Viernes

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Faltaban dos días para San Valentín.

Si bien me fui de viaje durante todo el verano y me distancié del mundo, aquel en el que yo vivo, pasaron miles de cosas. Las charlas con el chico del colectivo (vale destacar que se llama Julián) eran cada vez más intensas, las tardes de risas y besos pasaron a ser cotidianas, al igual que el cosquilleo en la panza cada vez que me miraba fijo a los ojos. Ambos estuvimos inquietos al saber que yo viajaba durante tanto tiempo. Sin embargo nada cambió. El regreso a casa fue increíble, sentir sus brazos rodeando los míos con tanto amor y calidez me hizo entender que la espera no había sido en vano y entendí que era él con quien yo quería estar. El que miraba el reloj y esperaba mi llegada durante varios largos días, el que me llamaba antes de dormir y me contaba qué tal había estado. El que, sin ir muy lejos, se había vuelto mi compañero. Su sonrisa era un manantial de honestidad, y fue eso lo que me enamoró. ¿Cómo decirle que yo no tenía más miedo? ¿Cómo decirle que todo empezó a funcionar? ¿Cómo decirle que creo intuir que todo está a favor nuestro, del abrazo que brilla en sus ojos, del beso por llegar? ¿Cómo decirle que lo llenaría de besos, segundo a segundo, que no hago más que pensar en él?

Sin decírselo lo supo.

Pasados dos días de mi regreso disuelve mis dudas con una caricia en la mejilla que llega hasta mi oreja, corriendo mi pelo por detrás de ella y soltando un "-Querés ser mi novia?", palabras que fluyeron de su boca, de manera paralela al escalofrío que recorría mi cuerpo, al gesto que hizo mi sonrisa, mirando hacia abajo de forma tímida, respondiendo con un "-Si. Obvio que quiero", entre besos y miradas perdidas, queriendo encontrarse, pretendiendo así quedarse por mucho tiempo.

Era oficial, estábamos juntos, éramos dos. Sólo dos.

Es quien me hace sentir eso. Que el abrazo no es abrazo, sino un rompecabezas admirable al armar. Que los brazos encastran perfecto, y que la altura de ambos es ese factor que lo hace único. Nuestros corazones se ajustan y parece que todo se resuelve en un latido. Es en quien pienso cuando alguien habla de la suerte.. y qué sabran ellos de suerte si no lo tienen a su lado. Me mira 99 veces al día como si yo fuera lo único que se interpusiera entre la realidad y sus ojos, me convierte en su filtro, y dice que a través de mi, el mundo se ve mas bonito, y son 100 las veces que yo lo miro de vuelta preguntándome qué era lo que lo convertía en cielo, despejando mis tormentas, y se aferra a mí cuando intento precipitarme y dejarme la garganta en mil silencios que esconde mi boca,  para que cuando me bese, esa tristeza no nos pese. Quién me iba a decir a mí, que iba a llegar de tal modo a mi corazón entrando por la boca. Convierte las mil maneras que existen de escapar, en 1000 motivos para quedarse, con él.

Todo tiene sentido cuando abro los ojos y me encuentro recostada en su pecho, tan frágil como resguardada. Como un frasco de vidrio al que se lo envuelve en hojas y hojas de papel, y se lo esconde entre prendas en el bolso para llegue entero a destino. Así se sentía de protegido mi corazón cuando decidí ponerlo en sus manos, sin dudarlo, para que él lo pasee por el mundo confesando que era suyo y que nadie podría quitárselo. Y de ese modo me entregué, a una historia que recién inicia, a escritores con plumas nuevas, a un amor distinto a los demás.


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⏰ Última actualización: Feb 21, 2016 ⏰

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