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Sentí el tan familiar cosquilleo a causa del frío recorrer todo mi cuerpo, oí voces discutiendo y el sonido de la lluvia impactar contra el suelo.

Las voces, las cuales eran solo un murmullo se hicieron cada vez más fuertes.
Estaba tan sumergida en mi mar de pensamientos y emociones autodestructivos y despreciable hacia mi persona que mi conciencia no podía conectar con la realidad últimamente.

Podía sentir como el frío calaba mi piel, como mis lágrimas descendían por mis mejillas, y la suavidad de la manta la cual tenía sobre mi cuerpo. Pero mi mente se encontraba nublada, mis pensamientos solo rondaban en un nombre, siete letras y las últimas palabras que me dijo antes de irse.

Quien iba a decirlo, y quien iba a creerlo. Lo que más amaba, la persona que yo más amaba se había ido de mi vida.

El tintineo de unas llaves sonaba a lo lejos, luego el tan característico sonido del timbre de mi apartamento.

Solo dos personas que yo conocía tocaban el timbre aún sabiendo lo mucho que odiaba aquel irritante sonido.

Una era él.

La otra era mi madre.

Las posibilidades de que fuera él eran prácticamente nulas, pero aún así mi corazón se aferraba a aquella diminuta posiblidad.

No recuerdo cómo sali de la cama, o cuánto tiempo estuve frente a mi espejo juzgando con la mirada lo desastrosa que me veía.

El leve bronceado que tanto me habia caracterizado años anteriores ya no estaba, mi piel ahora era blanca y pálida debido al encierro.
Mi cabello el cual antes solía llevar teñido de un precioso rubio dorado ahora era castaño, mi color natural, aquel  del que tanto había renegado durante más de cinco años.
Mis ojos se encontraban enrojecidos y tenía grandes ojeras debajo de los ojos.

Aquella persona en el espejo, que me devolvía la mirada, no se parecía en nada a aquella muchacha despampanante con personalidad extrovertida que había llegado a esta ciudad hace años atrás.

Si tan solo no lo hubiera conocido, todo sería diferente ahora mismo...

Todo sería diferente.

La puerta de mi habitación se abrió lentamente y detrás de ella estaban mis padres, deje de mirarme en el reflejo y los observé por una centésima de segundo, sus rostros estaban surcados de evidente preocupacion y desconcierto. 

–Tardaste en abrir y nos preocupamos– mencionó mi padre.

–Usamos la llave que nos diste en caso de emergencias– acotó mi madre. 

–Lo siento, me distraje– dije en un susurro. 

Volvi nuevamente mi mirada hacia mi reflejo una ultima vez, mis ojos estaban inyectados en sangre y podia sentir el escozor con cada parpadeo, los cerré fuertemente tratando de contener las lagrimas que luchaban con salir. 

Aunque no podía verlos, sabía que se estaban acercando con paso dudoso hacia donde estaba por el sonido de sus pisadas. En menos de lo que me espere tenía a ambos abrazandome fuertemente. Fue en ese preciso momento en que sentí como me quebraba por dentro, todo ese sufrimiento y dolor que había acumulado dentro de mi estaba exigiendo salir y yo luchaba por no desmoronarme.

–Déjalo salir, te va ha hacer bien – dijo papá.

Sentí un fuerte dolor en mi pecho, y aunque jamás me gustaron las comparaciones, no hay mejor frase que aquella la cual dice "sentí como mi corazón se quebraba en Miles de pedazos" para describir como me estaba sintiendo en ese preciso instante.
Los minutos fueron pasando, mis lágrimas no paraba de recorrer mis mejillas y el dolor de mi pecho no cesaba.

Limpie las lágrimas de mis ojos, no quería que me vieran así, débil, derrotada, pero en esos momentos me sentía como una maldita e insignificante hormiga.

Lo odiaba, lo detestaba, aborrecía a Josh por haberme echo aquello. Por haber roto todas y cada una de mis murallas, por haber sido ese jodido principe perfecto que siempre había soñado, porque maldita sea, el era el chico perfecto.
Lo odiaba con todas mis fuerzas por ilusionarme, por decir que me amaba y que esperaría y haría todo lo que estubiera a su alcance para que yo también lo amara.

Lo odiaba por amarlo tanto, y amarlo dolía.

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Ocho Meses Donde viven las historias. Descúbrelo ahora