Decimoctavo día (X)

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Y descubrió que la única forma de dejarle puro y continuo sufrimiento al psicópata,  no se trataba de dejar que su corazón lata,  ni de darle lo que el quería, ni incluso de suicidarse. 

Se trataba de la vida, de dejarle el sabor amargo en la boca contraria la certeza de que estaba con vida.

El recuerdo candente de saber que una vez estuviste al borde de la muerte... algo que ella sentía constantemente, ese miedo... que se preserva en tus venas y sale cuando abres una arteria. El psicópata nunca sentía miedo, porque respiraba total confianza, vitalidad y muchas ganas de vivir...

Y así terminaron los dos, absorbiéndose el uno al otro. 

Las lagrimas inundaron sus ojos, y poco pudo ver. Solo supo que sus manos aflojaron el cuchillo, y ambos pies comenzaron a moverse lejos del altar viviente de su amante. 

Un psicópata y una suicidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora