Una vez dentro de su casa, advertí que Louis no se las arreglaba tan mal estando solo; tenía un espacio propio bien cuidado, con los detalles propios de una vivienda familiar: dos dormitorios, sofás, muebles, bonitos jarrones... Una de las habitaciones contenía el ataúd donde él dormía, en paralelo con la cama. Era un elemento transgresor dentro del equilibrio que guardaba la casa y, a primera vista, me horrorizó.
-¿No tienes otro sitio donde guardarlo? -le pregunté señalándolo.
-No -me miró con curiosidad -¿dónde debería tenerlo?
No le respondí. Me parecía una pregunta demasiado ingenua para contestarla. Continué estudiando el cuarto. Observé que la ventana era bastante pequeña y que estaba adornada con unos gruesos cortinajes de un verde oscuro que debían de absorber la mayor parte de la luz del exterior.
-Con la poca claridad que tiene tu escondite no te haría falta este cajón -le di una patada. A continuación, descorrí las cortinas y me asomé a través de los cristales. Las vistas daban a un callejón pequeño que estaba desierto. Todas las luces de las casas estaban apagadas, lo que ofrecía una sensación de privacidad ficticia; pues, en realidad, estábamos rodeados de familias de mortales.
-Armand... no empieces -me dijo con un tono cansino -¿En qué estás pensando ahora?
Me giré y le ofrecí una sonrisa pícara.
-Nada malo. Solo que me gustaría dormir en tu cama -le contesté.
-¿Quieres descansar? Toda tuya -dijo extendiendo el brazo para ofrecérmela -Pero, ¿no pretenderás dormir también ahí de día?
Solté un bufido -Pues claro, a eso me refería. ¿Qué peligro hay?
Me miró como si me hubiera vuelto loco. Sus ojos expresaban que todavía me tenía miedo por mis resoluciones temperamentales.
-Es bastante temerario por tu parte -dijo -Estaba pensando en conseguir otro ataúd para ti. Lo puedes poner donde te guste más.
-No, déjalo -le insistí -Me gustaría volver a recostarme cómodamente en una cama sin preocuparme de la salida del sol. Ya lo hice durante el viaje en barco. Aprendí de Marius a sellar cualquier resquicio por donde pueda entrar algún rayo de luz.
-¿Marius? -me preguntó, extrañado -Nunca había oído hablar de él. ¿Quién es?
-Ah, ¿no? -fingí sorpresa -¿No te habló Lestat nunca de él? -sabía de sobra que no, pues Lestat había mantenido en la inopia a Louis para tenerlo lo más sometido posible. Sin embargo, me interesaba introducir su nombre para comenzar a hablar de él. En realidad, no tenía ningunas ganas de hablar sobre mi maestro, pero debía darle a su descripción unas pinceladas básicas.
Louis negó con la cabeza.
-Es mi hacedor. Lo había creído muerto desde hace muchos años. En cambio, una noche en París, apareció ante mí como un espectro y me acaparó sin darme tiempo a comunicártelo -me detuve para mirarle con suspicacia -No sé, además, dónde te habrías metido porque fui incapaz de lanzarte un mensaje telepático.
A estas últimas palabras mostró turbación. Un atisbo de culpabilidad apareció en su expresión que no hizo más que aumentar mi inquietud. Por consiguiente, decidí que era preciso introducirme en su mente para leérsela, aunque fuera un acto de mal gusto.
De esta forma, descubrí que días atrás de que mi maestro nos separara, Louis había vuelto a las ruinas del teatro con la desesperada idea de encontrar algún resto de su amada Claudia. Lo único que encontró fue una prenda, un precioso vestido amarillo que estaba tirado entre los escombros y que nunca logré ver. Mientras tanto, Santiago se pasaba por allí para hablar con él. Fue de esta manera como se las arregló para tener controlados los pasos de Louis y cómo se dio tanta prisa por atraparlo en cuanto desaparecí de París dos días.

ESTÁS LEYENDO
La deseada inmortalidad
VampireTodos se convirtieron en vampiros con la misma inquietud: la inmortalidad les daría mayor libertad, más poderes y más sabiduría. En cambio, están influenciados por las pasiones humanas que nunca superaron y una patológica sensación de aislamiento do...