Sin embargo, a Eduard le causaba más desasosiego que yo lo esquivase. Tenía los ojos entrecerrados, proyectados en mí. Era evidente que mi extraño comportamiento no hacía más que incrementar la expectación que le despertaba.
-Este pequeño rincón es muy apacible –repuse para romper la tensión del aire –Gracias por traerme hasta aquí, Eduard. El jardín que se ve desde aquí es maravilloso.
El señor Addison arrugó la frente antes de contestar.
-Lo es –asintió –Aunque lo noto axfisiante. Desde aquí seguramente no lo vea, pero si se pasea por él a estas horas, se corre el riesgo de ser atacado por una exuberante cantidad de mosquitos, que cualquiera diría que le podrían desangrar entre la maleza.
-Comprendo, le horrorizan los insectos.
-Es más que eso –puntualizó –La mera idea de que otro organismo me quite lo que es mío me inquieta sobremanera.
Sus palabras provocaron en mí un escalofrío que se extendió por toda mi columna. Las inocentes criaturas de la naturaleza practicaban el mismo arte que yo, pero yo lo desarrollaba con alevosía; mi instinto me empujaba a traicionar a la persona que tenía a mi lado, aquella misma que odiaba tanto ese hecho.
Suspiré con resignación.
-No se agobie por mí –no me sonrió, posiblemente era incapaz de hacerlo. En cambio, me mantuvo una mirada serena, con los ojos muy abiertos, expresando cierta gratitud.
-Quizás estaría más cómodo es un lugar alejado de esta maleza selvática –le miré con un brillo de picardía -¿Hay alguna otra terraza en pisos superiores?
-Esta casa es un verdadero misterio –contestó con un halo de intriga –A cada paso que das, se te presenta un elemento nuevo. Una vez comencé a subir las escaleras hacia los baños del piso superior; a decir verdad, perdí la noción de los peldaños que me quedaban por ascender, el caso es que, de repente, salí a la azotea. Es posible que me perdiera, no lo sé, pero me maravilló hallarme allí, bajo un manto estrellado en mitad de una tibia noche de primavera, alejado del tumulto de la sociedad.
-Adoro sentir que he robado unos instantes de soledad cuando todo el mundo requiere de mi presencia –repuse distraídamente –Me gustaría visitarla, si se acuerda usted de volver.
-Compartimos el gusto por la soledad –al contemplarlo casi podría haber afirmado que había esbozado una sonrisa –Podríamos aventurarnos a buscarla.
-Sería perfecto –asentí.
Al salir del balcón encontramos que había un grupo de tres personas reunidas en mitad del pasillo que nos miraron con desconfianza. Supuse que nos habían visto a través de los cristales de la puerta, tal y como temía, y que habrían percibido algo censurable dentro de su moral.
Aceleramos el paso sin saludarlas. No las conocía, e ignoraba si Eduard se encontraba en las mismas circunstancias; aunque, de todos modos, fue una falta de educación por nuestra parte. Pero, ¿qué importaba? No les debía nada a esos mortales.
La casa resultó ser un laberinto, como ya había notado en la primera incursión que había hecho acompañado por Lestat y el criado del señor Patterson. Sin embargo, la segunda planta parecía un lugar yermo, ya que el dueño no tenía familia y todos los invitados se encontraban abajo. Las escaleras dieron por finalizado el trayecto justo ahí, así que supusimos que debía de haber otras que llegaran arriba del todo, y que serían esas las que tomó, por equivocación, el señor Addison la anterior vez. Así que nos dispusimos a investigar la zona.
La oscuridad era algo palpable a pesar de que todos los ventanales tenían las cortinas recogidas y la luz de la luna se filtraba a su través. Yo no tenía problema en la visión, pero Eduard daba muestras evidentes de pisar con inseguridad, así que tomé la delantera y lo fui guiando.

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La deseada inmortalidad
VampireTodos se convirtieron en vampiros con la misma inquietud: la inmortalidad les daría mayor libertad, más poderes y más sabiduría. En cambio, están influenciados por las pasiones humanas que nunca superaron y una patológica sensación de aislamiento do...