Sexta carta: Yo también te amo

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Me sorprende el hecho de que esta ya sea la sexta carta que te escribo. Comencé a escribir pensando en expresar todo lo que necesitaba decirte, pero jamás creí que me extendería tanto. Pensé en una sola carta, pero he hecho muchas más, y mucho más largas de lo que imaginé.

Creo que se debe a lo mucho que te he extrañado.

Siempre fuiste tú quien me escuchaba, mi pañuelo de lágrimas y el testigo de mis más grandes alegrías. Ahora que no estás aquí para contarte lo que me sucede, me veo obligada a guardármelo. Puedo contarle a alguien más, pero simplemente no es lo mismo.

Sin ti, que me pasen cosas buenas no parece tan increíble.

Quizá ese es el verdadero propósito de estas cartas.

Quizá es el propósito de esta carta en específico.

Quiero contarte algo importante. Volveré a estudiar.

Me la paso muy bien trabajando en el restaurante, pero es justamente durante mi trabajo como mesera, que me he dado cuenta de lo que realmente quiero hacer. Disfruto mucho al entrar en la cocina y observar el trabajo de los chefs, me encanta ver la sonrisa en los rostros de quienes prueban la comida. En mi departamento, siempre estoy intentando imitar los platillos que veo en el restaurante, a pesar de que los resultados no sean los mejores.

Entraré a estudiar gastronomía en un instituto dentro de dos semanas.

Recuerdo que solía prepararte comida cada vez que ibas a mi casa, y que siempre que la probabas me decías, no sé si bromeando o en serio, que debería dedicarme a eso. Siempre que lo decías, realmente me lo pensaba, pero terminaba repitiéndome que necesitaba estudiar algo que asegurara mi futuro. Una carrera que me gustara, pero que aparte, tuviera una buena empleabilidad y me diera dinero.

A mi parecer en aquel entonces, la gastronomía solo cumplía uno de esos requisitos.

Pero eso ahora me da igual.

Recuerdo que una de las primeras veces que me dijiste eso, fue cuando cumplimos cuatro meses de relación. Te invité a mi casa a tomar once*, y decidimos preparar panqueques. Elogiaste la forma perfectamente circular de los que yo preparaba, y la manera en que podía voltearlos en el aire y atraparlos con la sartén.

Cuando tú lo intentaste, recuerdo que el panqueque cayó directamente al suelo, provocando que la mezcla saltara en múltiples direcciones. Reímos hasta que nos dolió el estómago y luego nos sentamos en el sofá a disfrutar de nuestras creaciones.

Recuerdo que apenas terminamos de comer, dejé el plato vacío sobre la mesa y me apoyé sobre tu hombro. No dijimos nada, solo permanecimos abrazados, nuestras respiraciones acompasadas. Luego de algunos minutos de silencioso paraíso, rompiste el silencio. Fue la primera vez que me dijiste que me amabas.

Recuerdo voltear a ver tu rostro y ver cómo me mirabas, como si tuviera todo el firmamento en mis ojos. Mi emoción estaba al máximo en aquel momento, no podía apartar mis ojos de ti y parecía que iba a darme un ataque al corazón en ese mismo segundo.

Acerqué mis labios a los tuyos y nos dimos un beso eterno, que fue aumentando progresivamente de intensidad. Llegó un punto en que la ropa era solamente un impedimento para sentir tu piel, y cuando apenas había comenzado a escurrir mis manos por debajo de tu camisa, llamaron a la puerta.

Mi madre había llegado del trabajo.

Nos separamos instantáneamente, y fui a recibirla. Unos minutos después, me dijiste que tenías que irte. Te acompañe hasta la parada de la micro** y cuando esta ya había llegado y te dirigías a subir en ella, recordé algo importante.

Te detuve un segundo antes de que subieras, te besé y te dije lo que había olvidado: "Yo también te amo, Julián".

Te vi alejarte con una amplia sonrisa en el rostro.

El día en que me fui, trataste de hacer lo mismo.

Intentaste detenerme antes de que abordara ese avión, me dijiste que me amabas.

Debí hacerte caso. Debí quedarme contigo.

-Luna

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*Tomar once: En Chile, tomar el té.
**Micro: Autobus del transporte público.

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