Llegamos al bachillerato.
Parecía que entre más avanzaramos, más responsabilidades había que tomar, en el colegio, en la casa.
Todos estabamos cambiando. En todo sentido posible. Mental y físicamente. Las hormonas comenzaban a hacer revuelo y a algunos más que a otros. Las chicas desarrollaban su busto y sus caderas. A los chicos nos cambiaba la voz y nos hacíamos más altos, con espaldas más anchas. Muchos compraron una membresía en un gimnasio y así tener un cuerpazo que lograra atraer a todas las chicas.
Con Tiago y Eli seguíamos siendo casi los mismos. Tiago y yo crecimos hasta alcanzar -con 16 años- la altura de 1.70 cm. Eli apenas llegó al 1.60 cm.
-No eres tan pequeña.
-Lo dices porque eres de los más altos del salón -le respondió a su hermano.
-Y tú no eres la más bajita.
-Pero soy una de las más bajitas, eso no es justo. ¡Somos gemelos! ¿por qué mides diez centímetros más que yo? -hizo un mohin infantil y yo no pude evitar reirme. Estos dos son tan diferentes e iguales al mismo tiempo. Usan en mismo uniforme pero a Tiago le queda algo suelto por su cuerpo delgado. A ella se le ve apretado y la hace ver más robusta de lo que es.
Sí, Eli sigue siendo gorda. Sé que su padre había intentado que hiciera dieta pero por más que lo hizo y fue a varias consultas médicas, nunca le dieron respuesta al por qué no bajaba de peso.
-Yo qué voy a saber. Y me cansé de reprimirme. Comeré lo que quiera, ni que fuera una cerda que traga a cada rato -me dijo una vez.
Tenía razón, ella no se alimentaba mal. La verdad, era de los almuerzos más equilibrados que veía en la cafetería. Y hacía ejercicio. Era la mejor jugando baloncesto y fútbol (sólo que nadie lo sabia porque la sacaban de los partidos a los cinco minutos). Sé que si fuera delgada, sería una chica hermosa. No es que no lo sea ahora, es sólo que su físico no atrae a nadie. Los chicos sólo se le acercan para que les explique química.
-¿Te pasa algo? -Eli chasqueó sus dedos delante mío.
-Eh, sí... todo bien.
Todos salían. Teníamos clase de deportes. Miré hacia Eli que se había quitado la chaqueta para quedar en la camisa manga corta y los anchos pantalones. Sé que había visto a las otras chicas meterse la camisa por dentro del pantalón para que al hacer deportes no se les levantara. Ella lo sabía pues había empezado a hacer lo mismo. Su vientre pasaba desapercibido pero afuera era diferente.
Todos ya cambiados estabamos afuera. Para calentar teníamos que darle dos vueltas a la cancha de fútbol. Tiago y yo íbamos delante de todo el grupo, Eli iba de última. Hacer esto la cansaba. Seguía el ritmo de todos para no quedarse atrás. A nadie le decía que estaba fatigada.
-Uff, genial, ¿no? -nos dijo al acabar. Su pecho se inflaba y bajaba a un ritmo acelerado.
-Sí, mucho -coinsidió Tiago. Él podía ser el tipo menos sonriente que pudiera conocer pero sabía cómo se sentía la gente, más que todo, su hermana.
Debe ser parte de esa conexión de gemelos de la que tanto hablan. Se conocen bien, saben lo que siente el otro, dicen las palabras adecuadas. Todos querrían una relación así con cualquier persona.
-Hoy jugaremos quemados. Será muy excitante -la maestra de deportes cargaba con varios balones. La maldad en su rostro era evidente, pues sabía lo qué se avecinaba.
El semblante de todos aquí cambiaba cuando la palabra "quemados" era pronunciada. Hasta el más santo e inocente se convertía en el peor diablo. Los gemelos, ellos realmente eran el claro ejemplo.
Dos equipos, seis balones a la mitad del terreno. El silbato sonó y sólo los más osados corrieron a por el balón. De ahí salieron rápidamente cuatro chicos del juego. Yo estaba en el mismo grupo que Eli. Tiago quedó como nuestro rival. Los dos se miraban con fuego encendido.
Cada grupo tenía 20 personas, al paso de unos minutos, quedaron 9 aquí, y 12 allá. Tiago recibía los balones, apuntandolos hacía nosotros. Tanto Eli como yo somos buenos esquivando, no lanzando.
Un balón llegó a mis manos. Uno de mis compañeros entró mientras el contrario salía. Divisé un objetivo para poder poncharlo. Tome a uno por sorpresa, y pude conseguirlo. La adrenalina corría por mis venas más rápido de lo normal gracias a ese logro. Esquive un par de balones. Uno de ellos me rozó por poco.
-¡Cuidado! -Eli gritó pero no alcancé a correrme a tiempo. Recibí un golpe en el brazo, bajando mis ánimos otra vez. Salí del campo para que el juego siguiera.
Tiago había sido victima de un ataque sorpresa, igual que yo. Nos encontramos en la banca, intercambiando sonrisas. Era una señal amistosa de hacer las pases.
El impacto de un balón me hizo girar la vista. Eli estaba sola, contra otra otras dos personas. Una de ellas, Emma. Aquella chica que de pequeña parecía un ángel que no rompía ni un plato, pasó a ser el diablo que rompe la vajilla completa. Era alta, esbelta, muy guapa con su cabello rubio y sus ojos azules. Mas de un chico se moría por ella. Pero no se daban cuenta que bajo la apariencia, era una creída, superficial y odiosa arpía.
Emma lanzó el balón hacia Eli. Iba con demasiada fuerza. Mi corazón se detuvo un momento cuando vi a mi amiga atrapando el balón con mucho esfuerzo. No pasó mucho tiempo para que Eli soltara el balón, disparandolo hacía el otro chico. Por estar distraído, fue golpeado en la cadera.
-¡Lo logré! ¡sí, lo hice!
Una chica entró a acompañar a Eli. El marcador se había girado, parecía estar a nuestro favor.
Otra vez, todos se quedaron sin aliento. Había sido tan rápido que no nos habíamos dado cuenta. Emma había recogido un balón y con mucha mas fuerza que la anterior vez, lanzó el balón contra Eli. Golpeó su rostro muy fuerte. La vi caer en cámara lenta al suelo.
-¡Tiempo fuera! -sin ser la maestra, Tiago corrió hacía su hermana.
Unos chicos le ayudaron a levantarla. Su nariz sangraba y parecía aturdida. No perdieron tiempo en llevarla a la enfermería.
Mire hacía Emma, que con una sonrisa, se quitaba la responsabilidad diciendo que "seguían en el juego y ella no podía cantar victoria.
Chasque la lengua. No valía la pena. No ahora.