Febrero 2015

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Podría haber sido simplemente una anécdota divertida, excepto:

—Te ha llamado Évole.

—¿Qué me ha llamado quién?

Íñigo le mira con una ceja alzada y le tiende el teléfono.

—Évole. É-v-o-l-e. Jordi Évole. El de Salvados, joder.

Parece cansado y el tono es cortante. Pablo le entiende perfectamente porque él también empieza a notar en su cuerpo los estragos de dormir poco y mal. Las campañas electorales son agotadores y aunque él ha prohibido expresamente a todos sus compañeros que lleguen a la sede de Podemos antes de las ocho de la mañana, Íñigo Errejón es una fuerza de la naturaleza que no puede controlar.

—Joder, perdona —Sabe que la culpa no es suya pero aún así intenta sonar conciliador porque no tiene la mente para lidiar toda la mañana con un Errejón cabreado. La idea de tumbarse en el sofá de la sede envuelto en una manta y no despertarse en varios meses le parece terriblemente seductora, pero no se ve con ánimos de bromear— es que he dormido como el culo esta noche y estoy un poco espeso. ¿Qué quería?

Íñigo se ajusta las gafas y se pasa la mano por el pelo mientras, bolígrafo en mano, ojea unos papeles que se encuentran encima de su mesa tachando con precisión quirúrgica todo aquello que suena superfluo o irrelevante.

—Ha dicho que quería hablar contigo y que le llamaras en cuanto pudieras. Algo de un cara a cara con Rivera en su programa he creído entender.

La tostada que ha desayunado en el bar de abajo se le revuelve en el estómago.

—Pues en este momento esa idea me apetece tanto como sacarme los ojos con una cuchara.

—Sí, eso mismo he pensado yo, pero creo que nos podría venir bien. A nosotros y al país, quiero decir, ver como pones en su sitio al tío ese.

Por el tono de voz se nota lo profundamente que desprecia a Albert Rivera. Pablo desearía poder compartir ese sentimiento también porque le haría la vida mucho más fácil.

Aún así, la profunda admiración que siente por Jordi y el saber que, a pesar de todo, será un programa fantástico, le empuja a llamarle y en menos de media hora tiene confirmada su presencia en un cara a cara con Albert Rivera en un bar ese mismo viernes.

—La verdad es que me esperaba que me causaseis más problemas de agenda los dos —la voz de Jordi suena amortiguada a través del móvil pero Pablo detecta la risa a pesar de ello —. Pero si contigo he tardado poco, Rivera me lo ha confirmado en menos de diez minutos. Ha dicho que tenía un evento ese mismo día pero que pensaba cancelarlo, te juro que ha insistido tanto que parecía que me iba a entrevistar él a mí y no al revés.

Se despide prometiendo ser puntual. Os recogerá una furgoneta a las ocho, le recuerda Évole antes de colgar.

Pablo se queda mirando la pantalla unos segundos de más, preguntándose si no ha sido en realidad una idea nefasta y debería llamarle de nuevo diciendo que había olvidado un evento importante ese mismo día y si podía aplazarlo. Pero lo hecho, hecho está y él no es de los que se acobardan. Solo espera que la semana pase lo más lenta posible.


Como es natural, la semana pasa volando y se encuentra el viernes en pie a las seis decidiendo que ropa ponerse. Es rídiculo porque es simplemente un debate, no una boda, pero tras cambiarse varias veces opta por una camisa blanca (la que Juan Carlos siempre le dice que le hace parecer una buena persona) y unos vaqueros.

A las ocho puntual llega al lugar acordado y la furgoneta está ya allí, con la puerta semiabierta mostrándole a un Albert que parece genuinamente encantado de verle. Se dan la mano y Albert le aprieta amistosamente el brazo y Pablo nota como su piel responde automáticamente erizándose ante el inesperado contacto.

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