Febrero 2017

480 22 4
                                    




Nunca podría haber sido solamente un beso.

Cuando ansías algo no te conformarás con menos que eso, ni siquiera te conformarás con lo que quiera que sea, no cuando hace demasiado que empezaste a desearlo.

Lo necesitarás todo. Necesitarás más. Y nada dura lo suficiente como para satisfacerte con lo que tienes.

Pablo lleva tres días casi sin salir del hotel. Cuando Pedro Sánchez le colocó de vicepresidente no le avisó que el cargo le convertiría en una especie de equipaje de mano que el Presidente del Gobierno llevaría prácticamente a todas partes. No esperaba que el puesto fuese especialmente liviano, no era tan ingenuo, pero de ahí a tener que acompañarle a la cumbre en Bruselas —cumbre que, por cierto, estaba durando más de lo habitual—y quedarse en el hotel toda la mañana por si Sánchez necesitaba llamarle para consultar algo había un buen trecho.

Con todo ese tiempo libre encerrado en la habitación bien podría haberse puesto al día con Juego de Tronos y después haber llamado a George R. R. Martin para comentarle sus ideas para el séptimo libro. O escribirlo él mismo, directamente.

Pero tenía que joderse. Y ya llevaba tres días jodido y mínimo le esperaban dos más.

Juancar, el muy cabrón, había dejado de contestarle a los whatsapp dos días atrás argumentando que se lo hubiera pensado antes de adjudicarse la vicepresidencia tan alegremente.

Ajo y agua, macho.

Y sí, es posible que se hubiera precipitado un poco con el tema, pero se cortaría la coleta y luego se raparía al cero antes de admitírselo a cualquiera de ellos. Así que le quedaban horas de aburrimiento extremo y pasar mil veces por todos los canales internacionales para terminar viendo cualquier programa de la RAI en el que parecen estar siempre celebrando Fin de Año.

A las once ya está cansado de dar vueltas por la habitación, así que rogando por que Pedro no le llame justo en ese momento, se vista y baja a dar un paseo por los alrededores del hotel para estirar algo las piernas. El descanso es breve y en apenas media hora está de nuevo tumbado en la cama agradeciendo la ausencia de algún airado mensaje en el contestador. Y no ha pedido servicio de habitaciones, y la cama estaba hecha al volver, así que el golpe que acaba de oír en la puerta solo puede haber sido fruto de su imaginación. Comprueba de nuevo el móvil para confirmar que la reunión aún no ha terminado —Pedro Sánchez tiene al menos la deferencia de avisarle siempre—pero es evidente que alguien está llamando a la puerta, y esta vez un poco más fuerte.

Se debate entre abrir o quedarse completamente en silencio fingiendo que no hay nadie aunque finalmente opta por lo primero y, honestamente, ver a Albert al otro lado del umbral es lo último que espera.

—¿Qué cojones haces aquí? —Y vale, puede que eso haya sonado poco amigable pero, en serio, ¿qué cojones?

—Hola a ti también.

Albert le mira y luego mira al interior de la habitación y le vuelve a mirar y es cuando Pablo se da cuenta que no se ha movido de la puerta en todo el rato, la sorpresa aún visible en su cara. Tarda unos segundos más en reaccionar pero finalmente le deja pasar y Albert arroja directamente en la cama, cerrando los ojos, quedándose en silencio un buen rato.

En la lista de situaciones surrealistas que Pablo ha vivido a lo largo de su vida, lo que está experimentando en ese momento está rápidamente escalando puestos en su top 5 personal. Pero se ve obligado a insistir.

—¿Qué haces en Bruselas, Albert?

Se mueve un poco en la cama, pero no mucho.

—Vengo de visita.

—De visita...

De visita puedes ir a ver a tu amigo que no puede salir de su piso porque tiene una pierna escayolada. De visita puedes ir por sorpresa el día de Nochebuena a casa de un pariente que vive lejos de ti, pero nadie se monta en un avión parar recorrer cientos de kilómetros con dirección a un lugar incierto sólo para ir 'de visita'.

