Capítulo 2.

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Capítulo 2.

Seguí mirando la bota durante un tiempo indefinido. El cuaderno aplastado contra la suela me llamaba. Sin embargo, no tenía el valor suficiente como para enfrentarme al propietario de la bota.

De improviso se agachó. Primero vi sus rodillas cubiertas de un apretado pantalón vaquero oscuro rasgado por las mismas, mostrando la piel blanca que había debajo; después la camisa a cuadros; los brazos; los hombros; el cuello; la barbilla; la boca (¡vaya boca! Incluso tenía un pequeño aro negro en el labio inferior) y por último unos ojos azules enmarcados en unas densas pestañas negras que se rizaban con naturalidad.

Sentí un pinchazo en el abdomen al tiempo que dejaba caer la mano que aún tapaba el golpe de mi frente.

Cuando la palma de la mano interceptó mi visión, de nuevo el cerebro marcó las directrices biológicas que me devolvieron la capacidad de respirar.

Pero el chico seguía ahí. Mirando el cuaderno y seguidamente a mí.

¿Debería disculparme? Debería.

El chico anónimo me tendió la libreta con rapidez. Parpadeé confundida mirándola con cara de boba. La sacudió al ver que no tenía iniciativa de recogerla. ¡Vamos!

Adelanté la mano y me hice con ella.

—Gracias. —Murmuré atropelladamente y me puse en pie para regresar al asiento.

Esperé una respuesta. Algo. Pero manteniendo los labios inertes regresó a su sitio junto al resto de chicos.

«Cretino, vale que ha sido culpa mía. Pero eso era pasarse de borde»

Dejé con furia la libreta en el bolso y saqué el teléfono en un intento de distraerme. Había perdido todas las ganas de reorganizarme en aquel momento.

Coloqué los pequeños auriculares en mi oído y di al play. La primera canción de la lista comenzó a resonar deslizándose al interior de mis pensamientos y aplacando, de alguna forma, los nervios que herían mi labio y el pulgar que había comenzado a morderme.

Arrastré las manos por los vaqueros desgastados que llevaba y entreabrí los labios. Quería relajarme y, como todo lo que me proponía, lo conseguí.

Tal vez demasiado porque cuando abrí los ojos nuevamente tenía el cuello en una postura incómoda y el cuerpo desparramado de cualquier forma.

Me senté presionado la zona que me pinchaba de la nuca y ahogando un bostezo.

¿Qué hora sería?

Por suerte, el reloj era el más fiel compañero que llevaba en la muñeca. Habría dormido una media hora escasa, por lo que aún me quedaban unos quince minutos de trayecto.

Tenía la mente tan nublada que tardé siete segundos en determinar dónde me encontraba, por qué estaba ahí y quién era yo.

Una nueva incógnita se abrió paso en el orden de preguntas cuando me percaté que ya no estaba sola.

Me froté los ojos con contundencia.

Sí, seguía ahí.

—¿Hola? —Tanteé al chico que estaba sentado enfrente.

Estaba apoyado sobre los puños y me miraba con media sonrisa. Tenía unos ojos castaños oscuros y el cabello le caía ordenadamente sobre las cejas negras.

—Hola, ¿cómo estás, chica? —Interrogó.

Enrosqué uno de mis mechones rojos en un dedo y calculé mis opciones.

—¿Qué haces aquí? ¿Quién eres tú?

El chico soltó una carcajada.

—Eso no responde a la pregunta, chica. —Se incorporó ligeramente — y estoy aquí porque los asientos están libres. Soy Connor.

Buen punto. Asentí con conformidad y de forma automática me arreglé el pelo.

—Clary Collins —saludé aún con los dedos en mis tirabuzones pelirrojos.

El tal Connor se cruzó de brazos y aumentó la intensidad de su mirada sobre mí sin hacer desaparecer la sonrisa que decoraba sus labios.

—¿Y qué te trae por este vagón, Clary? —Interrogó fingiendo interés.

Lo miré detenidamente antes de contestar. Tenía la piel bronceado y el pelo de un moreno oscuro, similar a sus ojos.

—Voy a la Universidad.

—¿Con qué la uni? ¿A qué facultad?

Me mordí los labios antes de contestar.

—¿Eres una especie de acosador? —Arqueé las cejas.

Connor rió divertido y negó con la cabeza.

—Voy a la universidad de Toronto. —Respondí finalmente.

—¿No jodas?

Parpadeé confundida.

—Es cierto.

Me tendió la mano de repente. Cuando vio que no la aceptaba, se inclinó y me cogió la mía. La estrechó. Tenía los dedos calientes y su mano era bastante más grande que la mía.

—¡Vamos a ser compañeros! Oficialmente, encantado de conocerte. ¡Eh! ¡Cabrones! Venid aquí.

Pegué un respingo, pero aún así Connor no me soltó la mano.

Tres chicos más se asomaron a los asientos. Uno era el de los lápices que aún llevaba entre los dedos; el del pelo llamativo que parecía bastante adormilado y el rubio dueño de la bota.

Me quedé mirando a este último que mantenía la misma expresión inflexible. Tenía los brazos cruzados y el piercing del labio captaba la mayor parte de mi atención.

—¡Os presento a una de nuestras nuevas compañeras!

Sentí como me sonrojaba y en un acto reflejo deslicé mi mano fuera de la mano de Connor.

Él de los lápices habló, haciendo girar estos por los dedos.

—Hola, ¿conque universitaria? —Me lanzó una sonrisa seductora. —Me llamo Andrew.

Le di una sonrisa de boca cerrada, temiendo estar tan roja como el cabello que me nacía de la raíz.

—Mark. —el de pelo colorido se inclinó y fingiendo que el resto no le escuchaba murmuró: —Yo que tú, me alejaría de estos locos.

Ahogué una risa y me recoloqué en el asiento centrando de nuevo mi atención en el rubio que parecía aburrido.

A pesar de todo no parecía perder detalle de mí, con sus claros ojos azules engulléndome lentamente.

Me sentí por un fugaz instante en una montaña rusa, cuando los ojos del chico se rezagaron por mí rostro.

—Lucas. Lucas Griffin.










Dangerous.©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora