capitulo 4

92 12 0
                                    

Jorge hizo un buen trabajo evadiendo a la chica nueva. Sin embargo, no pudo evitar escuchar algunas cosas sobre ella. Se llamaba Martina Stoessel. Extrañamente, el nombre le quedaba perfecto, dado que tenía una naturaleza etérea, y un matiz soñador en su mirada. No la estaba investigando ni buscando información sobre ella entre sus amigos. Al menos, no mucha. Pero Martina impresionaba a todos los estudiantes, gracias a su acento inglés y a la forma en la que veía la vida escolar. Jorge ya había escuchado muchos comentarios, que todos repetían como si fueran un chiste, aunque él tenía la sospecha de que eran lo que en tenis se llaman "errores no forzados". Estaba bien. Tenía controlada su atracción por ella. La zona prohibida que se había autoimpuesto alrededor de Martina había aplacado un poco la gran ansiedad que sentía cuando ella estaba cerca.

La noche en la que tuvo la premonición todo cambió radicalmente. Su poder para ver el futuro se manifestaba en pequeños flashes mientras estaba despierto, pero a veces podía ver toda una secuencia desarrollándose en su mente como el trailer de una película, anticipando lo que el futuro deparaba. Los momentos previos a irse a la cama eran los más complicados, ya que en su mente aparecían distintos flashes de Martina.Estaba caminando al lado de la chica nueva por una calle de la ciudad que no conocía muy bien. Parecía una escena tranquila hasta que se escucharon gritos. Pudo ver un cuchillo y sangre... mucha sangre. Terror. Luego, se dio cuenta de que los gritos provenían de Martina.Volvió a la normalidad sobresaltado, con el corazón golpeando contra su pecho. Se sentó, se quitó las mantas y se acercó a la ventana, intentando calmar su respiración. Fue en vano:
parecía que estaba en llamas. Así que se puso la camiseta y bajó las escaleras para tomar un poco de agua fría.

–¿Te sientes bien, Jorge?

No se había dado cuenta de que su padre estaba sentado en una esquina de la sala. Por la vela que tenía a su lado, Jorge dedujo que se estaba tomando un momento para meditar, como hacía siempre que estaba preocupado. Sus raíces americanas eran totalmente evidentes en esos momentos, tenía la mirada ensombrecida por los pensamientos profundos y llevaba su largo pelo oscuro sujeto hacia atrás con plumas. Jorge esperaba no ser el responsable del insomnio de su padre.

–Sí. Estoy bien.

–Por favor, no me mientas.

La mano de Jorge tembló mientras el hielo repiqueteaba dentro del vaso.

–Una premonición, eso es todo. No es la primera que tengo.

–¿Mala?

–Muy mala.

–¿Hay alguien que conozcamos involucrado?

–La chica nueva –tomó un trago–. Vi cómo la atacaban.

–¿Una chica nueva?

–Sí... Ruggero debe haberla mencionado. Es pianista.

Su padre sonrió por un momento.

–Ah, sí. Mencionó algo al respecto. Se preguntaba si conocíamos a sus padres, si eran parte de la Red.

–¿Son miembros de la Red?

–No.

–Pensamos que quizás ella estaba emitiendo señales.

–Tal vez eso explica por qué tuviste esa visión. Tu don debe haber captado sus pensamientos, alertándote.

–Supongo...

El hombre puso las manos sobre su pecho, mientras se observaba tranquilamente en el espejo del armario. Jorge recordaba los viejos tiempos, cuando era pequeño y solía subirse al regazo de su padre.

–¿Qué vas a hacer?

Era típico de él dejarlo ser "adulto" y tomar sus propias decisiones. Sus padres siempre fueron defensores de permitirles a sus hijos ser dueños de sus elecciones, incluso cuando Jorge optaba por caminos que sabía que a ellos no les gustaban. Aun así, no había mano dura para los hermanos Benedict. Ellos creían que de esta manera, a la larga, sería mejor. Así sucedió con Nico y Facu, que solían ser rebeldes, pero rápidamente se transformaron en pilares para la sociedad. Sin embargo, Jorge no estaba seguro de que con él funcionara de esa manera.