—¿Y por qué?

—Te he echado de menos —Albert ni siquiera le mira mientras lo dice pero Pablo no puede tratar de discutirle nada después de eso. Odia la forma en la que Albert puede fingir.

Al sentarse al otro extremo de la cama el otro se da la vuelta completamente.

—¿Puedo usar tu ducha? Están arreglando la de mi habitación porque el grifo no paraba de gotear y la verdad es que me vendría de maravilla ahora mismo.

Y por supuesto que puede y Pablo NO debería pensar en que solamente los separa una puerta, pero aún así lo hace.

Su mano está trazando círculos distraídamente sobre su muslo cuando Albert sale de la ducha solamente con una toalla en la cintura mientras busca su ropa y Pablo recorre su cuerpo con la mirada; pura indulgencia en un hábito nocivo que le resulta imposible abandonar.

Aparta bruscamente la mano cuando Albert se gira y la forma en la que sus ojos siguen el movimiento le hacen sentir repentinamente incómodo.

—Por algún motivo crees que no me he dado cuenta —Es una afirmación, no una pregunta, pero Pablo parpadea igualmente confuso.

—¿Darte cuenta de...?

—De que me quieres —Lo dice claramente, como si no fuese complicado en absoluto. Y está cerca. Excesivamente cerca. Peligrosamente cerca. Con una mano sobre la cadera y una toalla que parece cubrir demasiado poco.

Pablo traga en grueso.

Ante su evidente falta de respuesta, Albert se acerca aún más, agachándose hasta quedar a su altura, con los brazos sobre sus rodillas y Pablo está seguro que, de no ser porque ya estaba sentado en la cama, habría perdido totalmente el equilibrio en ese instante.

—¿Qué haces? —Un intento de mantener la dignidad que se esfuma en lo ahogado de su voz.

—Tratar de comprenderte.

—No es tan difícil.

—Para mí sí.

El movimiento es silencioso y rápido, y entonces la boca de Albert revolotea sobre la suya, su cálido aliento cosquilleándole la lengua y nublándole la mente. Y debería decir no, joder, esto no está bien, Albert... debería pararlo, debería ser capaz de impedirlo de alguna manera pero lo único que sale de sus labios es un "Lo siento" y la distancia entre ellos desaparece.

Con cuidado Albert le tumba completamente sobre la cama, la toalla olvidada ya en el suelo, y se coloca sobre él. Pablo contiene la respiración un instante más de lo que su cuerpo necesita.

—Necesito saberlo —Los dedos de Albert recorren la comisura de sus labios casi con reverencia.

—¿El qué? —Y es todo un logro el conseguir articular palabra cuando la mayor parte de tu sangre no viaja hacia tu cabeza.

—Que me quieres —Un arrebato de timidez repentina —. Así, quiero decir —añade.

—¿Por qué? —Y Albert le está desabrochando la camisa con parsimonia y pronto queda descartada junto con la toalla. Es una pregunta absurda a una respuesta obvia.

—Simplemente porque sí —Sus manos le recorren el cuerpo con lentitud y Pablo coloca las suyas sobre los fuertes músculos de su brazo.

—¿Pero y...—Quiere decir "Beatriz" pero el nombre no abandona sus labios. No puede mencionarla. No ahora. No con ellos así.

—No lo sé...yo...no lo sé. ¿Puedo? —Y sus dedos ahora sobrevuelan el cinturón del pantalón, sin llegar a tocarle del todo.

¿Y cómo va a negarse? ¿Cómo poder negarse si ya se lo ha entregado todo?

Y es egoísta. Un acto egoísta y un pensamiento egoísta. No debería pero igualmente asiente. Está dispuesto a aceptar todo lo que Albert quiera darle y las preguntas las hará luego, cuando sea seguro hacerlas, cuando se sienta con fuerzas para asegurarlo en algún rincón remoto de su memoria.

SístoleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora