Capítulo 4- Cena con el Enemigo** [Editado]

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No había sido un placentero viaje. El platinado hurón, se había quejado ávidamente de lo horrendo que eran los autos y el olor a insecticida de los taxis. Podría haberle dado puntos al respecto, pero escucharlo quejarse como una anciana la había irritado.

—Insisto, debimos aparecernos.

— ¿Ya terminaste? —éste gruñó y pasó su mano por su cabello —. ¿Qué le pasó a tu peinado de abuelito?

—Muy graciosa, Granger —gesticuló tomándola del codo para entrar de una buena vez al maldito restaurante.

— ¡Diablos! —chilló ésta desviándolos a ambos hacia una costado.

Detrás de una gruesa cortina, muy privado para cosas traviesas, los ocultaba de los ojos curiosos. Y estaban tan cerca el uno del otro que la sola idea era algo que Draco nunca se le hubiese cruzado por la cabeza.

— ¿Qué te sucede, estás loca? —reclamó sacudiéndose el saco con un gesto de asco.

Debía mantener la calma. Lo estaba haciendo bien, no mirar, no respirar, pensar en cosas lindas. No, mejor en cosas feas. Cerró los ojos cuando esta se le acercó todavía más para espiar por las rendijas que dejaban las cortinas rojas.

—Shh, nos va a escuchar —masculló tapándole la boca con su mano —. No puedo creer que esté aquí.

Este se quitó la mano de la bruja y se giró para espiar también lo que ella estaba mirando.

— ¿Quién está aquí? No veo nada. Ya me estoy cansando de tus estupideces, Granger.

—Es Rita Skeeter —éste frunció el ceño, alargó el cuello por encima del menudo cuerpo de Hermione, escaneó las mesas hasta que dio con la insoportable periodista —. Si nos ve juntos, mañana temprano estaremos en la boca de todos.

—Zorra —dijo entre dientes—, debe haber escuchado algo, o alguien pudo haberle dicho donde estaríamos.

—No lo creo —dijo aún mirando hacia la mesa que ésta ocupaba; de inmediato un hombre, no muy lejos de los cuarenta, se sentó frente a ella. Parecía un hombre pudiente, enteramente muggle —. La cucaracha está en una cita.

— ¿Rita, en una cita? Eso es escalofriante.

—No tanto como que tú estés conmigo en el Londres Muggle —acotó la castaña sin quitar sus ojos de la bruja. Sin darle importancia al gesto desconcertado de Malfoy —. ¿Te lo imaginas?

— ¿Señorita Granger?

Ambos se voltearon a ver con el corazón en la boca, al hombre que les había hablado. Llevaba consigo un traje elegante, apropiado para el lugar; sus ojos le brillaban tanto o más que la placa dorada casi imperceptible en su pecho que dejaba a la vista las siglas de Gerente y el nombre de un tal Albert Perkis.

— ¡Albert! —saludó con efusividad. Tal vez, se debía a que era una cara conocida y una que no entendía en lo absoluto el Mundo Mágico —. Tanto tiempo. ¿Ahora eres gerente?

—En verdad ha sido mucho tiempo, porque soy gerente desde hace unos diez años. Tus abuelos estarían felices de saber que al fin visita uno de sus tantos restaurantes —ella sonrió temblorosamente mirando de reojo la pequeña expresión de asombro de su rubio acompañante —. ¿Qué te trae por aquí?

—Sí, bueno, ha sido una ocasión especial, negocios.

—Imagino que sí —dijo mirando amablemente al pomposo de Draco Malfoy —. Supongo que tienen reservaciones —asintieron, éste sacó un aparato electrónico y buscó sin mucho esfuerzo sus nombres —. Mesa tres, para cuatro, en el sector privado. Sí, aquí está -Draco miró a la castaña exigiendo una silenciosa explicación. Era divertido y enternecedor verlo confundido con algo tan común como una agenda electrónica —. Los guiaré.

