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Ernesto salió del despacho de Salvador Martí. Esta vez, había dejado atrás sus ropajes históricos y vestía adecuado a la época en la que vivía actualmente. Iba a por Lara Castell mientras que su compañera visitaba las puertas del tiempo para conocer en persona a los otros dos nuevos funcionarios. Subió la gran escalera de caracol del Ministerio hasta que por fin llegó al patio de la entrada. Estaba exhausto y se preguntó, como muchas otras veces, porque no instalarían un ascensor.

Salió del Ministerio. La gente paseaba por la calle. Miró a ambos lados de la calle y se dispuso a continuar su camino.

Lara Castell era una médica forense que vivía en el centro de Madrid. Tenía buenos ingresos, pero su vida no era tan buena como parecía. Su vida se ajustaba al dicho de 'El dinero no da la felicidad': Durante varios meses ha estado recibiendo tratamiento psicológico por desequilibrios mentales y autolesiones. En su expediente médico circulaba la depresión como posibilidad principal de esos comportamientos.

Andorreando y andorreando topó con su destino. Un bloque antiguo, de esos que ya sólo hay en Madrid, era en el que vivía Lara Castell.

Un vecino le abrió la puerta y entró de chiripa. Esta vez, prefirió coger el ascensor. Subió hasta el sexto piso y busco la puerta de su próxima elegida. Tocó el timbre. Carraspeó y se estiró un poco. Tras unos instantes de silencio, la puerta se abrió dejando ver a una mujer de unos treinta años, piel dorada, ojos verdes intensos y pelo desordenado que lo miraba interrogante.

–Buenas, soy del Ministerio.

–¿Qué Ministerio?

–Es complicado de explicar –dijo entrando sutilmente a la casa–. ¿Me deja pasar?

–Sí, ya está dentro...

Una vez dentro, Lara se sentó en el sofá y tras ella lo hizo Ernesto.

–¿Y bien? ¿Qué quiere? –dijo sacando una botella de un mini-bar.

–¿Bebe frecuentemente? –preguntó Ernesto para romper el hielo.

–¿Y qué le importa a usted? ¿Es médico o qué?

–Más o menos... Bueno, no exactamente.

–¿Entonces?

–Esa afición podría afectar a su trabajo.

–¿Acaso sabe en qué trabajo?

–Sé casi todo de usted. Por no decir todo, nunca se sabe.

–¿Qué dice? –respondió cortante.

–Lara Castell, veintinueve años. Sufre depresión y desequilibrios mentales por lo que se autolesiona. Es médico forense y trabaja en un hospital cerca de aquí. No tiene hijos ni pareja...

–Ya, basta, pare –le cortó– No sabe nada de mí. Yo no me autolesiono.

–¿Y esas marcas y moratones? –respondió señalando sus brazos y sus manos que enseguida los ocultó bajándose las mangas de la camisa.

–¿Se puede saber por qué sabe tanto de mí? –quiso cambiar de tema.

–Para ayudarle. Por eso le digo que podría afectar a su trabajo.

–Mis pacientes no corren ningún peligro –se sirvió un poco de whiskey en un vaso–. Ya están muertos. A veces los ves y te gustaría estar como ellos. Pero al final desechas la idea, sin entender por qué.

Lara ya había cogido confianzas y Ernesto quería aprobar la ocasión.

–Vengo a salvarte –le dijo en ademán consolador.

–¿Salvarme? Já. Llega tres años tarde –dio un trago y acabó con el líquido del vaso.

–Nunca es tarde. ¿Viene?

–Pero, ¿qué pretende?

–Lo sabrás cuando lleguemos al Ministerio.

–¿Ministerio?

Ernesto la miró y asintió con seriedad. No se fio al principio, pero por el alcohol que ya había tomado se dejó llevar.

Salieron del piso. Ernesto llamó a Amanda para que viniera a recogerles en coche. Ya iba en camino la última nueva funcionaria de la patrulla del Ministerio.

Una Historia Paralela - MdTDonde viven las historias. Descúbrelo ahora