–Estaba tratando de evitarla... por sus pensamientos.

–¿Pero...?

–Pero creo que debería seguirla de cerca, advertirle si tengo ocasión.

–Es una buena idea. Sabes que tenemos que proteger a las personas que se cruzan en nuestro camino, y más aún si se trata de una chica castaña, pequeña y dulce, que logra llegar a lo más profundo de ti.

–¿Ruggero te dijo eso?

Su padre no utilizaba ese tipo de expresiones.

–Sí, me dijo que eres diferente cuando estás cerca de ella. Que no estás seguro de tus movimientos. Cuídala, Jorge. El futuro no es tan claro como tu visión te hace creer –repuso con un brillo divertido en los ojos.

–Lo sé, papá. Ya he cometido suficientes errores como para no saberlo.

–También espero que sepas que estoy orgulloso de ti.

Jorge se dio cuenta de que su padre estaba destacando algo bueno sobre él. Luego de que durante meses su relación había estado llena de desaprobaciones, se sentía bien estar de nuevo en el buen camino.

–Gracias. Daré lo mejor de mí.

–Eso es exactamente lo que esperamos, Jorge.
...
Vigilar a Martina resultó ser un entrenamiento fascinante. Siempre aparecía de pronto por Wrickenridge como Alicia lo hacía en el País de las Maravillas. Sin embargo, ni se imaginaba que Jorge la seguía de cerca, cada vez que ella salía luego del atardecer. Por otro lado, Jorge estaba en lo cierto: la naturaleza dulce de Martina la hacía ver inocente ante la mirada de los chicos malos de la ciudad. Una vez ya la había visto atrapada en medio de una conversación con la entrometida señora Hoffman y había sido divertido verla intentando trepar a la estantería para ayudarla a agarrar un frasco de mayonesa que estaba fuera del alcance de la mujer. Jorge tuvo que usar la telequinesis para evitar que se cayera una montaña de frascos, cuando Martina golpeó uno de los envases. Luego de eso, ella aprovechó para escapar de la mujer, dejándolo solo con la señora.
Caray, gracias Bo Peep.

Una noche, por primera vez, martina había notado que él la seguía. Cuando martina lo evitó y se dirigió hacia su casa, Jorge, molesto, aceleró la motocicleta y obtuvo como premio una expresión de sorpresa de parte de ella. Lo único que deseaba era que dejara de andar por la calle durante la noche: todo en Martina gritaba que era un blanco fácil para cualquier persona con intenciones malignas.

Durante el fin de semana, Jorge se tomó un descanso, relegando a Martina para ocuparse de sus padres. Hacía poco había vivido una situación de mucha angustia junto con su familia, cuando se vieron envueltos en un tiroteo por un tema de drogas en el que murió un niño. Por lo cual, tenía que poner un límite en el tiempo que pasaba vigilando a Martina o se volvería loco.

Cuando sus caminos se volvieron a cruzar en lo que Jorge consideraba su paraíso personal, las minas del pueblo fantasma en la ladera de las montañas que quedaban sobre Wrickenridge, Jorge no actuó bien. Ese era el lugar al que usualmente iba a pensar, ya que las viejas y descuidadas cabañas y la vista que tenía desde ese lugar lo tranquilizaban. Cuando la vio, intentó advertirle, pero todo salió mal y Martina se fue quedándose con la impresión de que él era un pervertido o una persona muy rara. Tendría que haber dado ese paso en otro lugar, cuando hubiera más gente, para que ella se sintiera segura. Pero en lugar de eso, lo único que logró fue espantarla. Durante todo el camino a su casa se castigó por su error.

La próxima vez que se encontraron fue incluso más desastroso, si es que eso era posible. Martina estaba entre los alumnos que habían elegido hacer rafting y gracias a las disposiciones de su padre, quedó sentada al lado de Jorge en el bote. Estar tan cerca de ella provocaba que recibiera todos sus pensamientos ininterrumpidamente, como si cambiara de canal constantemente: ansiedad, terror, flashes de dramas inventados por ella. Hacía que él se distrajera demasiado...

El Comienzo de la historiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora