Al atardecer siguiente le propuse a Marius hacernos pasar por mortales utilizando la línea de tren para regresar. Me hacía ilusión. Quizás con un poco de suerte todavía nos daba tiempo a coger el último. Nuestra última conversación había despertado en mí un creciente interés por la sociedad y ansiaba ver mundo en vez de enclaustrarme en un grupo de vampiros avocados al estancamiento. Mi maestro celebró la iniciativa. Observé que tenía una expresión de entusiasmo, lo que me llevó a suponer que haría años que no se paseaba por el mundo mortal. En mi caso, hacía siglos que no me dejaba ver abiertamente. Tenía muy interiorizada la faceta de que los vampiros debíamos residir en las sombras; no sin fundamento, pues la mayoría de nosotros albergaba en sitios oscuros y siniestros semejantes al lugar donde nos encontrábamos en esos momentos.
Encontramos la salida de aquello sin las complicaciones del día anterior, a pesar de que las antorchas habían extinguido sus llamas. Esta vez nos guió el olor del cadáver que seguía al pie de las escaleras de la entrada. Me resultó repugnante. Debíamos eliminarlo y así se lo pedí a mi maestro para que lo quemara. Resolvimos apartarlo del paso para que el fuego no obstaculizara nuestro ascenso por las escaleras y lo dejamos ardiendo mientras nos marchamos a paso ligero.
Cuando salimos a la superficie me impactó el aire fresco que se respiraba en contraste con el aire viciado de la zona subterránea. Aspiré hondo para llenarme los pulmones y sentirme más despejado. El aspecto del almacén era el mismo que el de la noche anterior, aunque tampoco nos detuvimos a inspeccionar nada. Con rapidez, salimos al exterior donde tuvimos que atravesar parcelas de tierra que constituían el terreno de las fábricas y demás edificios complementarios. En el cielo comenzaba a brillar una luna redonda a la vez que se desvanecían los destellos rojizos del atardecer. Era como si una luz fantasmal bañara los alrededores otorgándole una belleza que no poseían. Al contrario, el paisaje era austero y contaminado. No tenía ni punto de comparación con los páramos que había escogido Marius en su retiro. Sin embargo, era un núcleo que prometía más diversidad en cualquier aspecto y nos instaba a recorrer sus trazados.
Nos dirigimos hacia la estación de tren atisbada la pasada noche. Estaba muy a la periferia del centro urbano y, por lo visto, pertenecía a la localidad de Fives. Cuando llegamos nos encontramos con que era un pequeño apeadero poco proporcional a la cantidad de población que empezaba a contener la ciudad de Lille. Junto al rudimentario andén, había un grupo de trabajadores apretados sobre él y tres burgueses notablemente apartados de éstos. Nosotros también nos mantuvimos apartados para que nuestra apariencia no nos delatara. Calculé que el tren estaría al llegar y que era el de regreso a París que transportaba a los trabajadores a la salida de cada jornada repartiéndolos en los diversos pueblos agrestes que había entre la capital y el núcleo industrial.
Me llamaron la atención los burgueses. Los observé: eran dos caballeros y una dama. Los caballeros iban con sombreros de copa y con capas cortas hasta las rodillas adornadas con embozo tal como regía la época. Envidié no tener un sombrero de esos para cubrirme los ojos. Andar entre mortales no me resultaba tan cómodo como a mi maestro y los ojos de un vampiro podían delatar a uno con el brillo iridiscente que emitían según la luz que se proyectara sobre ellos. No era una buena idea crear el pánico en un lugar como podía ser un tren.
En cuanto al tema del dinero, no sabía lo que podría costar ni como se adquirían los billetes. Mi maestro me dijo que de eso no me preocupara.
-Pero maestro, ¿llevas dinero suficiente encima? –le pregunté. –En mi caso no me ha hecho falta en todo este tiempo, pero sé que tú eres el de las cuestiones monetarias.
-¿Desde cuando un vampiro se preocupa por el dinero? –me miró de soslayo y se rió –Ya sabes que soy un hombre de recursos.
-¡Claro! Un hombre... -Meneé la cabeza.

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La deseada inmortalidad
VampireTodos se convirtieron en vampiros con la misma inquietud: la inmortalidad les daría mayor libertad, más poderes y más sabiduría. En cambio, están influenciados por las pasiones humanas que nunca superaron y una patológica sensación de aislamiento do...