CAPÍTULO 1

195 9 0
                                    

Siguiendo la rutina de cada día, me levanté a las siete de la mañana y como para no variar, Robert aún seguía roncando, con un fino hilo de saliva deslizándose de su boca a la almohada. Le di un suave beso en la frente y me dispuse a darme una buena ducha para eliminar esa bruma del sueño aún persistente en mi cabeza. Tras limpiarme los últimos restos del sueño me dirigí al vestidor y cogí lo primero que vi; unos vaqueros con un poco de campana y una camisa blanca. Mientras caminaba hacia la parada de metro que está a unos cinco minutos de mi edificio me bebí un café. Apenas di dos pasos y el olor del humo de los coches y el alcantarillado de Nueva York invadió mis fosas nasales.

Bajé los treinta y ocho escalones que separaban el mundo exterior del subterráneo, en el cuál cientos de personas corren cada día para no perder el tren que les llevará a sus lugares de trabajo. Yo solo soy una más que se pierde entre el bullicio. A las ocho y cinco minutos subo como cada mañana al vagón número tres en dirección al Museo Metropolitano de Arte, mi lugar de trabajo.

Cuando por fin encontré un sitio libre y levanté la cabeza mi mirada se cruzó con la de una chica que estaba sentada justo enfrente de mí, de unos veintiséis años aproximadamente y que me observaba fija y detenidamente.

Aparté mi vista casi al instante. Una ola de calor se apoderó de mi cuerpo y sentí como un ligero rubor teñía mis mejillas. Pero ese instante fue más que suficiente para quedarme con las facciones de su rostro.

Tenía la tez lisa y ligeramente bronceada, unos cálidos ojos color marrón y una larga cabellera oscura que fácilmente le llegaba por debajo del sujetador, y que estaba en parte cubierta por un Shayla gris perla.

Sus labios entreabiertos dejaban ver unos dientes completamente rectos y blancos, y de sus pequeñas orejas colgaban unos largos pendientes plateados que me hicieron sonreír.

Levanté la vista y ahí estaba con sus ojos castaños clavados en los míos. Su mirada era intensa, electrizante. Nos miramos durante unos largos segundos, nos aguantamos las miradas, hasta que de repente, como si algo la hubiera pinchado, apartó sus ojos de los míos y desvió su vista hacia el suelo.

Yo me quedé observándola un poco más y pude apreciar como sus labios se separaron y dejaron escapar un leve jadeo, imperceptible para cualquiera de las personas que había alrededor pero visible para mí. Justo en ese momento el metro se detuvo; había llegado a mi parada, así que miré por última vez a esa chica y salí del vagón.

El día de trabajo transcurrió como de costumbre; hice visitas guiadas a varios grupos de hispanohablantes y salí una hora y cuarto más tarde de lo que debería, como siempre, sin cobrar el tiempo extra.

Cuando por fin llegué a casa era casi de noche y Robert aún no había llegado de la oficina. Lo llamé para asegurarme de que todo estaba bien, pero saltó el contestador. A los diez minutos recibí un mensaje en el que decía que volvería tarde a casa debido a una importante reunión que le surgió de improviso.

Justo cuando sacaba los ingredientes de la nevera para empezar a preparar la cena recibí una llamada de mi amiga Alex; me preguntó si me apetecía quedar con ella y unas amigas para salir a tomar algo. Bueno para que nos vamos a engañar; prácticamente me lo exigió. Y ella no aceptaba un no por respuesta.

Al cabo de una hora ya estábamos entrando en un bar, que por las banderas que había colgadas en las paredes parecía ser de ambiente.

Después de un par de horas y cinco cervezas más tarde todo estaba un poco confuso y mi vejiga empezó a quejarse. Me dirigía al baño cuando unos familiares ojos marrones se cruzaron en mi camino. Me paré en seco, y sí, esa mirada que me ardió en las entrañas es la de la chica del metro, los mismos ojos que esa misma mañana me observaban detenidamente. Nuestras miradas se sujetaron mutuamente y se fundieron en una envolvente espiral de olor a cigarrillo y alcohol. Nuestros cuerpos se movían al ritmo de la hipnótica música, y un instinto incontrolable se apoderó de mí mientras me acercaba a ella.

La chica aguantó mi mirada y sus labios rojos perfectamente delineados se entreabrieron cuando se dio cuenta de que me estaba aproximando.

- Tú eres la chica del metro, te vi esta mañana - le dije gritándole al oído para que mi voz se escuchara por encima de la música que retumbaba en los altavoces del local y en mi pecho.

La chica no respondió, pero su sonrisa hablaba por ella. Se dio la vuelta en dirección al baño y me hizo un gesto con la mano indicando que la siguiera. Yo lo hice como si fuera una marioneta atada a cuerdas invisibles. Ya dentro del baño la música sonaba algo más atenuada, lo que nos permitió hablar con más facilidad.

- La "chica del metro"- me dijo mientras sus manos dibujaban metafóricas comillas en el aire - se llama Amina- completó la frase dejando escapar una leve sonrisa que descubrió unos dientes perfectamente alineados y blancos como el mármol.

A su vez el labial rojo que usaba se cuarteó ligeramente cuando sus labios se estiraron. Me fijé que al contrario que esta mañana, no llevaba ningún pañuelo cubriendo su pelo, que ahora caía sobre sus hombros, ondulado debido al calor y humedad que había en el local.

- Martha - me acerqué a su oído para que me oyera bien y el dulce olor de su perfume inundó mis fosas nasales. Me separé de ella y sentí como me ruborizaba.

Una hipnótica melodía comenzó a sonar cuando Amina me cogió de la mano y tiró de mí fuera de los servicios dirigiéndose hacia el centro de la pista de baile.

- Me encanta esta canción, ¡vamos!

Yo la seguí, mi cuerpo se balanceaba de un lado a otro como poseído por la música, cuando noté que algo me tiraba del brazo sacándome de mi ensoñación: era Alex.

- ¿Dónde estabas? ¿Y quién es esa? - me dijo gritando para que su voz se oyera a través de la música.

Yo le hice un gesto para que esperara y volví a tomar a Amina de la mano mientras me arrastraba entre la multitud al centro de la pista de baile.


🌙


Blue BeetleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora