Bajo la almohada repleta de frío, tardé en conciliar el sueño, debido al entusiasmo por volver a ver la silueta de aquel joven, pero finalmente lo conseguí.

Esta vez desperté con un objetivo más añadido a mi lista: encontrarle. Algo en él me provocó buenas vibraciones, como si estuviésemos allí para ayudarnos el uno con el otro.

Pero tenía miedo. Y no porque quizás realmente fuese un ente maligno, sino por el hecho de que aquel lugar era tan grande, que resultaba casi imposible que pudiésemos coincidir. Lo recordaba, desde la noche anterior empezaba a recordar más cosas sobre aquel lugar, como si el extraño ser me hubiese dado fuerzas para retener cuanto más posible.

Decidí volver a explorar primero el comedor familiar, donde lo vi por primera y última vez.
Pese a seguir estando el pasillo a oscuras, esta vez caminé con menos cuidado, más firme. Sinceramente ya no me importaba lo que ocurriese.

Me quedé estupefacta cuando observé que aquella noche ya no habían velas sobre la mesa, ni platos, ni nada que me indicase que todo seguía igual. Es como si esta vez hubiese aparecido más tarde, como si aquella familia invisible a mis ojos se hubiese ido ya a dormir.

Si de verdad vivían seres allí, ya fuesen humanos o espectrales,
Qué sentido tenía aquel silencio tan aterrador? Aquel silencio que, en conclusión, hacía estallar mis oídos.

Allí no había nadie, por lo menos aparentemente. Ni la familia, ni extrañamente aquella silueta.
Así que, me volví a adentrar en el oscuro pasillo repleto de sombras imaginarias e impresiones vagamente familiares.

Pese a la terrible sensación de terror que poseía siempre que me situaba en aquella enorme mansión, descubrí entonces que también adquiría y gozaba de otra clase de efecto : la adrenalina. Una parte muy pronfunda en mí disfrutaba de ella, me sentía afortunada, porque al fin y al cabo, nadie más que conociese estaba viviendo esa clase de experiencias.

Por primera vez, escuché una voz. Era ronca, mi capacidad para identificar cuerpos a través de voces era excelente. Pertenecía a un hombre de mediana edad. Pude deducir que seguramente sería el padre y marido de la familia. Era extraño, porque intuí que su voz no procedía de muy lejos, pero la escuchaba como en una cuarta dimensión, como si estuviese separada de mí por barreras, por diferentes mundos.

La puerta de la que procedía aquella voz estaba entreabierta, así que pegué mi cuerpo a la pared, justo al lado. Asomé un ojo y pude contemplar un despacho iluminado por una luz situada en el techo. No había nadie, pero sí se escuchaban voces.

-Y qué quieres que hagamos entonces? -preguntó la voz ronca a otra voz que aún no había tenido la posibilidad de poder escuchar-.

-No lo sé, Ben, no lo sé -contestó esta vez una voz dulce y tierna que posiblemente pertenecería a la de su mujer-.

-Qué quieres que lo dejemos ahí conectado para siempre? Eso no es forma de vivir -volvió a formular una pregunta aquella voz ronca, esta vez triste-.

-Te vuelvo a repetir que no lo sé. Escucha, estamos demasiado revolucionados con esta situación, es imposible poder pensar así. Vamos a dejar que pasen unos días y nos calmemos... -definitivamente yo era la persona más torpe del mundo, mi pie tropezó con la puerta y se dieron cuenta. Yo no podía verles, pero ellos a mí todavía no lo sabía-.

Alguien me tapó la boca y me arrastró hasta otra habitación muy lejos a la anterior, pero perteneciente al mismo pasillo. Pude observar que éste era prácticamente inacabable, porque no era normal andar tantos minutos por el mismo lugar.

Cuando por fin me soltó, justo antes de girarme, formulé la típica y evidente pregunta.

-Quién eres?

-Alguien que podría defenderse muy bien si pretendes dañarme. Anda con cuidado porque voy armado -sonrió sarcástica y enigmáticamente. Aquel joven no tenía pinta de ser malévolo, ni nada por el estilo-.

Me quedé boquiabierta cuando contemplé justamente a la silueta que vi la noche anterior, esta vez cara a cara. Mi objetivo, a quien estaba buscando.
Era alto, no demasiado. Lo suficientemente como para atraerme.
También era pálido. Su palidez me cautivaba, era delicada y preciosa, reflejaba fragilidad.
Y sus ojos. Sus malditos y encantadores ojos eran dos piedras bañadas en esmeralda, mostraban valentía, justo lo contrario a la tonalidad de su piel, pero también mostraban tristeza, y yo estaba dispuesta a hacerla desaparecer, estaba dispuesta a ayudarle.

-Lo que me faltaba ya. Un chico malo dispuesto a amenazarme lo que haga falta. No pareces ser el mismo que hace unos minutos me ha rescatado de mi torpeza -devolví mi media sonrisa, indicándole que me había caído bien-.

-Escucha, chica torpe, no sé si a ti te lo habrán comentado, pero a mí desde luego sí, no tenemos mucho tiempo para salir de aquí, y mientras más tiempo residamos en este lugar, más débil te vas a volver, yo raramente no, y me gustaría que me ayudaras a averiguar el porqué.
Aquel hombre y aquella mujer que acabas de escuchar, no me causan confianza, y por lo que deduzco, a ti tampoco.

-Cierto. Y has acertado de pleno, porque, estoy dispuesta ayudarte y a resolver todas las dudas que tengas.

Y, como todas las noches, todo se desvaneció, como el frío viento del polo norte.

De una pesadilla, un sueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora