Capítulo 2

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Un golpe seco y la puerta se abre de golpe

—Ah, señorita Ferrars. No sé lo que esperas lograr sentándote en la esquina. —La sencilla sonrisa de Castillo danza en la habitación antes de que lo haga él.

Tomo un aliento e intento forzarme a ver a Castillo, pero no puedo. En su lugar susurro una disculpa y escucho el lastimero sonido que mis palabras hacen en esta habitación. Siento que mis dedos temblorosos aprietan las gruesas y acolchadas alfombras esparcidas por el suelo y pienso en que no he logrado nada desde que he llegado aquí. Es humillante, tan humillante decepcionar a una de las personas que siempre ha sido amable conmigo.

Castillo se queda de pie justo en frente de mí, espera hasta que levanto la mirada.

—No hay necesidad de disculparse —dice él. Sus ojos marrones, nítidos y claros, y la amigable sonrisa, facilitan que olvide que él es el líder del Punto Omega. El líder de todo este movimiento clandestino dedicado a luchar contra el Restablecimiento. Su voz es tan gentil, tan amable, y es casi peor. A veces desearía que sólo me gritara—. Pero —continúa—, tienes que aprender a cómo aprovechar tu energía, señorita Ferrars.

Una pausa.

Un paso.

Sus manos descansan en la pila de ladrillos que se supone debo destruir. Él finge no notar los bordes rojos alrededor de mis ojos o los tubos de metal que lancé por la habitación. Cuidadosamente, su mirada evita las manchas de sangre en los tablones de madera colocados a un lado; sus preguntas no cuestionan por qué mis puños están apretados con tanta fuerza y si me he lastimado de nuevo o no. Ladea la cabeza en mi dirección pero está mirando un espacio justo detrás de mí y su voz es tan suave cuando habla.

—Sé que esto es difícil para ti —dice—. Pero debes aprender. Tienes que aprender. Tu vida dependerá de ello.

Trago con tanta fuerza, que escucho el eco de ello en el abismo entre nosotros. Asiento, me echo contra la pared, le doy la bienvenida al frío y al dolor del ladrillo que se me clava en la columna vertebral. Me llevo las rodillas al pecho y siento que mis pies se presionan contra las esteras protectoras que cubren el suelo. Estoy tan cerca de las lágrimas, que temo que pueda gritar.

—Sólo que no sé cómo —le digo finalmente—. No conozco nada de esto. Ni siquiera sé qué se supone que haga. —Miro al techo y parpadeo parpadeo parpadeo. Mis ojos se sienten brillantes, húmedos—. No sé cómo hacer que ocurran las cosas.

—Entonces tienes que pensarlo —dice Castillo, sin inmutarse. Agarra un tubo de metal descartado. Lo pesa en sus manos—. Tienes que encontrar las conexiones entre los hechos que ocurrieron. Cuando irrumpiste a través del cemento en la cámara de tortura de Warner, rompiste la puerta de acero para salvar al señor Kent, ¿qué pasó? ¿Por qué en esas dos instancias fuiste capaz de reaccionar de semejante manera? —Se sienta unos metros lejos de mí. Empuja el tubo en mi dirección—. Necesito tus habilidades, señorita Ferrars. Tienes que concentrarte.

Concentrarse.

Es una palabra, pero es suficiente, es todo lo que toma para hacerme sentir enferma. Todos, al parecer, necesitan que me concentre. Primero Warner necesitaba que me concentrara, y ahora Castillo necesita que me concentre.

Nunca he sido capaz de seguir hasta el final.

El profundo y triste suspiro de Castillo me regresa al presente. Se pone de pie. Suaviza la única chaqueta azul marino que parece poseer y noto el plateado símbolo Omega bordado en la parte posterior. Una mano distraída toca el extremo de su cola de caballo; siempre anuda sus temores en un limpio nudo en la base de su cuello.

Miau.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora