El mundo podría ser soleado hoy.
La gran bola amarilla podría derramarse en las nubes, llorosa y yemosa y desdibujarse en el cielo azul, brillante con fría esperanza y falsas promesas sobre encontrar recuerdos, familias reales, amorosos desayunos, pilas de panqueques mojados en sirope de arce en un plato, en un mundo donde no exista nada más.
O quizás no.
Quizás está oscuro y húmedo hoy, con el viento soplando tan punzante, que aguijonee la piel de los nudillos de un hombre adulto.
Quizás está nevando, quizás lloviendo, no sé si quizás esté helando o granizando o haya un huracán convirtiéndose en tornado y la tierra esté desgarrándose para dar cabida a nuestros errores.
No tendría ni idea.
Ya no tengo ventana. No tengo una panorámica. Hay un millón de grados bajo cero en mi sangre y estoy enterrada en una habitación de entrenamiento a 15 metros bajo tierra, que se ha convertido en mi segundo hogar últimamente. Cada día miro estas cuatros paredes y me recuerdo que no soy una prisionera no soy una prisionera no soy una prisionera, pero a veces, el viejo miedo se extiende por mi piel y no parezco poder romper la claustrofobia atorándose en mi garganta.
Hice tantas promesas cuando llegué aquí.
Ahora no estoy segura. Ahora estoy preocupada. Ahora mi mente es una traidora, porque mis pensamientos salen de debajo de la cama cada mañana con ojos desafiantes, palmas sudorosas y risitas nerviosas que se asientan en mi pecho, se construyen en mi pecho, amenazan con quemarlo, y la presión es tan agobiante y agobiante y agobiante.
La vida aquí no es lo que esperaba que fuera.
Mi nuevo mundo está creado en acero, sellado en plata, ahogándose en la esencia de la piedra y el metal. El aire es frío, las esterillas naranjas; la luz y los interruptores hacen bip y parpadean con luces electrónicas y eléctricas brillantes de neón.
Esto está lleno, lleno con cuerpos, lleno con salas atestadas de susurros y gritos, pisadas y atentos pasos. Si escucho más de cerca, puedo oír el sonido de un cerebro trabajando, de una frente pellizcada, de dedos tamborileando en barbillas y labios y cejas fruncidas. Las ideas son llevadas en bolsillos, los pensamientos encerrados en la punta de cada lengua, los ojos entrecerrados con concentración, con cuidadosos planes que yo debería conocer.
Pero nada está funcionando y todas mis partes están rotas.
Se supone que administre mi Energía, dijo Castillo. Nuestros dones son diferentes formas de Energía. La materia nunca se crea o destruye, me dijo, y mientras nuestro mundo cambiaba, así lo hacía la Energía en él. Nuestras habilidades son sacadas del universo, de otra materia, de otra Energía. No somos una anomalía. Somos inevitabilidades de la perversa manipulación de nuestra Tierra. Nuestra energía provenía de algún lugar, dijo. Y algún lugar está en caos a nuestro alrededor.
Recuerdo los irritados cielos y la secuencia de los atardeceres colapsando bajo la luna. Recuerdo la tierra rasgada, los raídos arbustos y lo que solía ser verde, que ahora está demasiado cerca del marrón. Pienso en el agua que no puedo beber, en los pájaros que no vuelan y cómo la civilización humana ha sido reducida a nada más que una serie de bases desperdigadas sobre lo que queda de nuestra devastada tierra.
Este planeta es un hueso roto que no encaja bien, una centena de piezas de cristal pegadas juntas. Nos han destrozado y reconstruido, nos dijeron que hiciéramos un esfuerzo cada día por fingir que estamos en el camino en que debemos. Pero es una mentira, todo es una mentira, cualquier persona es una mentira.
Yo no funciono apropiadamente.
No soy nada más que la consecuencia de una catástrofe.
2 semanas se han desmoronado en el arcén de la carretera, abandonadas, ya olvidadas. 2 semanas he estado aquí y en 2 semanas he prolongado mi residencia en una cama de colchas, preguntándome cuándo algo va a romperse, cuándo seré la primera en romperlo, preguntándome cuando va a caerse a pedazos. En 2 semanas debería haber estado más feliz, con más salud, durmiendo mejor, más cómoda en este lugar. En cambio, me preocupo sobre qué pasará cuando si no pueda conseguirlo, si no averiguo cómo entrenar adecuadamente, si le hago daño a alguien a propósito o por accidente.
Estamos preparándonos para una guerra sangrienta.
Por eso estoy entrenando. Todos estamos intentando prepararnos para derrotar a Warner y sus hombres. Para ganar la batalla a tiempo. Para demostrarles a los ciudadanos del mundo que aún hay esperanza, que no tienen que consentir las demandas del Restablecimiento y volverse esclavos de un régimen que no quiere nada más que explotarlos por poder. Y acepté luchar. Ser una guerrera. Usar mi poder contra mi mejor juicio. Pero el pensamiento de poner una mano en alguien me lleva de vuelta a un mundo de recuerdos, sentimientos, una ráfaga de poder que experimento sólo cuando estoy en contacto con una piel no inmune a la mía. Una ráfaga de invencibilidad; un tormentoso tipo de euforia, una ola de intensidad inundando cada poro de mi cuerpo. No sé lo que me hará. No sé si puedo confiar en mí misma para disfrutar con el dolor ajeno.
Todo lo que sé, es que las últimas palabras de Warner están atoradas en mi pecho y no puedo estornudar el frío o la verdad atrapándolas en la parte posterior de mi garganta.
Adam no tiene ni idea de que Warner puede tocarme.
Nadie lo sabe.
Warner debería estar muerto. Warner debería estar muerto porque se suponía que yo le tenía que disparar, pero nadie supuso que yo necesitaría saber cómo disparar un arma, así que ahora supongo que él va a venir a buscarme.
Va a venir a luchar.
Por mí.
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Miau.
ActionTick, tick, tick, tick, tick. Ya casi es momento para la guerra. Juliette ha escapado de Punto Omega. Es un lugar para personas como ella, personas con dones, y también el cuartel general de la resistencia rebelde. Finalmente está libre del Rest...