Hermione le había consultado a Albert si había alguna manera de no ser vistos para llegar a su mesa. Éste amablemente, le había dado una respuesta positiva para alivio de ambos. Les había explicado que dado que sus restaurantes eran visitados con frecuencia por imágenes famosas, habían tenido que hacer una entrada alternativa.
Su abuela fue la mente maestra de ello. Y gracias a ello, habían podido esquivar los maquiavélicos ojos de Skeeter.

—Que tengan una linda velada —se despidió haciendo una leve reverencia.

—Te dije que era demasiado temprano —tenía encima dos ojos color plomo sobre ella y pesaban. Levantó la mirada del menú y arrugó el entrecejo —. ¿Sucede algo?

Granger —aclaró su garganta —. ¿Tus amiguitos saben lo importante que es tu familia aquí?

— ¿Eso te haría sentir especial? —preguntó en respuesta con una ceja en lo alto —. Sí, sí lo saben.

—Mientes.

— ¿Por qué lo haría? —el rubio le iba a responder cuando un hombre y su despampanante acompañante se les acercaron.

—Lamento la tardanza —el Magitecto era endemoniadamente guapo y él lo sabía. ¿Cómo no? Todos los tipos guapos tenían esa mirada que se comía el mundo al pasar. Una sonrisa de sangre pura, una parada típica de la nobleza y un buen gusto, quizás exquisito, para vestirse. Un adonis. Sin embargo, eso no pareció sorprender a Hermione Granger; Draco no estaba seguro, o no quería creerlo, pero ella parecía conocerlo y eso le molestó un poquito —. Vaya, el mundo es un pañuelo.

—Y uno muy sucio —éste rió mientras ayudaba a su chica a sentarse. Saludó a Draco con un apretón de manos, más que nada por cortesía, y accedió a sentarse. Si había llegado hasta allí a hablar de negocios, con ver a Granger, el objetivo principal se había esfumado —. Podrías dejar de mirarme.

—Siempre tan elocuente, Jane. ¿Cómo están tus padres?

—Perfectamente —ambos rubios iban de un lado a otro como un juego de tenis escuchándolos.

—Sí, es muy típico de ellos estarlo. Tus abuelos no dejan de hablar de ti en el club. Es difícil olvidarte de esa manera —Malfoy reconoció la mirada de la castaña, una mirada que él conocía por experiencia. Carraspeó llamando la atención del famoso Victorio Von Barden, antes de que se iniciara la tercera guerra mágica —. En fin, ¿ya ordenaron?

—Lo hicimos. Pero por qué mejor no vamos al grano. A diferencia de usted, yo sí soy un hombre ocupado —Von Barden soltó una risotada y asintió haciendo un ademán con sus manos.

—Lo siento, lo siento. Hablemos, señor Malfoy.

~*~

Perder el control de esa manera no era uno de sus más apreciados pasatiempos, pero a veces la ocasión ameritaba perderlo. Refunfuñaba por lo bajo, apretaba los puños, caminaba apresurada como si eso la ayudase a olvidar aquel disgusto de la noche. Sin embargo, qué ilusa era, le llevaría más de una semana quitarse ese rostro petulante de su memoria. De vez en cuando de reojo podía ver la sonrisa divertida de Malfoy que la seguía de atrás, sin preocupaciones.

—Entonces...

— ¿Qué? —preguntó bruscamente. A la mierda los modales y eso no pareció importarle al ex Sly su humor de perros —. ¿Qué tienes para decir?

—Fue una linda cena con el enemigo, ¿no? —le temblaron de manera traicionera la comisura de sus labios. No quería sonreír, no la había pasado bien, lo que menos quería hacer ahora era reírse y mucho menos de un chiste sin gracia de la mano de Draco Malfoy —. No sabía que tenías gustos tan asquerosos. Pero después de verte de la mano con Weasley, la verdad que no me sorprende.

—Te odio.

Limón y Canela [Completo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora