Primera Parte

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Toño se encontraba sentado en las escaleras que daban acceso a la puerta de entrada de su nueva casa. El cambio de trabajo que había sufrido su padre había supuesto para él tener que dejar el piso en el que, hasta ahora, había vivido. Pero no solo eso; también le había supuesto tener que cambiar de ciudad, de colegio y de compañeros. Y por supuesto tener que dejar atrás a sus amigos de toda la vida.

Allí sentado pensaba en todo esto mientras contemplaba aquel barrio: calles rectas y monótonas, pequeñas casas unifamiliares de dos pisos, iguales entre sí, poco tráfico y, lo peor, pocos vecinos con los que iniciar una nueva amistad. Porque aquel barrio estaba lleno de gente mayor; y los pocos matrimonios jóvenes que había, tenían a sus niños todavía instalados en cochecitos o en sillitas y, por lo tanto, sin haber alcanzado edad suficiente como para compartir juegos o aventuras.

Tan metido en sus pensamientos estaba que no notó la presencia de una niña que, al igual que él, se había sentado en las escaleras de su puerta, en la casa situada justo enfrente de la suya. Cuando levantó la vista vio que ella lo observaba y que, además, movía una mano en señal de saludo. Toño miró a derecha e izquierda de donde él se encontraba y, al no ver a nadie más, dedujo que aquel saludo iba dirigido a él. Amablemente levantó también su mano para saludar. Ella se levantó y cruzó la calle hacia él.

−Hola. Me llamo Alicia, tengo doce años y vivo justo enfrente de ti. Voy a tu mismo colegio, aunque no estoy en tu clase: yo estoy en sexto B. Te llamas Toño y has venido nuevo en este trimestre. Mi madre dice que hablo demasiado, quizás tenga razón, pero en esta vida hay que hablar con la gente, ¿no te parece?

−Hola..., yo me llamo... Perdona, ¿Cómo sabes mi nombre?

−Mi madre también dice que a lo mejor soy un poco cotilla. Bueno, te aviso: somos los únicos de nuestra edad en el barrio, así es que deberíamos ser amigos, ¿no crees?

−De acuerdo Alicia. ¿Qué sueles hacer los fines de semana? Ya casi ha pasado la mañana del sábado y no sé qué puedo hacer. Había pensado sacar la bici un rato.

−Yo estaba deseando tener un amigo en el barrio para enseñarle algo que me tiene preocupada. ¿Vienes?

−¿A dónde?

−Al desván de mi casa; tengo que mostrarte algo.

Primero entraron en casa de Toño. Este presentó a su madre a su nueva amiga y pidió permiso para acompañarla a su casa. Julia, la madre de Toño, le impuso una hora de vuelta para la comida recordándole que había que ser puntual, pues su hermanita pequeña se impacientaba mucho si se retrasaba su papilla.

Al llegar a casa de Alicia los recibió en la entrada Puskas, un precioso Fox terrier de pelo duro que olisqueó gruñendo a Toño. Alicia lo calmó y le presentó a su nuevo amigo. Puskas se dejó acariciar en señal de aceptación del nuevo compañero de su ama.

−¿No hay nadie en tu casa?− Preguntó Toño.

−Mi madre ha salido un momento al súper, por eso vamos a aprovechar este momento para enseñarte lo que quiero que veas.

−¿No tienes hermanos?

−No de momento. Vamos, sígueme.

Subieron las escaleras que conducían al piso superior, en donde se encontraban los dormitorios, y continuaron ascendiendo hacia el desván de la casa.

Todas las viviendas del barrio tenían un desván en la parte superior. En la casa de Toño habían comenzado a llenarlo con las maletas en las que habían transportado la ropa familiar y con objetos para los que todavía no habían encontrado una colocación precisa. En el de Alicia, al que ahora accedían, rebosaban los enseres antiguos, pequeños muebles desvencijados, maletas muy antiguas, lámparas sin tulipa y algún que otro objeto de dudosa definición. Alicia guio a su compañero hasta un rincón y le señaló un gran baúl apoyado en la pared.

−¿Qué te parece?

−Un baúl.

¡Ya, tonto! Pero no es un baúl cualquiera. ¿No ves que es muy antiguo?

Efectivamente se trataba de un antiguo baúl. Uno de aquellos en los que se llevaban las ropas y los enseres en los largos viajes en barco, o en tren; viajes de muchos días, para los que se precisaba mucha ropa e ir acompañado de los objetos personales.

La tela que lo recubría era de cuadros, alternando azules y negros, aunque los colores aparecían algo mustios por el paso del tiempo. Se cerraba con dos resortes, cada uno con su cerradura.

−Está cerrado−constató Toño.

−Pero yo he conseguido la llave que abre las dos cerraduras. ¿Sorprendido?

Toño no había dado muestras de sorpresa alguna, pero comprobó que Alicia estaba viviendo aquello como si fuese la aventura de su vida. Él no terminaba de comprender qué emoción podría suponer la presencia de un viejo baúl, probablemente perteneciente a alguno de sus abuelos, pero Alicia comenzó a abrir las cerraduras como si allí se ocultase el tesoro del pirata Barbanegra.


La tapa del baúl crujió al ser levantado. Alicia comenzó a sacar objetos de dentro mientras iba comentando cada uno de ellos.

−Un vestido de mi abuela Lucía, una chaqueta de mi abuelo Roberto, una pipa, y... Aquí está lo que quiero enseñarte... El plano.

Sacó un papel envejecido y amarillento, doblado por varias partes y se lo tendió. Toño lo cogió con cierta prevención y comenzó a desdoblarlo con la mirada ansiosa de Alicia puesta en él.


UN BAÚL EN EL DESVÁNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora