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Cogió la puerta que llevaba al siglo XV. Concretamente, al castillo donde vivía Liberata, Reino de Castilla, el 4 de febrero de 1496. Eran casi las ocho de la mañana, y no tenía mucho tiempo.

–Anda que tener que llegar horas antes de la ejecución de la señorita... Cómo nos gustan las emociones fuertes en el Ministerio –suspiró mirando su teléfono inteligente.

Con esos ropajes tan aparatosos no podía correr bien, ni siquiera tenía facilidad para andar. La recién llegada al Ministerio cogió su pomposa falda azul turquesa y la subió hacia arriba.

–Si me viera Velázquez... Me pintaba en Las Meninas –rio ella mientras apresuraba el paso.

Caminaba ligera por los largos y fríos pasillos del castillo, buscando las mazmorras. Por fin, divisó una escalera de caracol hecha en piedra. Miró hacia un lado y hacia el otro, y al descubrir que no había nadie, bajó con dificultades. El tintineo de los delicados zapatos contra la piedra, dejaba un eco suave en el ambiente. Antes de bajar los últimos peldaños, la agente se aseguró de que no había nadie vigilando a su querida elegida. Parecía no haber nadie, así que bajó, aunque estaba algo insegura.

Miró todas y cada una de las mazmorras hasta que, en la última, la encontró. Estaba tirada en el suelo y parecía estar dormida. Su pelo oscuro estaba sucio y enredado, y sus ropajes andaban manchados y con poco lustre. La puerta estaba cerrada con llave, pero las cerraduras de ese tiempo eran fáciles de manipular. Hurgó en su moño y sacó una horquilla, dejando caer así un pequeño mechón. Cogió el candado de hierro, metió la horquilla y la movió de un lado a otro hasta que se abrió. De un empujón abrió también la puerta, que estaba oxidada.

Tras el chirrido que dejó, Liberata se dio la vuelta débilmente. Cuando pudo enfocar la vista, vio a la que sería su nueva jefa.

–¿Q-Quién sois? –preguntó asustada aunque su voz desprendía un deje de seguridad.

–Alguien que ha venido a buscaros. Vos sois Liberata Núñez Lamas, ¿no es así?

–Cierto es, yo misma soy. P-Pero, ¿quién...?

–No hay tiempo para explicaciones –se apresuró la mandada del Ministerio–. Tengo un ofrecimiento para vos.

–¿A qué ofrecimiento os referís?

–Conozco lo que os sucederá dentro de escasas horas –contestó mirando su reloj de pulsera. Liberata iba a decir algo sobre el tan novedoso objeto, pero la interrumpió–. Vos podéis libraros de ello.

–¿Cómo? Se darán cuenta, me buscarían –preguntó exhausta.

–No –dijo señalando a una mujer bajita y débil que llevaba su misma ropa–, ya no. Sólo tenéis que acompañarme.

–¿A dónde?

–Ya os dije antes que no hay tiempo –salió de la celda y miró rápidamente–. Debemos irnos.

–Pero...

–No me cuestionéis y obedecedme.

Liberata asintió. Notaba que su pulso se aceleraba. La enviada del Ministerio subió las escaleras con cuidado y tras ella iba Liberata. En los pasillos tan largos del castillo había una brisa fresca, proveniente de las rendijas de algunas ventanas. Esquivaron a varias sirvientas que andaban de un lado a otro, hasta que por fin llegaron a su destino.

Abrió la puerta empujándola con la mano. Ambas mujeres, vestidas propiamente del siglo XV, habían llegado al Ministerio del Tiempo.

Una Historia Paralela - MdTDonde viven las historias. Descúbrelo ahora