La Bestia

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La noche cayó como un susurro: sin ser previsto, de la nada.

Si lo Desconocido podía lucir tétrico de día, entonces, pensó Wirt, de noche se tornaba escalofriante; podía escucharse el lamentar del viento traspasar entre las ramas, rugir con las hojas de distintas tonalidades y hacer silbar los huecos troncos del bosque, donde, en su interior, más allá al fondo, sin que nadie lo observara, la Bestia canturreaba con alegre sonata, esperando.

Mabel bostezó, llevándose una mano a la cara para tallarse los ojos. Greg hizo lo mismo, mientras estrechaba la rana contra de sus minúsculos brazos.

─ ¿Podemos parar? ─Preguntó Greg con voz suave, bostezando─. Tengo sueño. Y hemos caminado toda la tarde.

─Es cierto ─respondió Mabel, agitando la cabeza para despertar y miró a su mellizo, Dipper─. Necesitamos descansar ─suplicó.

Dipper por su parte se limitó a asentir con la cabeza, y aunque no objetó por alguna señal de cansancio, en sus ojos Wirt pudo observar un par de ojeras que le adornaban los pómulos.

En silencio, y caminando entre el intrigante silencio de lo Desconocido, siguieron caminando hasta que la luna subió a su punto máximo, iluminándoles el camino para buscar un refugio. O algo que pudiera parecerse a un hogar decente para pasar la noche sin tener que preocuparse por el inquietante frío que azotaba la vereda.

Más adelante ─no caminaron más de una hora─ encontraron un minúsculo sitio donde podrían pasar la noche. Un viejo molino, totalmente abandonado y con la puerta ligeramente abierta los saludó desde la oscuridad.

Ninguno de ellos replicó la mala idea que sonaba entrar a una vieja casa, sin preocuparse por el hecho de que existieran inquilinos en su interior que los pillaran en su propiedad. Afortunadamente y contra todo pronóstico, el interior del molino ─o al menos el apartado que daba facha a una pequeña casa─ estaba completamente vacío.

Los muebles permanecían intactos, y Wirt se aventuró a pasar una de las yemas de los dedos sobre la madera, la cual de inmediato se tiñó de polvo.

Esos objetos parecían haber sido abandonados en el pasado, posiblemente no mucho tiempo, pues la madera que se veía unos metros lejos de a chimenea parecía no recién cortada, pro si con un ligero contenido de podredumbre.

Dipper se dirigió a encender el fuego, mientras Greg y Mabel no esperaron ninguna indicación: cayeron rendidos sobre el sillón que estaba justo al lado de la chimenea, y cerraron los ojos, dejando que "los mayores" se encargaran. Por supuesto, el plan de Wirt no contaba con ello, pero si algo le pasara a Greg ─grave─, ¿cómo se lo explicaría a su madre o el padrastro?

A lo lejos el viento seguía soplando con fuerza, haciendo repiquetear las ramas contra de los cristales. Wirt temió por un segundo, pero trató de ocultarlo de inmediato sacudiendo la cabeza para ahuyentar la idea. Era mala, muy mala.

─No hay algo de lo que tengamos que preocuparnos aquí, ¿verdad? ─Preguntó el mellizo, soltando un largo bostezo.

Wirt quiso contarle sobre la Bestia, los rumores de los aldeanos y el leñador. Pero guardó silencio. Si pretendían descansar esa noche entonces no tenía que introducir algún tipo de temor a lo desconocido.

─No ─masculló, encogiéndose de hombros.

Tomó un par de cobijas polvorientas del rincón, las sacudió con fuerza y colocó una sobre el par de niños que reposaban cómodamente sobre el sillón. Wirt fue al contrario, y se sentó en el suficiente espacio para que Dipper cupiera en el costado, quien inmediatamente se sentó y guardó el debido silencio, antes de cerrar los ojos.

El Desconocido contuvo el aliento, más allá de la ventana, en el fondo, se miró un parpadeo de la lámpara, enseguida el cuerpo larguirucho de la Bestia asomó, pero no se acercó. Nunca lo hacía a menos que una de las almas que cazaba estuviera insegura de llegar a casa.

Wirt, con los ojos cerrados, sintió el punzón de pánico. ¿Qué iba a pasar si no lograban regresar?

Comenzó a escucharse el cántico de la Bestia, la cual parecía tener una letra diferente para cada ocasión, y ahora, entre el silencio y el fuerte soplar del viento, replicaba a lo alto.

─ ¡Miedo, en lo Desconocido te perderás y la fe huirá!

Wirt entrecerró los ojos, Dipper lo miraba fijamente, frunciendo el entrecejo.

Sus piernas temblaron en cuanto se levantó del sillón, y se dirigió hacia la ventana, asomándose. Wirt nunca sabrá exactamente qué fue lo que observó, pero regresó casi corriendo al sillón, cubriéndose con la cobija. Estaba temblando.

Cuando volvió a mirarlo sus ojos preguntaban, Wirt asintió con la cabeza, antes de cerrar con fuerza los párpados, tratando de conciliar el sueño.

Una luz, de una lámpara, se acercaba al molino.

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